Don Diego o el precioso rid¨ªculo

Entre los autores de mediados del siglo XVII, Moreto fue quien m¨¢s le disput¨® a Calder¨®n el favor del p¨²blico: los fragmentos m¨¢s celebrados de sus obras circulaban en pliegos de cordel, y se imprimieron tambi¨¦n relaciones par¨®dicas. El ilustrado Bernardo de Iriarte, director de los Teatros de los Reales Sitios, incluy¨® once comedias suyas entre las 70 ¨¢ureas que merec¨ªan ser refundidas y representadas. Los rom¨¢nticos le situaron entre sus autores cl¨¢sicos preferidos: su comedia de car¨¢cter El valiente justiciero es la segunda ¨¢urea m¨¢s representada en la primera mitad del XIX, despu¨¦s de la tambi¨¦n hoy olvidada La gallega Mari-Hern¨¢ndez, de Tirso. Los gustos del p¨²blico y las apreciaciones de la cr¨ªtica acad¨¦mica han cambiado no poco desde entonces.

El lindo don Diego es una refundici¨®n de El narciso en su opini¨®n, de Guillem de Castro: todos los autores del Siglo de Oro versionaban obras ajenas sin problemas de conciencia (para abastecer una demanda equivalente a la que tienen hoy las teleseries), pero como quiera que su amigo Jer¨®nimo de C¨¢ncer le retrat¨® revolviendo entre comedias a?ejas, Moreto cri¨® una fama de plagiario con la que todav¨ªa carga sin m¨¢s motivos que otros contempor¨¢neos suyos que pasan por original¨ªsimos.

En El lindo don Diego, comedia de intriga con figur¨®n, Moreto lleva hasta su extremo grotesco la caricatura del hombre vanidoso, sin intenci¨®n moralizante: su protagonista es la rueda en torno a la que gira un mecanismo c¨®mico de relojer¨ªa bien engrasado.

En este su primer montaje para la Compa?¨ªa Nacional de Teatro Cl¨¢sico (primero que hace tambi¨¦n de una obra del Siglo de Oro), el director valenciano Carles Alfaro y el escen¨®grafo Paco Azor¨ªn nos muestran la acci¨®n desdoblada en un espejo monumental que simboliza el narcisismo patol¨®gico que sufre el atildado don Diego. Otro espejo, en el suelo, y un tercero, trasl¨²cido, que en cierto momento baja como tel¨®n de boca, crean un paisaje en el que la imagen se multiplica, como en un c¨¦lebre cuadro de Dal¨ª.

Por su meditada composici¨®n visual (una suma de rampas, pantallas, siluetas e im¨¢genes reflejadas), el espect¨¢culo ensaya una l¨ªnea de puesta en escena renovadora, de inspiraci¨®n expresionista en lo visual, que la CNTC no hab¨ªa explorado todav¨ªa. Las interpretaciones, sin embargo, est¨¢n cortadas por un patr¨®n m¨¢s cl¨¢sico. Destacan el Mosquito zascandil y arlequinado (como la camisa que le ha hecho Mar¨ªa Ara¨²jo) de Carlos Chamarro, verdadero factutoum de cuanto sucede, y la viva y gracios¨ªsima Leonor de Natalia Hern¨¢ndez, muy bien vestida por Ara¨²jo. Tambi¨¦n el Don Tello de Javivi, actor con un sexto sentido para los papeles de car¨¢cter, y el Don Mendo dibujado con l¨ªnea clara, limp¨ªsima, por Crist¨®bal Su¨¢rez. Ra¨²l Prieto, actor preciso como el corte de una cuchilla, esta vez se empe?a en indicar gestualmente cuanto dice, sin que el director le corrija.