Oh, la bohemia
La calle Petritxol se convirti¨® en 1959 en la primera v¨ªa peatonal que tuvo la ciudad
A veces la marca y la cosa son lo mismo. La calle Petritxol se vende a s¨ª misma, hasta el punto de haberse convertido en un pasadizo de anuncios cer¨¢micos que intentan inculcar en el viandante la hipn¨®tica idea de que aquel lugar es de alguna forma especial. Posee la untuosidad de la ciudad rancia, que merendaba melindros y carqui?olis ¡ªmitad hispana, mitad italiana¡ª, oliendo a chocolate caliente y naftalina. Pero sobre ella, sobre la acera vetusta y aristocr¨¢tica de terrazas barrocas en el primer piso y estatuas solemnes, se yergue un Petritxol posterior. Lo que ahora est¨¢ a la vista es un centro propagand¨ªstico dedicado en exclusiva a una de las etapas m¨¢s brillantes que ha dado la ciudad. Esto es un inmenso lugar de culto ¡ªkitch y un tanto pretencioso¡ª, en memoria de la bohemia finisecular. Desenga?¨¦monos, aunque no conozca su historia todo barcelon¨¦s arrastra el modernismo d¨®nde quiera que vaya como una pesada losa. Nos guste o no, ¨¦sta es la ciudad de Gaud¨ª y de Rusi?ol, de una vanguardia ligera y humor¨ªstica que floreci¨® en teatrillos de t¨ªteres y en chocolater¨ªas. La casi capital cuyos amos so?aban en ser franceses, la urbe de los viajantes con ganas de gresca y capa parisina. La ciudad que se desplazaba en tren y en bicicleta, a lo moderno.
Petritxol es estrecha y sinuosa, una traves¨ªa de poco menos de ciento treinta metros de largo y poco m¨¢s de tres metros de ancho, que en 1959 se convirti¨® en la primera v¨ªa peatonal que tuvo la ciudad. Esta calle siempre se ha gustado, se dir¨ªa que est¨¢ encantada de conocerse. Es la ¨²nica auca del universo que ha sido asfaltada y la ¨²nica que cuenta su historia en episodios de may¨®lica, en una especie de V¨ªa Crucis laico y cachondo que carece de calvario. El azulejo proclama que por aqu¨ª ya no pasan los reba?os. Antiguamente se hab¨ªa dicho que el nombre proced¨ªa de la amante del virrey Amat del Per¨² ¡ªconocida como la Perricholi¡ª, una muchacha andina a quien Prospero Merime¨¦ retrat¨® en su obra La carroza del Santo Sacramento. Otras versiones hablan de un p¨¢rroco ¡ªel petri Xol¡ª que soborn¨® a los gobernantes ¨¢rabes para abrir un caminito por el cual llegar a la iglesia de Santa Mar¨ªa del Pi. Incluso los hay que la imaginan bautizada en recuerdo de un moj¨®n de piedra ¡ªun ¡°pedritxol¡±¡ª que imped¨ªa el paso, o a causa de una adulteraci¨®n de la palabra ¡°portitxol¡± o ¡°portal peque?o¡±. Los menos dados a leyendas ¨¢ureas defienden que lleva este nombre por una supuesta familia Petritxol, que ser¨ªa propietaria de estos terrenos. En estas cosas, nunca nadie va a ponerse de acuerdo, vaya usted a saber por qu¨¦ se llama as¨ª.
La nata y el reques¨®n se tra¨ªan en mula desde Pedralbes, donde las monjas lo hac¨ªan con leche de vaca
Lo que sabemos con certeza es que en su origen fue una calle rodeada de huertos y sin salida, hasta que finalmente en 1465 se abri¨® paso hasta la plaza del Pi. Muchos a?os m¨¢s tarde, aqu¨ª se har¨ªa popular la nata y el reques¨®n que llegaba a lomos de mula desde Pedralbes, donde las monjas de aquel monasterio lo elaboraban con almendras y no con leche de vaca. Entonces era residencia de Serafina dels Matons, que regentaba una peque?a tiendecita llamada La Cullera Grossa en la vecina Portaferrissa. A ella se debe la fama dulce de esta calle, que iba a alcanzar su m¨¢ximo esplendor gracias a la pasteler¨ªa de Cal Mallorqu¨ª, que a finales del siglo XIX puso de moda los merengues y la costumbre dominical del tortel y el brazo de gitano. De todo aquello apenas quedan las chocolater¨ªas La Pallaresa y La Dulcinea, ambas fundadas en la posguerra. Pero en sus buenos tiempos, el hechizo de las golosinas se mezclaba con las ideas art¨ªsticas m¨¢s avanzadas. Entre los burgueses de anta?o era tradicional ocupar las ma?anas del domingo viendo arte en la Sala Par¨¦s, y despu¨¦s regresar con un pastel bajo el brazo.
En sus buenos tiempos, el hechizo de las golosinas se mezclaba con las ideas art¨ªsticas m¨¢s avanzadas
Aqu¨ª ten¨ªa su farmacia el doctor Gener, t¨ªo del pintoresco Pompeius Gener que en sus tarjetas de visita pon¨ªa que viv¨ªa en el Bulevar Petritxol. Seg¨²n contaba, su pariente farmac¨¦utico estaba cruzando palomas con loros para dar mensajes hablados. Otro vecino farmac¨¦utico era ?ngel Guimer¨¤, que llegaba cada noche de la tertulia en la Librer¨ªa Espa?ola de la Rambla tocado por el hada del licor. All¨ª se reun¨ªa con sus vecinos Gener y Pere Aldavert, y con otros bohemios de fuste como Apel¡¤les Mestres, Frederic Rahola o el exc¨¦ntrico Albert Llanas, quien defin¨ªa el amor como una excusa para romper platos en pareja. Justo enfrente, a la Par¨¦s acud¨ªan con frecuencia Ramon Casas, Enric Clarass¨® o Santiago Rusi?ol, y en sus salones hac¨ªa vida la plana mayor del modernismo. Cuentan que ante los cuadros de una exposici¨®n especialmente ?o?a, el gran Isidre Nonell exclam¨® ofendido: ¡°?Esto son orinales con lacito!¡±.
Ya lo dice el plaf¨®n cer¨¢mico: ¡°Admirad de sol a sol la calle de Petritxol¡±.
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