Una sinceridad radical
El trovador de Colorado opta ahora por una p¨¢tina electr¨®nica para sus composiciones, pero sigue fiel a sus emotivas historias de amor desconsolado
John Grant no es solo un extraordinario cantante; tambi¨¦n representa un acto de justicia. Un motivo de esperanza para autores que, a falta de juventud o fotogenia, pueden aportar una abrumadora riada de talento. Nadie pareci¨® hacerle caso, admit¨¢moslo, mientras lideraba The Czars. Nos equivocamos. Han bastado ahora un par de discos en solitario para corregir aquella torpeza manifiesta. Grant es la sensibilidad hecha carne. La emoci¨®n que aflora, incontrolada (y que sea lo que Dios quiera). El tormento sentimental que, pese a todo, no renuncia a un atisbo de esperanza. John sufre, pena y se desangra, pero a¨²n conf¨ªa en que el amor se torne alg¨²n d¨ªa propicio.
Grant desembarc¨® anoche en la Joy Eslava (unos 600 espectadores de robusta militancia) con buenos argumentos para sentirse ufano. La revista brit¨¢nica Mojo acaba de escoger su reciente Pale green ghosts como el quinto mejor disco de la temporada, una elecci¨®n discutible ¡ªcomo cualquiera de estas clasificaciones¡ª pero en absoluto descabellada. Cierto es que su antecesor, Queen of Denmark, se convirti¨® en el inesperado mejor ¨¢lbum de 2010, pero al de Colorado le sobran motivos para el orgullo. Sobre todo porque el nuevo ¨¢lbum constituye una reinvenci¨®n casi suicida en clave electr¨®nica, un giro inusitado justo cuando el destino le era por vez primera propicio. Ha salido bien parado de la osad¨ªa: el tema central y Black belt aderezan su hondo quejido con un revestimiento electr¨®nico muy seductor.
Grant seduce a los adeptos porque jam¨¢s renuncia a una sinceridad radical, la misma que le permite definirse en la extraordinaria (y autodestructiva) GMF como ¡°el mayor cabronazo con el que te encontrar¨¢s¡±. La que le convierte en Glacier, a solas con su pianista, en un inopinado cruce entre Elton John y Rufus Wainwright. La que le permite escribir sobre ¡°el dolor del ser humano¡±, con independencia de que sus plegarias aludan a los amores inmisericordes entre personas del mismo sexo.
Pero la congoja es universal: no sabe de g¨¦neros ni filiaciones. Por eso emociona tanto la voz profunda y timbrada de este vecino island¨¦s, un hombre que parece haber descubierto la paz interior a los 45. Sea con adornos electr¨®nicos o con esos teclados antiguos, a lo Camel, siempre se gu¨ªa por el impulso de la autenticidad.
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