¡®Pistoleros¡¯ del siglo XXI
Decenas de hombres, la mayor¨ªa extranjeros, buscan cada d¨ªa un exiguo jornal en Carabanchel Los jefes eligen cada d¨ªa qui¨¦nes trabajar¨¢n de sol a sol sin derecho alguno A veces ni siquiera llegan a cobrar su paga
Al llegar al primer sem¨¢foro, el reclutador mira desconfiado a su acompa?ante. Seguramente se hace su misma pregunta: qui¨¦n es el tipo que est¨¢ sentado a mi lado. Uno es el conseguidor y el otro acaba de convertirse en su empleado. A trav¨¦s del espejo retrovisor se ve a un hombre de unos 40 a?os, de piel morena, y con acento portugu¨¦s. La mano que sujeta el volante repiquetea una canci¨®n de la radio. Con la otra, agarra firme la palanca de cambios. Sus venas son gruesas y tiene las u?as llenas de mugre. ¡°?Ad¨®nde vamos?¡±, le pregunta el copiloto con el disco parpadeando. ¡°A Villaverde¡±, desliza. Y antes de que pueda a?adir algo m¨¢s, mete primera y la furgoneta pone rumbo al tajo.
En el chafl¨¢n del bar Yakarta, en cambio, casi todos se conocen de vista o de haber trabajado juntos en alguna chapuza. Esta esquina, situada en la salida del intercambiador de la plaza El¨ªptica (Carabanchel), funciona desde hace a?os como una oficina de empleo a espaldas de la ley. Aqu¨ª los contratos se firman con los ojos. Pero la mirada no se respeta. La palabra de los capataces en ning¨²n caso es vinculante. El viejo refr¨¢n de que a r¨ªo revuelto, ganancia de pescadores ¡ªo de pistoleros como se les conoce en el argot a estos captadores de obreros¡ª se cumple en este enclave con la ferocidad de un caudal desbordado. Este peri¨®dico lo ha comprobado infiltr¨¢ndose en este mundo de semiesclavos: tras 10 horas de trabajo en tres obras distintas el patr¨®n se niega a pagar los 30 euros pactados. Se cobrar¨¢n cuando le convenga al pistolero, al que dif¨ªcilmente volver¨¢ a ver el currito.
Son las seis y media de la ma?ana y los bostezos se suceden. A esta hora comienzan a llegar los primeros aspirantes: alba?iles, fontaneros, electricistas o toderos, aquellos que hacen de todo y por la misma tarifa. Coger n¨²mero antes que el resto no les garantiza, sin embargo, nada. Rafael, por ejemplo, lleva seis meses sin subirse a un andamio. En su mochila, adem¨¢s de un bocadillo de salchichas, tiene unas botas, un par de arneses de seguridad y una paleta. ¡°El material lo pones t¨², la cosa est¨¢ fastidiada¡±, repite este boliviano casi a c¨¢mara lenta. Est¨¢ sentado en el bordillo, pensativo. La cabeza se le resbala de la palma de la mano. Tiene mucho sue?o, pero no quiere quedarse otra vez en tierra.
El d¨ªa se antoja largo. En un rinc¨®n, dos africanos hojean un peri¨®dico en franc¨¦s al que le faltan varias p¨¢ginas. Otros desayunan en el bar y se interesan por la mujer y los hijos. La raz¨®n, por otro lado, de que est¨¦n aqu¨ª. Por ellos y gracias a ellas, que les mantienen. La mujer de David trabaja de teleoperadora y gana unos 900 euros al mes con los que sobrevive tambi¨¦n este ecuatoriano de unos 25 a?os. ¡°?Alba?il? No, no soy alba?il¡±, niega con una sonrisa. ¡°Yo soy¡ bueno, yo hago de todo. Pero ¨²ltimamente he hecho muchas ferias¡±.
Estar en esta plaza es una loter¨ªa; puede salir tu boleto o no. Adem¨¢s de la suerte, confluyen una serie de factores como la estrategia. Algunos operarios, en lugar de esperar en este chafl¨¢n, prefieren probar fortuna en las calles paralelas. Se aseguran ser casi los ¨²nicos, pero las probabilidades de ser captados, eso s¨ª, son menores.
28.000 denuncias en cinco a?os
? Desde el a?o 2008 y hasta el primer semestre de 2013, la Inspecci¨®n de Trabajo y Seguridad Social registr¨® 27.955 denuncias en Madrid (275.825 en toda Espa?a) incluyendo todos los sectores y realiz¨® 247.411 inspecciones en la Comunidad. Estas son de dos tipos: rogadas (por denuncia) y planificadas (de oficio). Los sectores con mayor lupa fueron servicios, hosteler¨ªa y comercio, seguidos de la construcci¨®n e industria.
? Entre las principales irregularidades figuraban desde faltas de alta a la Seguridad Social, impagos de salario; o contratos en fraude de ley. El importe de las multas por estas infracciones fue de 18.322.737 euros en 2012. Este a?o, hasta el 5 de julio, asciende a 11. 092.198 euros.
Cuando reclutaron a David para la feria de San Isidro aguardaba en una de estas calles adyacentes. Ese d¨ªa apareci¨® un tipo que buscaba personal para los puestos de comida r¨¢pida de la verbena del patr¨®n de Madrid. Era el ¨²nico que esperaba en la calle de la v¨ªa, paralela al bar Yakarta. ¡°As¨ª que cerramos el trato de inmediato¡±, explica. Le pagaron 50 euros por d¨ªa, a raz¨®n de 12 horas diarias de trabajo. All¨ª conoci¨® a otros feriantes y pudo empalmar varias verbenas. ¡°Aunque esto no es lo habitual¡±, matiza poco antes de que un compatriota le palmee la espalda. ¡°?D¨®nde andabas! Vino el man de la ventana¡±, le espeta. ¡°La huevada¡¡±.
Afuera comienzan a formarse los primeros grupos. Los latinos son mayor¨ªa, pero tambi¨¦n hay un pu?ado de africanos y un grupo de rumanos. Son cerca de las nueve de la ma?ana y la necesidad comienza a transpirar en la plaza. En total hay una veintena de obreros. Gabriel es el ¨²nico que no hace pi?a. Sus pantalones rojos y floreados contrastan con el ¨¢nimo gris. Camina en c¨ªrculos y de vez en cuando se para a mirar el cielo como esperando una respuesta que no termina de llegar. Es oficial de alba?iler¨ªa, pero lleva seis meses sin trabajar. ¡°Si no fuera por mi novia¡¡±.
Horas m¨¢s tarde, y m¨¢s integrado, se levanta la pernera del pantal¨®n y ense?a un tajo considerable que le nace en el tobillo. ¡°Me llega hasta casi la rodilla. Me lo hice en un chal¨¦ en el que estuve trabajando 15 d¨ªas y al final no me pagaron. Aunque cuando me preguntan las mujeres les digo que me mordi¨® un cocodrilo¡±, cuenta entre risas. ¡°?Y te funciona?¡±, le interpelan dos obreros latinos. ¡°Casi nunca¡±, zanja. Todos r¨ªen. Despu¨¦s, este rumano de 44 a?os resopla y se rasca con fruici¨®n la cabeza. El sol de la ma?ana comienza a picar y las an¨¦cdotas se agotan. Cualquier distracci¨®n es buena para soportar la espera. El incansable trabajo de buscar empleo de sol a sol.
En junio hab¨ªa 545.844 personas desempleadas apuntadas en las oficinas de empleo de la Comunidad de Madrid. La mayor¨ªa de los trabajadores de la plaza El¨ªptica tienen papeles, pero eso no les libra de la econom¨ªa sumergida. UGT denuncia que casos como el de Gabriel est¨¢n a la orden del d¨ªa. ¡°Los impagos en esta plaza son habituales¡±, afirma Mariano Hoya, secretario general de la Federaci¨®n de Metal, Construcci¨®n y Afines del sindicato. Pese a que esta situaci¨®n se remonta a finales de los a?os noventa, con el inicio de la burbuja inmobiliaria, como afirma el director general de la Inspecci¨®n de Trabajo y Seguridad Social, Jos¨¦ Ignacio Sacrist¨¢n, apenas se ha hecho algo por ponerle freno.
En esos primeros a?os, este departamento del Ministerio de Empleo s¨ª realiz¨® actuaciones peri¨®dicas en colaboraci¨®n con la Brigada de Extranjer¨ªa de la Polic¨ªa, pero en los ¨²ltimos tiempos no han tenido constancia de m¨¢s denuncias, asegura Sacrist¨¢n. As¨ª, el andamiaje de este problema sigue en pie m¨¢s de una d¨¦cada despu¨¦s sin que nadie lo desmonte.
Hacia las diez de la ma?ana, una Ford Tourneo de cinco puertas y de color gris irrumpe en la plaza El¨ªptica con la ventanilla del conductor bajada. ¡°Necesito un parquetista¡±, solicita con voz pausada el pistolero. ¡°?Un qu¨¦?¡±, se asombran muchos. ¡°Un carpintero¡±, repite en un lenguaje menos t¨¦cnico. ¡°?Carpintero, carpintero, yo, yo!¡±, gritan varios operarios entre brazadas. Ahogados en su desesperaci¨®n. El conductor amaga con recular: ¡°Solo quiero a uno, ninguno m¨¢s¡±. ¡°?Cu¨¢nto pagas?¡±, le pregunta uno de los que ha llegado hasta la orilla. ¡°35 euros el d¨ªa¡±. ¡°Eso es muy poco, andate a la mierda¡±, le replica. ¡°?Qu¨¦ hay que hacer exactamente?¡±. ¡°Lijar y barnizar¡±, especifica el conductor. ¡°Est¨¢ bien, yo te lo hago por 30¡±. El reclutador le mira fijamente con sus ojos negros y da su aprobaci¨®n: ¡°Sube¡±.
La furgoneta se dirige a Villaverde. Huele a barniz y sudor. Hay dos escobas, una fregona, dos botes de barniz cerrados ¡ªy un tercero derramado¡ª, tres cubos vac¨ªos, varias lijas, una lijadora peque?a y la joya de la corona: una m¨¢quina para acuchillar el parqu¨¦ que pesa unos 90 kilos. Durante la jornada laboral, el periodista disfrazado de operario tendr¨¢ que cargar y descargar varias veces estos materiales mientras el capataz se adelanta.
El destino resulta ser una vivienda de cerca de 100 metros cuadrados. Seg¨²n deja entrever el reclutador, la familia se ha ido de vacaciones y le ha dejado las llaves a la empresa de reformas para la que ¨¦l trabaja. Las ¨®rdenes son claras: tiene dos d¨ªas para lijar y barnizar la tarima flotante. Antes de subir, pide en una cafeter¨ªa cercana un caf¨¦ con leche y una napolitana de chocolate y mastica la ¡°angustia¡± que ha sufrido esa ma?ana: ¡°Yo nunca hab¨ªa ido a plaza El¨ªptica, me da mal rollo. Al final, quien responde soy yo y es un l¨ªo meter a una persona que no conoces de nada en un piso, pero solo no puedo hacerlo. No cumplir¨ªa con los tiempos¡±. Tal vez por eso, el reclutador quiso saber durante el trayecto cu¨¢l era el mejor horario para reclutar m¨¢s manos: ¡°Entonces, ?a las diez es la mejor hora?¡±.
Solo hay una mascarilla. ¡°Entre dos lo hacemos r¨¢pido¡±, dice el pistolero antes de pon¨¦rsela y empezar a trabajar. El olor del barniz es una lija en la garganta. En una de las esquinas m¨¢s ¨¢speras de la casa asoman varias pel¨ªculas de Disney aparcadas tras un mueble oculto. Pero ¨¦l no tiene por qu¨¦ esconderse, dice. ¡°Trabajo como aut¨®nomo; yo soy mi propio jefe; yo decido todo¡±, se envalentona. Solo el portero de la casa le ha visto llegar acompa?ado. Su empresa no sabe nada.
Tres horas despu¨¦s, el rostro del cansancio se refleja en el suelo. ¡°Date prisa y baja todos los materiales que tenemos otra obra en Las Tablas. ?Has tra¨ªdo el bocadillo, no?¡±, pregunta con el pelo lleno de polvo. ¡°Bueno, pues vamos a mi casa y te invito a una raja de sand¨ªa y a una coca-cola bien fresquita y cojo un par de pl¨¢sticos que se me han olvidado¡±.
En el frigor¨ªfico de su cocina est¨¢ colgada la foto de su hijo, al que apenas ve por estar pluriempleado: ¡°Tengo dos trabajos y no paro en todo el d¨ªa ni siquiera ahora. Hala, ?v¨¢monos!¡±. En su mochila lleva un t¨²per con arroz blanco aplastado y dos filetes. De vuelta al tajo, suena su iPhone. El reclutador pone el manos libres. Habla en portugu¨¦s. Se entiende ¡°plaza El¨ªptica¡±. ¡°Espa?ol¡±. ¡°Aprendiz¡±.
¡°Tienes que tener cuidado de que no te enga?en. El dinero siempre se pacta al principio y se paga por d¨ªa trabajado: un pe¨®n cobra 40 euros; las mudanzas se pagan a 50 y alguna chapucilla puede cobrarse a 20, pero ya ni los morenos piden tan poco, no seas huev¨®n¡±. El eco de Luis, uno de los veteranos de la plaza El¨ªptica, resuena en el atasco del t¨²nel de Santa Mar¨ªa de la Cabeza. ¡°Claro que se paga al d¨ªa; los 30 euros que hemos acordado¡±, confirma el capataz, ¡°pero hoy no te voy a pagar. A lo mejor lo hago ma?ana o tal vez la pr¨®xima semana. De todas maneras, has sido muy lento; vamos con mucho retraso: hoy tenemos tres obras. Prepara los brazos porque luego vamos a Moratalaz a un cuarto piso sin ascensor¡±.
Y vuelve a pitar nervioso. ¡°Putos coches. ?Sabes? Cuando yo empec¨¦, me ofrec¨ªa gratis. Pero no te preocupes que tengo grandes planes para ti; si funcionas bien trabajaremos m¨¢s veces, podr¨ªamos ser un equipo, ?qu¨¦ te parece?¡±.
El reclutador se muestra reticente a decir cu¨¢nto le van a pagar a ¨¦l. Pero el atasco es largo y la pregunta, recurrente. Al final, tras mucho insistir, comenta que por la obra de Las Tablas, en la que s¨ª est¨¢ presente la due?a, tiene previsto cobrar unos 500 euros. En este caso, se trata de montar el parqu¨¦, lijar y barnizar. ¡°Pero hay muchos intermediarios: primero cobra el arquitecto, luego el reformista y despu¨¦s yo y luego, al final, t¨²¡±. ¡°?Y en la primera que no hay intermediarios?¡±, se revuelve su empleado. ¡°Eso es diferente, por favor, presta atenci¨®n al desv¨ªo y me avisas¡±.
Los 29 grados de la capital burbujean en el interior de la Tourneo, sin aire acondicionado. Al llegar a la urbanizaci¨®n de Las Tablas, se repite el mismo patr¨®n: hay que descargar el material ¡ªsin ayuda¡ª, subirlo por las escaleras, y arrodillarse para lijar. Al llegar, ¨¦l est¨¢ cortando unas maderas. El ruido, sin cascos, resulta insoportable. La primera casa qued¨® terminada, pero a esta habr¨¢ que volver ma?ana a primera hora. ¡°A los obreros los captan para hacer chapuzas de uno o varios d¨ªas. Cuando estuvimos nosotros vimos a un gitano que reclutaba para recoger chatarra. Trabajan sin contrato, sin seguridad y por unos 25 euros por d¨ªa¡±, afirma Mariano Hoya, de UGT. Por la ma?ana, varios coches de la polic¨ªa pasaron de largo. Lo que sucede en el chafl¨¢n de la plaza El¨ªptica no es de su competencia, explica un portavoz, ya que aduce que ¡°no se dan situaciones de semiesclavitud como ocurre en algunos talleres¡± en los que suelen emplear a ciudadanos chinos.
Tras llevar todo el d¨ªa trabajando, el reclutado se planta en Las Tablas: ¡°Si no hay dinero, no hay trabajo¡±. De vuelta a casa, agotado, piensa en la amarga iron¨ªa del nombre de la calle de la primera obra: La Estafeta.
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