La A de Can Franquesa
En estos m¨¢s de 30 a?os, ning¨²n Ayuntamiento, ning¨²n alcalde, nadie ha osado borrarla
El lenguaje es una cuesti¨®n de t¨¦rminos, es decir, de intenciones. Lo explic¨® Agust¨ªn Garc¨ªa Calvo (se fue a¨²n hace menos de un a?o y le dijeron adi¨®s con la boca peque?a; el mundo de los vivos es cada vez m¨¢s peque?o). Garc¨ªa Calvo, Chicho, Montalb¨¢n, Haro Tecglen, , Umbral, Carlos Monsiv¨¢is, Fernando Poblet..., pertenezco ya a una literatura extinta es decir, escrita sin tinta. Cuesti¨®n de t¨¦rminos. De segundas intenciones. Creo que debo todo lo que pienso sobre cualquier cosa que pasa a una sola letra, que en s¨ª misma contiene todo un lenguaje. No es la letra de una canci¨®n, ni una letra impresa en un libro sino una letra que alguien pint¨® en la ladera de una monta?a, har¨¢, este mes de octubre, 34 a?os. Y ah¨ª sigue, solitaria y orgullosa, como a todo el que no le importa perder. Est¨¢ en Santa Coloma, en el barrio de Can Franquesa, al pie de los bloques de colores.
La primera vez que vi aquella A, solemne, blanca, gigante (6,5 m de di¨¢metro), fue desde la carretera de la Roca. Yo iba con mi padre en el 127 (tres puertas) a los cursillos de formaci¨®n sindical que le daban en Montcada. S¨ª, mi padre me llevaba a esos sitios. Por eso me gusta tanto esa canci¨®n de Elliott Murphy, la que habla de cuando iba con su padre en el coche y era el d¨ªa del cumplea?os de Elvis. Porque s¨¦ que le entiendo, que estamos en el mismo lenguaje, en la misma intenci¨®n. En los cursillos, nos sent¨¢bamos en sillas de tijera (con las mismas tijeras nos hacen ahora los recortes). Eran hombres de facciones duras, gente currante, que escuchaba en silencio a un tipo que era como ellos, que hablaba con las manos en los bolsillos de asuntos de la f¨¢brica, de comit¨¦s de empresas, de derechos y de ir a la huelga sin miedo a nada ni a nadie (recuerdo las palabras exactas, su voz, la libreta de espirales que llevaba), sin miedo a los descuentos salariales ni a las quejas de la mujer.
S¨ª, vi aquella A esa ma?ana, presa en su redondel, all¨ª puesta para que la contemplara toda Barcelona. ?Toda? ?No! Solamente se ve desde la parte proletaria (Santa Coloma, la Trinitat, la carretera de la Roca, la orilla del r¨ªo...); una irreductible aldea que se ha ido consumiendo hasta esa nada que acabar¨¢ por devorarlo todo igual que el c¨®smico Galactus necesita devorar mundos. Pon¨ªa s¨®lo A, pero enseguida entend¨ª lo mucho que significaba (saber idiomas es saber c¨®mo hablan los ricos y c¨®mo hablan los pobres). Blanca, escrita con pintura asf¨¢ltica sobre el gris del cemento que hac¨ªa de contenci¨®n en la ladera. As¨ª, durante todos estos a?os.
Y sin embargo, el otro d¨ªa parec¨ªa nueva. Su blanco ten¨ªa una blancura nueva y ahora el fondo era de color negro (vuelven las l¨ªneas cl¨¢sicas). ?Qui¨¦n habr¨ªa hecho eso? Y ?qui¨¦n la habr¨ªa dibujado por primera vez? ?Ser¨ªa la misma gente? S¨ª, han sido los mismos. Se lo pregunt¨¦ a Joan Guerrero, el fot¨®grafo que tantas veces ha iluminado estas p¨¢ginas del diario. Hombre de Santa Coloma, de todas las Santas Colomas del mundo. "Claro que lo s¨¦, Javier", me dijo. "Dispara", le dije. "Pues un anarco", me dijo. "?Me lo puedes presentar?", le dije. "Ma?ana mismo quedamos con quien te lo puede contar", me dijo. Se trata de Manolo Moreno, de 68 a?os, natural de Toc¨®n (Granada), yesero retirado. Militante de la CNT, que ha dejado de cotizar porque los jubilados no pagan las cuotas. Vive en Santa Coloma desde los 6 a?os, antes pas¨® uno en el Carmel, en la ¨²ltima casa de la Monta?a Pelada, que estaba al lado de un molino de agua. All¨ª habitaba en el palomar con sus padres y sus hermanos. "La A se dibuj¨® el d¨ªa 12 de octubre de 1979, la fiesta de la Hispanidad. Lo hicimos porque lo que nosotros quer¨ªamos celebrar era la libertad, y no la hispanidad. Y la hemos restaurado este 12 de octubre pasado. Ahora va a hacer el a?o." La A de Can Franquesa, al igual que el tibur¨®n de euros del artista Blu que se come el viejo mural del PCC en una pared del Carmel, y al igual que las tres chimeneas de la Fecsa de Sant Adri¨¤, es un s¨ªmbolo, un rastro, de la Barcelona obrera. Tambi¨¦n hay una dial¨¦ctica, una lucha de clases en las fachadas y en los monumentos de esta ciudad, a pesar de que nunca como hoy se pretenda imponer la ley del silencio (el lenguaje, esa una cuesti¨®n de intenciones). Fueron cuatro corazones con freno y marcha atr¨¢s los que la pintaron por primera vez. Entonces Santa Coloma era un hervidero de militancias, esperanzas, esprays, carteles donde sal¨ªa gente con cara de ir al trabajo (y no s¨®lo dirigentes en fotos tuneadas), calles cortadas por la multitud, cabezas abiertas en enfrentamientos con la polic¨ªa. M¨¢s de cien mil habitantes amontonados en apenas 7 km2. Una colmena, un avispero. De los 500 afiliados con que contaba la CNT de Santa Coloma, hubo cuatro, que ven¨ªan de las Juventudes Libertarias, que se pusieron a pintar una A descomunal en la ladera m¨¢s visible de la monta?a, justo debajo de unos bloques de pisos a los que todav¨ªa no llegaba ning¨²n transporte p¨²blico. Eran el Sabas, el Isidro, su mujer la Chiri y Jos¨¦ (que iba con chilaba y m¨¢s tarde se cambi¨® el nombre para ponerse Azahar y finalmente se fue a Portugal). Iban por las noches para hacerlo en secreto. Eran monta?eros, gente que sab¨ªa escalar. Se colgaban del muro, pintaban (un pivote en el centro para trazar la circunferencia) y al esclarecer se iban. Al cuarto d¨ªa apareci¨® la A, rutilante (el arte es una pasi¨®n clandestina). En estos m¨¢s de treinta a?os, ning¨²n ayuntamiento, ning¨²n alcalde, nadie ha osado borrarla. Junto a ella han crecido otros murales. Uno, del artista Mil¨², contra la l¨ªnea de Muy Alta Tensi¨®n, y otro en recuerdo de Pedro P., un grafitero que muri¨® arrollado por un tren cuando le persegu¨ªan por pintar. Cuando la restauraron el pasado 12 de octubre (d¨ªa de lluvia, paella a lo grande, regreso del Sabas, del Isidro y de su mujer la Chiri), una vecina se asom¨® a la ventana y empez¨® a gritarles. Les dijo que ni se les ocurriera tapar la A porque formaba parte del patrimonio hist¨®rico de Santa Coloma. La gente sabe lo que los libros no dicen.
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