El tomate, ese fruto libidinoso
La Sierra de Huelva conserva una de las primeras variedades de la planta que lleg¨® de Am¨¦rica El producto rosado de las huertas de Calabazares es una de las especies protegidas por Slow Food
La poma amoris, fruto del amor como lo llama Oelinger en 1553 en su obra Herbarium, despert¨® muchos recelos en el viejo mundo desde que los marineros espa?oles la trajeron de Am¨¦rica en el siglo XVI. El color rojo y las redondeces del tomate alimentaron la curiosidad de doctores y bot¨¢nicos quienes, ya desde su llegada, se alinearon a favor o en contra de esta solan¨¢cea que, por su parentela con la venenosa Belladona, no tra¨ªa buenas referencias.
Entre los detractores de esta planta, familia de las conocidas como hierbas de las brujas, est¨¢ Francisco Hern¨¢ndez quien en 1580 describe sus frutos en su Libro quinto de plantas medicinales: ¡°Adem¨¢s de ser rugosos, tienen ciertas protuberancias irregulares que no solo semejan las partes femeninas, sino tambi¨¦n hemorroides y cuanto de horrible y obsceno puede verse en las mujeres¡±. En el lado opuesto se situaban otros autores que en la Onomatolog¨ªa Bot¨¢nica Completa de 1776 dicen: ¡°Se les atribuye, especialmente a las bayas, un poder estupefaciente que acerca a los l¨ªmites de la fuerza imaginaria del filtro del amor¡±. Emmanuel Gignoux en su libro sobre el tomate de 1992, en el que analiza las opiniones de autores de los siglos XVI al XIX, lo presenta como de aspecto ¡°carnoso, rico y generoso de los frutos de amor¡±.
Pero, diatribas morales aparte, en el norte de Europa no le hincaron el diente al tomate hasta el siglo XIX, aunque antes lo acogieron en sus jardines como plantas ornamentales.?Andaluc¨ªa fue una de las primeras en rendirse ante la ¡°carnalidad diab¨®lica¡± de este fruto llegado de Am¨¦rica para dar color a su, hasta entonces, monocroma gastronom¨ªa.
¡°Nuestra cocina no es ¨¢rabe, como todo el mundo dice, sino americana¡±, afirma Pedro Cantero, antrop¨®logo especialista en alimentaci¨®n y uno de los impulsores, junto a Balduino Hern¨¢ndez, de la recuperaci¨®n del tomate rosado en Calabazares, una peque?a aldea de Almonaster la Real (Huelva). Esta variedad, una de las que lleg¨® de Am¨¦rica, se cultiva de forma tradicional desde el siglo XVIII en la Sierra de Huelva, pero estuvo a punto de desaparecer hace una d¨¦cada al tratarse de un fruto muy delicado, de dif¨ªcil comercializaci¨®n ¡ªporque madura en tan solo tres d¨ªas una vez recolectado¡ª y cuya cosecha es muy corta.
Para preservar su cultivo, la ONG Slow Food lo ha incluido en su Arca del Gusto. ¡°Con esta distinci¨®n, Slow Food, una asociaci¨®n que nace como contrapunto a la fast food [comida r¨¢pida] y est¨¢ presente en 104 pa¨ªses, quiere salvaguardar especies vegetales y animales que est¨¢n en peligro. Tener este sello es muy importante porque es sin¨®nimo de alta calidad gastron¨®mica¡±, explica Balduino Hern¨¢ndez, t¨¦cnico de cultura que vive entre Sevilla y Calabazares desde hace m¨¢s de 20 a?os y que se ha convertido en un hortelano m¨¢s.
Hern¨¢ndez, apoyado por un grupo de vecinos, puso en marcha hace 10 a?os la Matanza Vegetal, una fiesta en torno al tomate rosado que ha colocado a Calabazares en el mapa gastron¨®mico espa?ol. Pero, aunque su supervivencia est¨¢ asegurada, sigue trat¨¢ndose de un cultivo para autoconsumo.
Con 150 habitantes y m¨¢s de 300 huertas, Calabazares es uno de los rincones del Parque Natural de la Sierra de Aracena y los Picos de Aroche donde crece esta joya de la huerta, considerada por los gastr¨®nomos como el mejor de los tomates. El piel de doncella o carne del para¨ªso crece tambi¨¦n en Barbastro (Huesca), un municipio que s¨ª ha sabido comercializar este delicado fruto.
¡°El embotellado del tomate, que se hace a finales de agosto para conservarlo durante todo el a?o, es un ritual de sociabilidad. En Calabazares lo han transformado en una fiesta, la Matanza Vegetal, que se celebra desde 2003 y ha llegado a congregar hasta m¨¢s de 1.500 personas. Es muy importante para la aldea ¡ªuna de las 14 que tiene Almonaster la Real¡ª porque implica el mantenimiento de la agricultura tradicional¡±, explica Cantero, uno de los creadores del grado Nutrici¨®n Humana y Diet¨¦tica de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.
¡°Nuestra agricultura tradicional es mucho m¨¢s ecol¨®gica que la agricultura ecol¨®gica¡±, dice orgulloso Eugenio Chaves, un vecino de Calabazares que ha heredado la sabidur¨ªa de varias generaciones de hortelanos. En su huerto, de menos de una hect¨¢rea, las matas de tomate rosado aparecen camufladas, cubiertas por hiedra seca y rodeadas por plantas de ma¨ªz que, como soldados, sirven para parar los vientos y dar sombra a la delicada piel de doncella de los tomates.
El sistema de riego, que se aplica seg¨²n un reparto ideado en 1949, marca los tiempos en la aldea casi m¨¢s que el reloj. A Chaves le toca regar los martes de ocho a 11 de la ma?ana, ni un minuto m¨¢s. ¡°El agua brota de un manantial en el arroyo de la Escalada y una lieva recorre el pueblo para ir regando todas las parcelas. En el Pago de huertas est¨¢ detallado el tiempo que le corresponde a cada uno, dependiendo de la inclinaci¨®n y del tama?o del terreno. Hay huertas que tienen derecho solo a cinco minutos y otras llegan a las seis horas¡±, explica Chaves, mientras muestra alguno de sus tomates, ejemplares que recuerdan las formas femeninas y que llegan a pesar hasta m¨¢s de un kilogramo.
El reparto del agua comienza el lunes a las dos de la madrugada y termina a las diez de la noche, horario que se repite hasta el s¨¢bado. El domingo ¡°el agua es para el cauce¡±, afirma Chaves.
En Calabazares, aunque la mayor¨ªa de sus vecinos trabajan en los mataderos de cerdo ib¨¦rico, la vida gira alrededor de las huertas. Jacinto M¨¢rquez Mart¨ªnez, de 83 a?os, trabaja en el campo desde los ocho a?os y a¨²n tiene ¨¢nimos y fuerzas para mimar sus matas de tomate rosado.
¡°Cuando estaba la vida mala hac¨ªa 40 kil¨®metros con un burro cargado de cebollas para poder comer. Durante 20 a?os me pas¨¦ seis horas diarias en los caminos¡±, recuerda Jacinto, a quien ahora ayuda su hijo. ¡°La mayor¨ªa de las veces hac¨ªan trueque para subsistir¡±, aclara su hijo Jacinto M¨¢rquez, mientras acarrea cajas de tomates al doblao, un secadero en la parte alta de la casa en la que guardan su libidinosa cosecha, como dec¨ªan los cronistas a la vista de los primeros tomates.
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