El espejo de mano
Perder el m¨®vil implica una condena al extra?amiento, la expulsi¨®n del mundo
Los tel¨¦fonos antiguos eran para hablar, los nuevos son para palparlos y mirarlos. En el bar donde estoy, asomado a una playa en la frontera entre M¨¢laga y Granada, hay tres personas en una mesa de cinco que miran al tel¨¦fono y mueven el dedo sobre el teclado con un automatismo de tic. Dos ni?os, en otras mesas, se entretienen con pantallas que me recuerdan a la pizarra que tuve en mi a?o de colegio de monjas, en la calle de las Tablas, antes de trasladarme doscientos metros m¨¢s abajo, a los Maristas, once a?os en total de educaci¨®n cat¨®lica. O¨ª el otro d¨ªa a un adolescente decirle a su madre que no entend¨ªa c¨®mo se pod¨ªa vivir antes de que existieran los tel¨¦fonos m¨®viles: ?c¨®mo quedaba la gente para verse? Era incapaz de imaginarse la vida en tiempos de esos negros y policiacos armatostes telef¨®nicos que todav¨ªa salen en las pel¨ªculas, cuando casi nadie ten¨ªa tel¨¦fono.
?Qui¨¦n se imaginaba, ni siquiera en los tiempos de los tel¨¦fonos de pl¨¢stico de colores (blanco sucio, gris funcionarial, celeste cian¨®tico y rojo at¨®mico) un aparato semejante al m¨®vil? Los tel¨¦fonos serv¨ªan antes para hablar a distancia, o incluso, quiz¨¢, para verse a distancia: Marcel Proust ya imaginaba hace un siglo ¡°el fototel¨¦fono del porvenir¡±. Pero ?c¨®mo prever un aparato que cabe en la mano y, cuando lo est¨¢s usando, nadie sabe si escribes, lees, estudias una carrera, apuestas, juegas, meditas, rezas, compras, vendes, das limosna, buscas una palabra en la enciclopedia, visitas un museo, inventas un nuevo programa que le dar¨¢ al tel¨¦fono un uso a¨²n m¨¢s inconcebible, ves o haces una pel¨ªcula o una foto, o est¨¢s espiando a alguien? ?Qui¨¦n pod¨ªa imaginarse un tel¨¦fono con el que no se habla?
Hace un par de semanas, el d¨ªa de San Valent¨ªn o de los Enamorados, en el mismo bar, me asombr¨® una pareja que incluso hab¨ªa encargado unas rosas blancas para adornar la mesa. Cada uno pas¨® la noche concentrado en su m¨®vil, tecleando, y quiz¨¢ los dos estaban cont¨¢ndole a alguien la cena maravillosa. O los dos estaban poni¨¦ndose mutua y solidariamente los cuernos con cara de felicidad. Tiene Federico Garc¨ªa Lorca un soneto, El poeta habla por tel¨¦fono con el amor, que empieza: ¡°Tu voz reg¨® la duna de mi pecho / en la dulce cabina de madera¡±. Hoy el mundo entero es una cabina telef¨®nica. ¡°Dulce y lejana voz por m¨ª vertida. / Dulce y lejana voz por m¨ª gustada¡±, dice el poeta. En la mesa de mis enamorados del d¨ªa San Valent¨ªn no se o¨ªa ni una voz y estaban funcionando dos tel¨¦fonos.
Alguien en alg¨²n sitio, quiz¨¢ en otra ciudad y en otro bar, o en el mismo, qui¨¦n sabe, compart¨ªa en ese momento la vida de aquel hombre y aquella mujer sumergidos en sus m¨®viles como quien se mira en un espejo de mano. El pianista Glenn Gould prefer¨ªa las relaciones por tel¨¦fono, las largas, ¨ªntimas, oscuras e irreales conversaciones nocturnas por tel¨¦fono. El mi¨¦rcoles 27 de febrero la mar estaba intranquila. A cien metros de la playa empezaban a romper las olas. Por la noche cay¨® una tormenta de agua, truenos y rel¨¢mpagos, y a la ma?ana siguiente un dios electr¨®nico decret¨® que los m¨®viles no tuvieran cobertura durante un rato. Era el principio de un fin de semana infinito y, sin m¨®vil, el d¨ªa de fiesta que duraba noventa y seis horas pod¨ªa convertirse en una pesadilla de aburrimiento eterno, lo infernal inimaginable. Entre el nublado que iba y ven¨ªa, me pareci¨® grave la amenaza de vivir sin m¨®vil un tan desmesurado d¨ªa de fiesta. ?Perder el m¨®vil implica una condena al extra?amiento, la expulsi¨®n del mundo, el destierro a un sitio donde no se puede quedar con nadie ni hacer nada? No tengo m¨®vil, pero supongo que as¨ª ser¨¢ para el adolescente que no entend¨ªa la vida sin ¨¦l.
Hab¨ªa amanecido con los montes nevados y las carreteras cortadas, seg¨²n hab¨ªa visto yo desde mi ventana y me contaban los viajeros. Una ni?a de tres a?os iba de mesa en mesa haciendo fotos. Otra, no mucho m¨¢s grande, miraba el tel¨¦fono con una fijaci¨®n que me record¨® lo que acababa de contarme una traduct¨®loga eminente: su mejor alumna, despu¨¦s de sopesar todas las dificultades que deb¨ªa vencer hasta alcanzar su vocaci¨®n, le hab¨ªa confesado que, a su juicio, la vida no tiene sentido. Veo a tanta gente mirando en el fondo del m¨®vil como si se buscaran a s¨ª mismos en la superficie de un pozo y me acuerdo del pr¨ªncipe Hamlet con su calavera en la mano, mir¨¢ndola y meditando si es o no es. El bar estaba lleno.[PIEPAG]
Justo Navarro es escritor. Su ¨²ltima novela publicada es El esp¨ªa (Anagrama).
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