Vapor
Max ha escrito y dibujado ahora un tebeo esencialmente m¨ªstico; su m¨ªstica es la b¨²squeda de la pureza del c¨®mic
Es en invierno cuando con mayor intensidad siento mi condici¨®n de lector de tebeos. No desear¨ªa hacer otra cosa en la vida. Pero no es el fr¨ªo, ni nada de lo que ocurre ah¨ª afuera, lo que me hace vibrar de esa manera, agarrarme al papel como a un coche robado, enfrascarme en las vi?etas igual que un viejo marxista queda absorto ante un p¨¢rrafo de El capital que cuente las condiciones de los primeros obreros industriales, o hable de la Casa del Terror (The House of Terror), aquel s¨¢dico correccional que hab¨ªa ideado un brit¨¢nico a finales del siglo XVIII y que acab¨® siendo la viva descripci¨®n de una f¨¢brica del siglo de Marx o del sistema absoluto que nos est¨¢n imponiendo en el nuestro. Es lo que ocurre propiamente dentro del tebeo lo que explica, lo que da vida, a todo lo que sucede fuera de ¨¦l y fuera de m¨ª. Y esto pasa, ya digo, sobre todo en invierno, o en el recuerdo de otros inviernos de mi siglo XVIII, cuando la Casa del Terror estaba en El Pardo y se manifestaba su espectro por televisi¨®n en forma de programas de miedo, como El Quinto Jinete, Galer¨ªa nocturna o Doce cuentos y una pesadilla (pero aquel tiempo vac¨ªo y miserable se parece cada vez m¨¢s al actual). Dentro de los tebeos tambi¨¦n era invierno. M¨¢s invierno a¨²n que en la calle, con mucha m¨¢s nieve, bufandas m¨¢s grandes y m¨¢s narices rojas. Siempre es m¨¢s verdad la literatura porque nace de lo que sentimos. Y de este modo ocurre que en vez de que un invierno me recuerde a otro, y as¨ª sucesivamente, son los tebeos los que me traen la resaca de los inviernos pasados. Nos pueden los objetos. Es en ellos donde reside nuestra alma. La m¨ªa est¨¢ en una caja con tebeos. C¨¦sar Gonz¨¢lez-Ruano escrib¨ªa mucho sobre eso: cada uno es las cosas que le acompa?an. En la necrol¨®gica que hizo en el Heraldo de Madrid a la muerte de Arthur Conan Doyle, no habl¨® de la vida del escritor escoc¨¦s sino de su butaca, de su bata de lana, de su sortija, de su bast¨®n, de su chimenea encendida...; ni tampoco de su obra sino del viol¨ªn en silencio de Sherlock Holmes, de su cajita met¨¢lica con la jeringuilla... Siempre fascinado por la aristocracia de las cosas igual que un h¨¦roe de Huysmans. Aunque Conan Doyle muri¨® en julio, Ruano sabe, y todos sabemos, que debiera haber muerto en lo m¨¢s cerrado del invierno, que es cuando mueren los h¨¦roes que ya se han cansado de las pantomimas del amor. (Todos los objetos tienen cuerpo y alma, esto ya no es Ruano sino vuelta a Marx. En su dial¨¦ctica, le llam¨® valor de uso al uno y valor de cambio a la otra; y en su materialismo explic¨® que el alma de cada cosa era el trabajo).
El tebeo que este invierno me ha devuelto otra vez a lo m¨¢s profundo de mi ser (como cantaban Triana) ha sido Vapor, de Max (Ediciones La C¨²pula, 2012). Es un libro genial y dedicado a un amigo muerto, el editor Berenguer, fallecido este a?o en el D¨ªa del Libro. (Pobres tebeos, han tenido que dejar de llamarse as¨ª para que los regalen por Sant Jordi; tambi¨¦n las palabras tienen un valor de uso y un valor de cambio.) A lo mejor fue el sistema de hiperv¨ªnculos en el que vivimos (que Jung me perdone) lo que me puso enfrente de ese tebeo, pues los d¨ªas previos la palabra vapor hab¨ªa estado persigui¨¦ndome como una hipoteca a un desahuciado.
Es verdad que Max ha escrito y dibujado ahora un tebeo esencialmente m¨ªstico
Todo empez¨® un domingo en el cine, viendo la ¨²ltima de James Bond, Skyfall, que, por cierto, es tambi¨¦n un canto a los inviernos pasados y un aviso de que est¨¢n volviendo con sus viejos terrores y de que todo lo que se adelant¨® quiz¨¢ sea en vano. El caso es que hab¨ªa una escena donde Bond esperaba a Q sentado en un banco de la National Gallery de Londres y all¨ª contemplaba un cuadro de Turner, El Temerario remolcado a dique seco (tanto Turner como Bond son dos rom¨¢nticos contra el romanticismo). Lo que reconoc¨ª de inmediato fue al pintor, pero en vez del t¨ªtulo de esta obra me ven¨ªa todo el rato el nombre de otro cuadro suyo tambi¨¦n muy famoso, Lluvia, vapor y velocidad. Y aunque al final consegu¨ª acordarme de qu¨¦ pintura se trataba, en muchos d¨ªas no pude desembarazarme de esas tres palabras, que sin parar pasaban por mi cabeza como un tren a toda marcha: lluvia, vapor, velocidad, lluvia, vapor, velocidad... Y luego, un d¨ªa me encontr¨¦ de repente mirando el cielo macilento del invierno (como si lo hubieran puesto as¨ª los mossos de Felip Puig a fuerza de pelotazos) y con un libro m¨ªstico en la mano titulado Vapor.
Es verdad que Max ha escrito y dibujado ahora un tebeo esencialmente m¨ªstico, no porque lo protagonice un asceta con las sayas arreboladas de sue?os y tentaciones, un eremita que ha preferido el desierto de Krazy Kat al del estilita Sim¨®n, sino porque su m¨ªstica es la b¨²squeda de la pureza del c¨®mic. Esta vez Max ha partido para hacer su libro del descubrimiento de un oscuro pionero americano, Herbert E. Crowley, del que tan solo se conoce la historieta The Wiggle Much, publicada por el New York Herald Tribune en 1910. El dibujo de Crowley, cuenta Max en maxvapor.blogspot.com.es, le recuerda a la pintura metaf¨ªsica que va a emprender De Chirico dos a?os despu¨¦s, en Tur¨ªn. La m¨ªstica de Max est¨¢ en la tinta misma, en la lucha de un personaje contra su sombra, es decir, contra su condici¨®n de ser tinta. La m¨ªstica de volver una y otra vez al origen de todo, a Crowley, a Herriman, a Otto Soglow (el de Little King), a Koko y Bimbo de los Fleischer..., se encuentra tambi¨¦n en esas p¨¢ginas. Pero adem¨¢s es, a la manera del ¨²ltimo James Bond, el retorno del pasado ¨ªntimo. Nunca como ahora un personaje de Max se hab¨ªa parecido tanto a su primer h¨¦roe popular, Gustavo, el activista antinuclear. Deseng¨¢?ate, hermano, no hay escapatoria, el invierno est¨¢ otra vez aqu¨ª.
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