La furia finalmente desatada
El cuarteto nacido a la sombra de Nacho Vegas confirma en la Joy Eslava el predicamento de su apuesta: hedonismo musical, enfurru?amiento tem¨¢tico
A veces las grandes ideas surgen de casualidades clamorosas. Le¨®n Benavente parece ser un magn¨ªfico ejemplo de ello. Dos m¨²sicos y dos t¨¦cnicos de sonido en la comitiva de Nacho Vegas matan las horas muertas durante las giras urdiendo canciones propias, seguramente a modo de divertimento. Todos disponen de grupo propio para desarrollar sus inquietudes, pero la tarea circunstancial acaba transform¨¢ndose en prioritaria. Y en esas resulta que Le¨®n Benavente, formaci¨®n ingeniosa hasta en el nombre (podr¨ªa corresponder a alg¨²n galeno decimon¨®nico, pero alude a un tramo de autopista en pleno p¨¢ramo castellano), revienta este viernes la Joy Eslava despu¨¦s de haberse pateado el grueso de los festivales peninsulares. Y termina haci¨¦ndole sombra al jefe com¨²n y a los trabajos previos de sus respectivos integrantes. Lo dicho: las felices coincidencias.
Era bonito adivinar la excitaci¨®n y la sorpresa en los rostros de Abraham Boba, Luis Rodr¨ªguez, Edu Baos y C¨¦sar Verd¨², m¨²sicos curtidos que parec¨ªan no dar cr¨¦dito al rotundo aspecto de la sala y la militancia de un p¨²blico que asume la figura de cooperador necesario. Le¨®n Benavente apenas acumula siete meses en su curr¨ªculo, pero puede ya permitirse el lujo de frenar en seco D¨¦cada nada m¨¢s Boba ha pronunciado la frase ¡°Est¨¢ muy claro que algo tiene que cambiar¡¡±. La platea es una garganta sola para corear la respuesta correcta: ¡°¡o se ir¨¢ todo a la mierda¡±.
Obsesionado quiz¨¢s por la democracia interna, el cuarteto asume una disposici¨®n extra?a, colocado en semic¨ªrculo y con el centro del escenario completamente vac¨ªo. Pareciera que esper¨¢semos en cualquier momento la irrupci¨®n de una bailarina, lo que, evidentemente, no es el caso. El repertorio es todav¨ªa escaso (un debut hom¨®nimo de diez temas y cuatro piezas adicionales en el reciente EP Todos contra todos), aunque la banda ha urdido para el directo un estupendo pr¨®logo instrumental en el que Rodr¨ªguez dibuja et¨¦reos arpegios de guitarra, casi a la manera de Durruti Column. Y Abraham le hinca el diente a Las ruinas con la garganta a¨²n destemplada, aunque se trata de un desajuste fugaz. Cosa distinta es que el timbre de voz del vigu¨¦s sea apto para todos los p¨²blicos: c¨¢lido pero lineal y sin matices, como manda uno de los c¨¢nones m¨¢s discutibles en la religi¨®n indie.
Lo mejor de Le¨®n Benavente es su capacidad para retratar, de forma a veces sutil y otras abiertamente airada, este mundo en descomposici¨®n del que nos ha tocado ser testigos. T¨ªtulos como Las hienas a¨²nan un ideario incierto y escocido con un desparpajo mel¨®dico casi nuevaolero. El mensaje parece claro: si todo se derrumba, que la hecatombe nos sorprenda al menos con los amplis echando humo. Ese hedonismo sonoro se agudiza en la casi discotequera Estado provisional, que parece una canci¨®n de Fangoria en la que supli¨¦ramos la frusler¨ªa por la metaf¨ªsica.
Los 70 minutos de comparecencia resultaron fulgurantes e intensos. Alguna de las nuevas composiciones, en particular Muy fuerte, acent¨²a la apuesta inicial y bordea un saludable encabronamiento. Sorprende comprobar lo bien que encaja con esa actitud enfurru?ada la versi¨®n de Europa ha muerto, un tema de Ilegales con tres d¨¦cadas a sus espaldas. Y el desierto semic¨ªrculo central lo termina ocupando finalmente el mentor com¨²n para La gran desilusi¨®n (¡°Al despertar, segu¨ªa la radiaci¨®n¡±), aunque pareci¨® un cierto desperdicio que a Nacho Vegas se le reservaran solo las segundas voces.
Como el esp¨ªritu es de exaltaci¨®n creciente, el ¨²ltimo tramo desemboca en la deseada ebullici¨®n sangu¨ªnea con los dos grandes trallazos de la banda. ?nimo, valiente es pegadiza, se permite un riff de guitarra y, aun en su ambig¨¹edad, encierra un mensaje seguramente m¨¢s mal¨¦volo que halagador. Y Ser brigada constituye un gran hallazgo, casi una road movie recitada en torno al amor salvaje. El siempre expresivo Edu Baos se revuelca por el suelo con su bajo mientras Abraham Boba, definitivamente desmelenado (en todas las acepciones del t¨¦rmino), maltrata, golpea y zarandea cuantos micr¨®fonos encuentra a su paso. La furia al fin desatada constituye un estupendo b¨¢lsamo para encarar la vuelta a casa y apela a una catarsis a la que el rock nacional, ahora m¨¢s que nunca, no puede permanecer ajeno.
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