Pasen y vean

Un disparate de principio a fin. Esto es I rusteghi (1760), de Carlo Goldoni, y as¨ª define Llu¨ªs Pasqual esta pieza de juventud y transici¨®n del autor veneciano. Un disparate que adem¨¢s, en manos del director del Teatre Lliure, el espectador vive como si estuviera situado en el tiovivo de un parque de atracciones y los r¨²sticos del t¨ªtulo fueran aut¨¦nticos monstruos de feria. La trama es bien simple: cuatro tipos tremendamente primitivos, bestias y bastos hasta decir basta, acuerdan durante el carnaval el matrimonio de los hijos de dos de ellos sin que los j¨®venes se hayan visto nunca y sin consultar siquiera a sus respectivas esposas. Pasen y vean, pues, las barbaridades que llegan a decir y hacer los cuatro protagonistas, las reacciones que suscitan y c¨®mo la an¨¦cdota crece en espiral hasta estallar en un gran juego de artificio.

Pasqual traslada la acci¨®n de la Venecia del XVIII a la Catalu?a de la Primera Rep¨²blica. Las coincidencias ling¨¹¨ªsticas entre el dialecto veneciano y el catal¨¢n le llevan a proponer una mirada antropol¨®gica a unos personajes cuyo comportamiento, como nos demuestra, no dista tanto del de nuestros bisabuelos. Y para que esta mirada sea lo m¨¢s amplia posible, y m¨¢s efectiva en t¨¦rminos c¨®micos, Pasqual convierte el veneciano en un muestrario de los acentos que se dan en los territorios catalanes, excepto, detalle significativo, el catal¨¢n central, y a?ade un texto de un periodista gallego sobre los catalanes en una artera morcilla. As¨ª, al ritmo del Himno de riego, y entre entradas, salidas, m¨¢scaras, barretinas, giros y tonos de todo tipo, discurre la fiesta. Y es que, si algo contagia Els fer¨¦stecs es su car¨¢cter distendido y festivo, una alegr¨ªa que puso al p¨²blico en pie durante la ovaci¨®n final la noche del estreno.

El ¨¦xito del juego se debe en gran medida a sus participantes. Un elenco de lujo, ataviado con todo lujo tambi¨¦n de detalles que contrastan eficazmente con el vac¨ªo del espacio esc¨¦nico, se entrega en todo momento al desvar¨ªo. Sit¨²an la funci¨®n en lo m¨¢s alto desde el principio y la mantienen ah¨ª, girando sobre s¨ª misma. Cada personaje a?ade, al acento que le toca, un aspaviento, un tic, un modismo, un algo que lo individualiza y que, puesto al lado de los dem¨¢s, forma un fresco de modos y maneras. El dedo acusador del Arturo de Jordi Bosch, el elegante movimiento de manos de la Vict¨°ria de Laura Conejero, la mirada entre bizca y perdida del sumiso Tomeu de Boris Ruiz, el ¡°?Fig¨²rate!¡± de la Margarita de Rosa Renom, los espasmos hist¨¦ricos de la Llucieta de Laura Aubert se repiten y se suman en la composici¨®n de unos caracteres tan grotescos como deliciosos.