Moderaci¨®n anorg¨¢smica
Dos mentiras juntas, sobre Espa?a y sobre Catalu?a, no hacen una verdad, sino que multiplican sus efectos destructivos
Mira que es fea la palabra. Es tan antip¨¢tica ella como su nube sem¨¢ntica: moderaci¨®n, moderarse, moderantista, moderado. Es una nube anorg¨¢smica, no rima con nada excitante ni invita m¨¢s que a la cautela prudente y amputacional, el c¨¢lculo de riesgos y la inactividad quietista o contemplativa. Porque no hay cosa que no comporte riesgo y no hay proyecto libre de fracasar: de hecho, un proyecto es la definici¨®n optimista de un fracaso. La moderaci¨®n echa para atr¨¢s a las siete de la ma?ana y a las doce de la noche: a todas horas.
Y sin embargo a muchos les da la sensaci¨®n, por fin, de que esa nube sem¨¢ntica contiene algo m¨¢s que pusilanimidad o exagerada cautela. Parece encarnar un proyecto de temple pol¨ªtico que escape a las radicalidades verborreicas del neocentralismo parad¨®jicamente inmovilista y a las mismas dosis defensivas y ofensivas en el lado del proyecto indepedentista. Pero no s¨¦ de nadie a quien le siente bien el predicado, sermoneador o no, de la moderaci¨®n como proyecto pol¨ªtico, ni se me ocurre que la moderaci¨®n pueda suscitar la menor emoci¨®n er¨®tica, que es lo que despierta el independentismo y lo que tambi¨¦n despierta el neocentralismo revanchista: son dos sex machin generando endorfinas a todo tren (?son las endorfinas las que act¨²an ah¨ª?) contra las que la moderaci¨®n solo llega a met¨¢fora del relax... poscoital, exhaustas las armas. Eso quiz¨¢ sea moderaci¨®n, pero la fiesta ya ha terminado.
Otra cosa es la racionalidad efusiva que proyecte, incluido el proyecto del fracaso, una sociedad m¨¢s apta para crecer en lugar de jibarizarse, m¨¢s dispuesta a la generosidad exultante y admirativa que al celo protector y defensivo de sus metros cuadrados, un talante de contaminaci¨®n hedonista y explotaci¨®n intensiva de todas las horas, inmoderadamente, de cerca o de lejos. Esa racionalidad explosiva me asegura que la simpleza de resumir en la noci¨®n Espa?a a una caterva de reaccionarios empobrece la vida de quien la pronuncia, la siente o la piensa. La cultura espa?ola del ¨²ltimo medio siglo seguir¨¢ tan ancha, igual de f¨¦rtil y de creativa que hasta hoy, aunque aqu¨ª siga hincado el t¨®pico de su tradicionalismo, de su caspa castiza, de su boina pueblerina.
Y la racionalidad comporta casi siempre tambi¨¦n valent¨ªa para desmentir falsedades interesadas. Ni el PP ni el PSOE son partidos equivalentes ni hay comparaci¨®n sensata de comportamientos pol¨ªticos entre ambos, salvo que al PSOE se le exija dejar la pol¨ªtica y hacerse m¨¢rtir de una causa ajena. Ninguna caspa ni el menor casticismo hubo en la resoluci¨®n de impulsar un nuevo proyecto de Estatut por parte de Zapatero (y hasta lograr uno nuevo y mejor que a nadie interesa desarrollar, por lo visto: el de 2006). Quiz¨¢ incluso lo que hubo fue justamente lo contrario, alguna sobredosis de impulsividad, alguna sobredosis de improvisaci¨®n y hasta de confianza en la presunta sensatez de los catalanes (probadamente irreal).
Lo que s¨ª parece cierto y rematadamente probado son las da?inas y destructivas campa?as del PP espa?ol. Primero cort¨® la hierba bajo los pies de Josep Piqu¨¦ y su ensayo de acercamiento del PP a la sociedad catalana (para dejar de ser la sucursal de un partido de Madrid). Despu¨¦s encabez¨® obscenamente una campa?a propagand¨ªstica que iba m¨¢s all¨¢ de la denuncia pol¨ªtica y equiparaba interesadamente a Catalunya con el nuevo Estatut, propiciaba sin la menor moderaci¨®n un equ¨ªvoco que estallar¨ªa un d¨ªa u otro, porque era una irresponsabilidad y minaba las bases del respeto entre sociedades que conviven democr¨¢ticamente.
Ninguna moderaci¨®n en denunciar esa embustera equiparaci¨®n de ambos partidos, incluidas sus pol¨ªticas sociales y educativas. Ninguna moderaci¨®n en aceptar como buena la versi¨®n opaca de una palabra que hab¨ªa desaparecido del l¨¦xico de TV3, sustituida por Estat espanyol, o por Estat directamente (como si la Generalitat no fuese parte activa del Estado), y que hoy ha reaparecido para asociar sutilmente Espa?a y la pol¨ªtica inmovilista del gobierno del Estado en relaci¨®n con Catalu?a. Ninguna moderaci¨®n porque es mentira y la mentira debe combatirse con certidumbres racionales aunque tambi¨¦n el buen humor que no sobreabunda en este art¨ªculo: si Catalunya no es una sociedad monol¨ªtica y gran¨ªtica, ni se simboliza en monasterios con intensiva y legendaria explotaci¨®n comercial e ideol¨®gica (Montserrat), Espa?a no es tampoco un basamento gran¨ªtico e id¨¦ntico a s¨ª mismo, a pesar de sus monasterios legendarios de intensiva explotaci¨®n comercial e ideol¨®gica (El Escorial).
Dos mentiras juntas no hacen una verdad, sino dos mentiras que multiplican sus efectos perniciosos y destructivos. Las leyendas se combaten con valor, racionalidad argumental y la convicci¨®n de que el otro es tambi¨¦n racional. Porque las mentiras se pudren y degeneran en c¨¢nceres sociales. Lo explicaba Victoria Camps hace unos d¨ªas. Y lo explicaba excitantemente.
Jordi Gracia es profesor y ensayista.
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