La indolencia democr¨¢tica
El de la corrupci¨®n solo se ha convertido ahora en un tema de preocupaci¨®n fundamental
El vicepresidente de la Generalitat, Jos¨¦ Ciscar, ten¨ªa raz¨®n cuando asegur¨®, en la sesi¨®n de control al presidente, que el PSPV-PSOE es ¡°una organizaci¨®n peque?a¡±. En otro tiempo fue m¨¢s grande, sin duda. No andaba muy fino, en cambio, al criticar que ese partido ¡°es incapaz de pagar la Seguridad Social de sus trabajadores¡± y preguntarse ¡°?c¨®mo quieren gestionar una Administraci¨®n auton¨®mica si son incapaces de pagar sus deudas?¡±. De deudas e impagos no parece que vaya sobrado de autoridad el Consell del que Ciscar forma parte. El portavoz socialista, Antonio Torres, le respondi¨® que ¡°el PP no tiene problema porque se ha financiado de empresas y de instituciones sin ning¨²n tipo de recato¡±.
Torres habl¨® en los pasillos de las Cortes Valencianas, pero en el hemiciclo fue m¨¢s contundente y, en un gesto que le honra, proclam¨®: ¡°Compa?ero Jorge, la justicia y el tiempo te acabar¨¢n dando la raz¨®n. Se trataba de la financiaci¨®n ilegal del PP¡±. Nadie negar¨¢ que tiene enjundia el reconocimiento cuando los actuales dirigentes del PSPV-PSOE, no hace todav¨ªa un a?o, recorr¨ªan las agrupaciones propugnando el voto de censura a la gesti¨®n de Jorge Alarte porque centraba recursos y esfuerzos en una lucha contra casos de corrupci¨®n como G¨¹rtel que no era prioritaria. El argumento que se emple¨® en el XII congreso de los socialistas valencianos para desalojar de la secretar¨ªa general al diputado que hoy ocupa un esca?o en la ¨²ltima fila del grupo parlamentario no era extra?o. Cierto fatalismo o dejadez empapaba a la opini¨®n p¨²blica en relaci¨®n con los ¡°lodos y la basura¡± de los que habl¨® Alberto Fabra en la C¨¢mara. Un fatalismo abonado por a?os de indolencia democr¨¢tica.
Se trata de una indolencia que viene de la transici¨®n a la democracia, que alimentaron los oscuros episodios de la ¨²ltima etapa de Felipe Gonz¨¢lez y que l¨ªderes tan sensibles con los derechos sociales e individuales como Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero (con sus leyes de igualdad, de derechos de los dependientes o de matrimonios homosexuales) no hicieron nada por combatir. ¡°?Maldita sea! ?Por qu¨¦ no resolvimos eso entonces?¡±, confes¨® Alfredo P¨¦rez Rubalcaba en el debate sobre el Estado de la naci¨®n en referencia al drama de los desahucios. ¡°?Maldita sea!¡±, podr¨ªa haber a?adido sobre la postergada ley de transparencia o sobre tantas medidas contra la corrupci¨®n que ahora se amontonan en los recetarios y hasta en la mesa del actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, acuciado por el agitado despertar colectivo ante tanto abuso como se ha producido desde el enorme poder que su partido usufruct¨²a.
Conozco a alguien que sostiene que vivimos, ahora mismo, el periodo m¨¢s limpio y menos corrupto de la democracia. Y argumenta que el de la corrupci¨®n se ha convertido en un tema de preocupaci¨®n tan fundamental para los ciudadanos que da miedo sobornar o ser sobornado. Puede que tenga raz¨®n, y la acci¨®n de la justicia tiene que ver mucho en ello. Pero no deja de resultar inquietante el recuerdo de aquellas visitas del entonces ministro y vicesecretario Jos¨¦ Blanco para dejar caer a Alarte y los suyos que no insistieran tanto en la corrupci¨®n. Tampoco recuerdo, entre el estruendo de la derecha revolvi¨¦ndose contra jueces y periodistas, haber o¨ªdo a Zapatero pronunciar nunca la palabra G¨¹rtel.
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