La vida entre dos pel¨ªculas
Alfredo Alonso dej¨® de regir el restaurante R¨ªas Gallegas y ahora cr¨ªa canarios
Este hombre que aqu¨ª aparece con el rostro transido de felicidad nos remite al de Alcatraz, aplicado en su nueva vocaci¨®n de criador de canarios desde que se retir¨® de la actividad hostelera. Aunque hace algunos a?os podr¨ªa haber sido el protagonista de La leyenda del indomable, y no por ser inquilino de c¨¢rcel alguna, ni siquiera por poseer en sumo grado la pasi¨®n de la supervivencia, sino como un redivivo Paul Newman por poder atiborrase de huevos duros mientras su ves¨ªcula biliar miraba hacia otro lado, como si no fuese con ¨¦l tal asunto, oteando quiz¨¢s el futuro que le esperaba en las tierras levantinas, donde iba a fundar el restaurante R¨ªas Gallegas de Valencia que ser¨ªa una versi¨®n diminuta en el espacio pero grande en el concepto de las tierras que abandon¨®.
Todo suced¨ªa entre los dos filmes: el joven Alonso se hinchaba en los tiempos del hambre comiendo huevos cocidos en su estancia en el Dolder Grand Hotel de Zurich, y ahora, muchos a?os despu¨¦s, se emociona cuando en su casa valenciana de cada huevo surge un m¨ªnimo canario al que criar. Al hotel suizo lleg¨® a trabajar con 17 a?os, despu¨¦s de haber conocido la dureza de las lluvias orensanas en su Cacidr¨®n natal, cuando era preciso empaparse mientras la vaca, sustento familiar, pac¨ªa en los verdes campos, que no eran precisamente los del Ed¨¦n. Y fue despu¨¦s de la sacrosanta emigraci¨®n cuando una lengua de fuego cay¨® sobre su cabeza y lo llev¨® a comprender el lenguaje de las n¨¦coras y los lubrigantes, de las ostras y las centollas, y de todos los dem¨¢s seres marinos; y una vez aclaradas las cuestiones que a esas razas y a ¨¦l mismo les afectaban, dio por venderlos crudos o cocidos, en su propio jugo o recubiertos de una ajada con mucho piment¨®n, remojados con ribeiros y godellos, con riojas y riberas, con poderosos borgo?as y sutiles champa?as, siempre en sus adoradas R¨ªas Gallegas.
De una correcta ubicaci¨®n a otra en el centro de la ciudad, de un peque?o fig¨®n a un hermoso restaurante, de unas someras instalaciones a otras impecables en su sencillez, en una carrera larga e incesante en la persecuci¨®n de su arcano gastron¨®mico, que no es otro que conseguir la primera materia de suprema calidad, a la que -seg¨²n proclama a todos los vientos- es preciso no estropear en exceso con complejas manipulaciones ni extravagantes compa?¨ªas.
Su vida profesional ha sido una sucesi¨®n de fiestas y parabienes, pues es bien sabido que en nuestra cultura cualquier acontecimiento pasa por comer, sobre todo por comer marisco, sea ¨¦ste atl¨¢ntico o mediterr¨¢neo, de aguas c¨¢lidas o heladas. Y con la ventura de haberlo podido observar a trav¨¦s del observatorio de un gran sal¨®n, ve el mundo a su alrededor todo te?ido de azul. De azul marino.
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