Arque¨®logos urbanos
Decenas de familias regatean la crisis con los miles de objetos de metal que Madrid desecha La econom¨ªa sumergida de la chatarra renace en las calles de la ciudad
El de los chatarreros es un mundo de periferias. De calles paralelas y suburbiales donde recoger los restos de un naufragio que el centro desconoce. Es en el extrarradio donde se acumulan los metales pesados, la quincalla de obras a ritmo lento o los cada vez m¨¢s escasos aparatos que las familias desechan. Un lugar desplazado de un n¨²cleo urbano donde los residuos son de cart¨®n o de comida r¨¢pida.
Esta forma de vida chamarilera, al peso, es cada vez m¨¢s visible. La crisis ha empujado a muchas personas al reciclaje como medio de vida. O como ampliaci¨®n de ingresos en un escenario parad¨®jico: cuanto m¨¢s baja la producci¨®n, menos se construye y m¨¢s arrinconado se encuentra el sector industrial, m¨¢s familias se suman a la recogida de chatarra para sobrevivir en el demoledor d¨ªa a d¨ªa.
Al menos es lo que parece al hablar con alg¨²n responsable del gremio. Estos espigadores del metal han variado su composici¨®n en los ¨²ltimos a?os. Seg¨²n el responsable de una chatarrer¨ªa de largo recorrido de Humanes que prefiere eludir cualquier menci¨®n, en los ¨²ltimos a?os la proporci¨®n entre espa?oles y extranjeros que acuden a su local se sit¨²a en el 50%, cuando antes nuestro pa¨ªs estaba en absoluta minor¨ªa.
Sus explicaciones trazan un fresco sobre esta ancestral profesi¨®n. ¡°En este negocio se apunta, sobre todo, hacia los electricistas o fontaneros¡±, indica, ¡°y en ese sentido no ha cambiado tanto el funcionamiento¡±. Lo ¨²nico, a?ade, es que antes muchos de estos trabajadores tiraban los restos a los contenedores, propiciando que la recogida y el reciclaje lo hicieran otros y ahora lo llevan ellos mismos, ¡°como un plus¡±.
¡°Los espa?oles siempre han sido un poco m¨¢s se?oritos¡±, apunta Antonio Cruz. Este chatarrero con m¨¢s de tres d¨¦cadas de experiencia a sus espaldas sostiene que la profesi¨®n ¡°est¨¢ muy mal¡±, a pesar de que en su negocio se recauda aproximadamente lo mismo que hace a?os. ¡°Hay m¨¢s gente que viene, pero con menos material¡±. Ahora, anota, muchas personas se pasan la ma?ana dando vueltas, desde las siete de la ma?ana hasta las tres de la tarde, para ganar entre 15 y 20 euros. ¡°Antes la media era salir de aqu¨ª con 30 o 40¡±, precisa.
?l lo tiene relativamente f¨¢cil. Su establecimiento, un reducido espacio de dos habitaciones cargado de montones de metal que aparentan desconocer el m¨¢s m¨ªnimo orden, est¨¢ a unos pasos del punto limpio del distrito de Arganzuela y a pocos metros de las v¨ªas del ferrocarril de Atocha. El tr¨¢fico desde que abre hasta que cierra es constante. Dos mozos le ayudan en el met¨®dico trabajo de pesar, catalogar y pagar la mercanc¨ªa.
Un ejercicio que culmina el deambular indeterminado de una gran prole de chatarreros. No existe ning¨²n censo de personas que se dedican a esto, pero es com¨²n cruzarse con varias a lo largo del d¨ªa. Algunos llevan un carro de la compra; otros, el de un supermercado; y unos cuantos lo realizan en furgoneta. ¡°Es dar vueltas y vueltas¡±, resume Dana Mariane, un rumano de 43 a?os que lleva nueve en nuestro pa¨ªs manteni¨¦ndose con lo que se queda por las aceras.
Sac¨¢ndole punta al mundo
Muchos tendr¨¢n un indeleble recuerdo de infancia al escuchar el sonido de arm¨®nica del afilador. Ese altavoz ubicuo que llenaba todas las estancias de la casa sigue resonando en la actualidad. Los afiladores a¨²n recorren las calles en furgoneta con un transformador y una piedra giratoria para sacar punta a cuchillos, tijeras o hasta m¨¢quinas industriales.
Estos trabajadores por cuenta propia recaudan desde hace d¨¦cadas unas monedas a cambio de sacarles punta a aquellos utensilios que queremos reparar. Ra¨²l Mart¨ªnez Mu?oz y Antonio D¨ªaz son un ejemplo. Este t¨ªo y primo de 42 y 29 a?os respectivamente viajan por todo el mapa nacional desde su Orihuela natal cobrando entre 3 y 25 euros por renovar el uso de una navaja o una m¨¢quina de fiambre.
¡°Esto nunca va a desaparecer¡±, asegura el veterano, que recuerda sus 15 a?os de volante y meg¨¢fono como un medio para encontrarse con una clientela diversa. ¡°Acuden personas mayores que llevan toda la vida con los mismos cacharros, pero hay de todo: quien tiene algo bueno y quiera mantenerlo lo sabe¡±. M¨¢s espiritual se pone su compa?ero, que remata: ¡°Las herramientas son como las mujeres: hay que saber tocarlas, son muy fr¨¢giles¡±.
En pocas ocasiones, seg¨²n un polic¨ªa nacional que circula por las inmediaciones de una chatarrer¨ªa, se puede castigar esta actividad. ¡°La gran superficie podr¨ªa denunciar el robo del carro o los de tr¨¢fico multar a las furgonetas si no cumplen la normativa de transportes¡±, explica, ¡°pero no podemos hacer nada si vemos a alguien llevar cosas que est¨¢n en la calle¡±. La regulaci¨®n m¨¢s reciente es la ley de residuos, que entr¨® en vigor en julio de 2011. Seg¨²n esta ordenanza, todo producto f¨¦rreo que se encuentre en la calle es propiedad municipal. Tambi¨¦n fuerza a los conductores a sacarse una licencia de transportistas de residuos s¨®lidos y a convertirse en aut¨®nomos.
¡°Es una ruina¡±, sintetiza Anuar, un marroqu¨ª de 33 a?os que se anuncia para acudir en busca de chatarra a casas particulares. ¡°Si tenemos que pagar cuota de aut¨®nomos, no sale rentable¡±. ¡°Hay d¨ªas en que llegas a un domicilio y no vale nada, o que sacas 40 euros y te gastas 20 en combustible¡±, se queja. Para hacerse una idea de lo que expone, relata las cantidades que tiene que cargar para sacarse unas perras. El cobre, lo mejor pagado, cuesta unos cuatro euros por kilo. Y el aluminio se sit¨²a en torno a dos. El resto vale menos, por lo que necesita muchos kilos para sufragar los gastos del veh¨ªculo. ¡°Adem¨¢s, la gente ahora busca m¨¢s que tira¡±, concluye. ¡°?ltimamente, muchos van sin intenci¨®n de coger, pero si encuentran algo se lo llevan¡±.
Por eso est¨¢n molestos en el ya citado Punto Limpio de Arganzuela. Aqu¨ª, la din¨¢mica tiene ¡°harta¡± a una de las responsables. ¡°Por la ma?ana hay un gitano en la puerta que pide a los que vienen¡±, cuenta. ¡°Y durante todo el d¨ªa hay un mont¨®n de rumanos que saltan para coger lo que pueden¡±, protesta. ¡°Parece que a la empresa le da lo mismo¡±. No se equivoca: en la parte de atr¨¢s del recinto, un grupo de hombres de mediana edad y piel ajada por la exposici¨®n continua al sol esparce la chatarra acumulada en una ladera del parque Tierno Galv¨¢n y lo distribuye en silencio para llevarlo a vender.
Apenas hablan espa?ol. Uno de ellos comenta con dificultades que lleva solo tres semanas como chamarilero. Antes trabajaba en la construcci¨®n. Ahora da vueltas sin rumbo para sacar algo de dinero. A¨²n no tiene costumbre y se le ve un poco perdido en comparaci¨®n con sus compa?eros, que suben y bajan la pendiente sin mediar palabra. Su trabajo sin declarar forma parte del 20% de econom¨ªa sumergida que ¡ªseg¨²n el ¨²ltimo informe de la Fundaci¨®n de Estudios Financieros, el pasado julio¡ª posiciona a nuestro pa¨ªs como el segundo de la Uni¨®n Europea en este tipo de recaudaci¨®n, por detr¨¢s de Italia.
Su forma de empleo, en negro, lo mantiene fuera de las estad¨ªsticas que miden el nivel de vida en la Comunidad d Madrid. Seg¨²n el estudio presentado en abril por la Red Europea contra la Pobreza y Exclusi¨®n Social, la crisis econ¨®mica dej¨® a finales de 2011 a m¨¢s de un mill¨®n de madrile?os en riesgo de pobreza y exclusi¨®n social. La agrupaci¨®n advert¨ªa de que estas cifras seguir¨¢n subiendo hasta 2017.
Un ritmo ascendente opuesto al de la apertura de negocios. Madrid tambi¨¦n ha padecido el cierre de establecimientos antol¨®gicos del sector. Como la chamariler¨ªa Trueba, en el barrio de Lucero. All¨ª, la persiana bajada a¨²n soporta el cartel que dice ¡°Se compra papel usado y pan duro¡±. Una pr¨¢ctica que, como certifica un quincallero de Parla, renace en las calles de Madrid: ¡°Hay m¨¢s gente haci¨¦ndolo m¨¢s a menudo, pero con menos cantidad. Lo que antes se tiraba al contenedor, ahora se trae aqu¨ª¡±. As¨ª que a¨²n no es tarde para seguir escuchando aquello de ¡°El chatarrero, oiga¡±.
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