El magisterio sin aspavientos
Corea embruja con una hora de tr¨ªo cl¨¢sico y la sorpresa monumental del flautista Jorge Pardo
Deportivas blancas, la camisa sin abotonar, los rizos entrecanos y alborotados, esa media sonrisa de geniecillo discreto. Armando Anthony Corea parece el primero en no concederse excesiva importancia, pero esos diez dedos atesoran conocimientos suficientes como para dictar una enciclopedia completa sobre jazz contempor¨¢neo. Medio siglo le contempla ejerciendo, como anoche en un abarrotado Auditorio Nacional, un magisterio sin aspavientos pero riqu¨ªsimo en contenidos, a veces abrumador. Y si cuesta creer su impresionante ascendente sobre varias generaciones es, entre otras cosas, porque nadie atribuir¨ªa al de Chelsea (Massachussets) la importante edad de 71 a?os. Va a ser cierto que la buena m¨²sica resulta m¨¢s eficaz que cualquier afeite para retardar las dentelladas del tiempo.
Nos hemos habituado a ver al inabarcable Corea en los m¨¢s diversos formatos, pero esta vez opt¨®, entre el entusiasmo general, por la pureza esencial del tr¨ªo. Es ah¨ª, con la alineaci¨®n escueta y arriesgada, donde la complementariedad se hace imprescindible y apenas queda margen para la pifia ni la filigrana vacua. ¡°Vamos a empezar y luego continuaremos. Ustedes disfruten¡±, se limit¨® a anunciar el pianista, con el gesto travieso de quien se sabe con arsenal suficiente para apuntar en una u otra direcci¨®n. Y al final nos embruj¨® con una hora de tr¨ªo cl¨¢sico y la sorpresa monumental ¨Cporque casi nadie la barruntaba- de tres prolongados bises en compa?¨ªa del flautista Jorge Pardo, su viejo aliado ib¨¦rico, y la imparable guitarra flamenca de Ni?o Josele.
Hab¨ªa comenzado la noche con On green dolphin street (la a?eja canci¨®n que Miles Davis elev¨® a cl¨¢sico) y Alice in wonderland dos standards en los que, casi sin pretenderlo, Corea exhibe su dominio pasmoso de las disonancias, de lo que Keith Jarrett denominaba ¡°intervalos oscuros¡±. Parece que no existe combinaci¨®n alguna de teclas por las que el int¨¦rprete no haya transitado con anterioridad, de las que desconozca sus resonancias e implicaciones. Y en esa insultante solvencia musical le secundan Christian McBride, contrabajista de sonido dulce y encantador, y el bater¨ªa Brian Blade, inspirado y sobrad¨ªsimo de talento. A veces se sonre¨ªa Blade mirando al patio de butacas, qui¨¦n sabe si divertido por la solemnidad del recinto; y otras acompa?aba sus solos con leves gemidos, subrayando la sensaci¨®n de que su pulso r¨ªtmico era un latido rebosante de vida.
La primera incursi¨®n en el repertorio m¨¢s latino de Corea fue Armando¡¯s rumba, una partitura que, como Spain, han contribuido a popularizar recientemente Michel Camilo y Tomatito. Pero el piano de Chick, introspectivo y cuidadoso con los silencios, es diametralmente opuesto al del dominicano, mucho m¨¢s enf¨¢tico y orgulloso. El propio Blade acent¨²a ese comedimiento al colocar pa?os sobre los parches. Y aunque los trapos acaban cay¨¦ndose, su solo fue de lo m¨¢s hermoso de la noche. Como el de McBride, arco en mano, para Sophisticated lady, transformando su armatoste de 1,90 metros de altura en un delicioso juguetito mel¨®dico.
La irrupci¨®n final de Josele y Pardo constituy¨® una inesperada fiesta, sobre todo porque el Ni?o anduvo colosal en My foolish heart, dibujando acordes endiablados sin que el flamenco le dejase de fluir en las cuerdas. El inevitable final, con el Concierto de Aranjuez¡¯y Spain entrelazados, nos dej¨® una estampa maravillosa, la de Corea tocando revirado para seguir los dedos de Josele. Una vez m¨¢s, el maestro discreto se mostraba generoso con quienes siguen bebiendo de su fuente.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.