Bayonetas contra gum¨ªas
La campa?a de Marruecos de 1859-60 fue rica en ¨¦pica y gloria
¡°?Ahora! ?Viva la Reina! ?A la bayoneta! ?A ellos!¡± As¨ª lanz¨®, entre cornetas y tambores, a los 32 batallones de infanter¨ªa del Ej¨¦rcito de ?frica ¡ªlos de Le¨®n y de Saboya, los de Alba de Tormes, los de la Princesa y los de C¨®rdoba, unos 15.000 hombres¡ª, su general en jefe Leopoldo O'Donnell, conde de Lucena y presidente del Gobierno, aquel 4 de febrero de 1860, en la sangrienta batalla de Tetu¨¢n, ?tach¨¢n!
¡°?Qu¨¦ embriaguez! ?Qu¨¦ v¨¦rtigo! ?Qu¨¦ locura! (...) ?Treinta mil espingardas nos apuntaban al coraz¨®n!¡±, relata en su Diario de un testigo de la guerra de ?frica el corresponsal de guerra avant la lettre Pedro Antonio de Alarc¨®n. ?Hay que ver c¨®mo puso a la gente aquella campa?a!, culminada en una serie de batallas que a¨²n hoy resuenan en nuestro callejero. Por una vez ¡ªy sin que sirva de precedente¡ª las cosas fueron bien para las armas espa?olas.
Y con los 500 Voluntarios Catalanes en primera l¨ªnea en los momentos decisivos, por solicitud propia. No en balde se les coloc¨® desde su desembarco, el d¨ªa antes de la batalla de Tetu¨¢n, bajo el mando directo de su paisano el general Prim, conde de Reus, que los incorpor¨® a su Cuerpo de Ej¨¦rcito y los areng¨®, sable en mano, desde su caballo blanco capturado a un jefe enemigo. ¡°Pensad en la tierra que os ha equipado y mandado a esta campa?a, pensad en que represent¨¢is aqu¨ª el honor y la gloria de Catalu?a (...) Uno solo de vosotros que sea cobarde labrar¨¢ la desgracia y la mengua de Catalu?a. Yo no lo espero...¡±.
As¨ª que all¨ª fueron los Voluntarios Catalanes impetuosos contra los parapetos del campamento moro que defend¨ªa Tetu¨¢n. Prim (valient¨ªsimo toda la campa?a, hasta casi la insensatez, el h¨¦roe ic¨®nico de aquello), se puso a su frente y los areng¨® de nuevo. Lo recoge Alarc¨®n: ¡°?Adelante, catalanes ¡ªgr¨ªtales en su lengua¡ª. ?Acordaos de lo que me hab¨¦is prometido!¡±. El propio Prim entra en el campamento del emir Muley el-Abbas. Los moros se espantan, retroceden. ¡°Uno m¨¢s osado llega con su gum¨ªa (su pu?al curvo) a dar muerte a nuestro bizarro general. Este se convierte en soldado: blande su corvo acero y derriba a sus pies al insolente moro¡±.
La ¨¦pica que late en el cuadro de Fortuny, aunque ya hab¨ªa deca¨ªdo un tanto cuando lo pint¨®, tres a?os despu¨¦s de los hechos, refleja el esp¨ªritu de la campa?a, que desat¨® un entusiasmo general, una ola de nacionalismo espa?ol supercalifragil¨ªstico, ?y que vivan los Lanceros de Villaviciosa, el cabo Mur, el brigadier Sugra?es y las mochilas de la Divisi¨®n de Prim! La verdad es que las cosas se hicieron bien y salieron estupendamente para Espa?a, gloria incluida (Castillejos, Tetu¨¢n, Wad-Ras). ?Qu¨¦ diferente de la guerra posterior, cincuenta a?os despu¨¦s, contra Abd el -Krim que condujo al desastre de Annual, la matanza del Barranco del Lobo y la depresi¨®n nacional!
La campa?a de 1859-60 en Marruecos fue un ¨¦xito (si se le puede llamar as¨ª a algo que cost¨® diez mil muertos) pero empez¨® con chuler¨ªa y felon¨ªa. El gobierno de O'Donnell encontr¨® una excusa indigna para desatar una guerra muy oportuna a fin de entretener a los militares, animar a la opini¨®n p¨²blica y de paso reverdecer la gloria colonial (¡°gallear un poquito¡±, dec¨ªa P¨¦rez Gald¨®s). Aprovechando la agon¨ªa y sucesi¨®n del sult¨¢n de Marruecos y un absurdo episodio de destrucci¨®n por miembros de las cabilas (tribus) de un moj¨®n de piedra junto a Ceuta que llevaba grabado el escudo espa?ol, el gobierno se hizo el ofendido en grado sumo ¡ª¡±la honra de la patria mancillada¡±¡ª, pidi¨® reparaciones que no pod¨ªan ser cumplidas (entre ellas ahorcar a los culpables) y declar¨® la guerra. El nuevo sult¨¢n, Mohamed IV, no era para tirar cohetes: siendo comandante de los ej¨¦rcitos marroqu¨ªes lo hab¨ªan derrotado los franceses en Isly y para su verg¨¹enza su padre le prohibi¨® subir un caballo durante tres a?os.
El plan espa?ol era conquistar una plaza emblem¨¢tica marroqu¨ª. Se escogi¨® Tetu¨¢n. Las tropas salieron de Ceuta y se dirigieron all¨ª, a 40 complicados kil¨®metros, batallando por el camino. Siempre con ¨¦xito (excepto en la lamentable ¡ªpara ellos¡ª carga alocada de los h¨²sares de la Princesa, de bonitas pelliza blanca y guerrera azul celeste). ?El secreto? Aparte de una buena planificaci¨®n y conducci¨®n de las operaciones, y una intendencia que funcion¨®, en buena medida las bayonetas. Los guerreros marroqu¨ªes ¡ªaunque por lo visto tuvieron asesoramiento brit¨¢nico¡ª no estaban en disposici¨®n, se vio una y otra vez, de frenar las cargas ordenadas de la infanter¨ªa espa?ola (v¨¦ase al respecto Una guerra olvidada de Salvador Acaso, In¨¦dita, 2007). La caballer¨ªa era muy superior tambi¨¦n. Los jinetes moros se limitaban a disparar sus espingardas y no dominaban las maniobras ni el uso del sable como la caballer¨ªa espa?ola. La desproporci¨®n en el uso de la artiller¨ªa fue otra baza en contra de los locales que tampoco supieron como romper los cuadros espa?oles.
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