Sobre todo, que no decaiga
A dos semanas de haberse hecho p¨²blica la pregunta, se ha dejado de hablar de ella. Dudo que a alguien le pueda sorprender semejante hecho. Como a estas alturas se ha hecho evidente para todo el mundo, su extravagante contenido no era m¨¢s que una ¡°patada a seguir¡± (por utilizar la certera expresi¨®n de Jos¨¦ Antonio Zarzalejos) destinada a ganar tiempo. Se trataba con ello, no solo de conseguir que el gobierno de Artur Mas, con los presupuestos por fin aprobados, dispusiera del necesario bal¨®n de ox¨ªgeno que le permitiera plantearse la posibilidad t¨¦cnica (la pol¨ªtica responde a otra l¨®gica) de agotar la legislatura, sino, tal vez sobre todo, de volver a colocar la pelota en el tejado del Estado, en la confianza de que el previsible rechazo de este proporcionara al bloque soberanista la cohesi¨®n que necesitaba con car¨¢cter de urgencia.
Por suerte para los soberanistas, el gobierno central ha hecho lo que se esperaba de ¨¦l y, para empezar, ha rechazado de plano la iniciativa de la consulta (por cierto, ?alg¨²n gobierno del mundo habr¨ªa reaccionado de otra manera ante el anuncio unilateral de convocatoria de un refer¨¦ndum para la secesi¨®n de una parte de su territorio?). Habr¨¢n observado ustedes que tal rechazo, lejos de sumir en una gran preocupaci¨®n a los partidarios de la pregunta-que-nunca-se-har¨¢, les ha provocado un notable alivio y una indisimulada satisfacci¨®n. El enemigo exterior hab¨ªa acudido a la cita y, por a?adidura, lo hab¨ªa hecho en esta ocasi¨®n acompa?ado del principal partido de la oposici¨®n. Misi¨®n cumplida, parecen relamerse algunos (ya conocen la cancioncilla: ¡°PSOE-PP, la misma cosa es¡±). La jugada no pod¨ªa haberles salido mejor: ya pueden regresar tranquilamente a la casilla de salida. El mensaje ha salido reforzado: a falta de programa, tenemos un robusto enemigo (Espa?a, claro). Pero, sobre todo, a falta de hoja de ruta, tenemos ilusi¨®n, una redoblada ilusi¨®n, parecen decir.
El nacionalismo trata de situar el debate entre dos emociones, una de signo positivo, la ilusi¨®n, y otra negativa, el miedo
En efecto, el lugar com¨²n reiterado por los soberanistas ¡ªtanto los de rancio abolengo como los sobrevenidos¡ª es que la clave del apoyo popular que est¨¢n obteniendo sus propuestas y que, seg¨²n dicen, no deja de incrementarse, reside precisamente en la ilusi¨®n que, en una ¨¦poca de decepci¨®n y derrotismo generalizados como la presente, ha conseguido generar entre los ciudadanos. Sin embargo, he escrito hace un momento ¡°pueden regresar a la casilla de salida¡± porque, a poco que se piense en este asunto, se observar¨¢ que no nos encontramos ante una novedad que introduzca un cambio cualitativo respecto a otras formas de movilizaci¨®n pasadas. De hecho, el registro al que ahora se est¨¢ apelando es en el fondo id¨¦ntico al que esas mismas fuerzas pol¨ªticas vienen utilizando desde hace d¨¦cadas. Me refiero a la emotividad. Y si en el pasado el sentiment era el reiterado recurso que terminaba cortocircuitando la posibilidad de aut¨¦nticos debates en los que se explicitara el modelo de sociedad que se estaba proponiendo para Catalu?a, ahora la tan cacareada ilusi¨®n es el gran argumento (por no decir el ¨²nico) para abortar cualquier posibilidad de discusi¨®n.
La realidad no me dejar¨¢ mentir. Hace algunas semanas, el portavoz Homs, siempre alerta, ya pon¨ªa sobre aviso a la ciudadan¨ªa catalana acerca de la que se le ven¨ªa encima en la campa?a de las pr¨®ximas elecciones europeas. Que no era otra cosa que lo que se acostumbra a denominar desde el soberanismo la campa?a del miedo. Rep¨¢rese que el r¨®tulo tanto vale para un roto como para un descosido. Cualquier cr¨ªtica al proceso, por m¨¢s fundamentada que est¨¦ o por m¨¢s altas autoridades europeas (los mism¨ªsimos Durao Barroso o Van Rompuy) o espa?olas (supongamos, el gobernador del Banco de Espa?a) que la puedan formular, si puede parecer que amenaza con pinchar el globo de la ilusi¨®n es rechazada de principio por medio de dicha respuesta.
Por suerte para los soberanistas, el gobierno central ha hecho lo que se esperaba de ¨¦l y, para empezar, ha rechazado de plano la iniciativa de la consulta
El asunto queda as¨ª planteado en el terreno favorito del nacionalismo desde siempre, el de los sentimientos, con lo que el conflicto pasa a ser en realidad entre dos emociones, una de signo inequ¨ªvocamente positivo, la ilusi¨®n, y otra de car¨¢cter claramente negativo, como es el miedo. Y, claro, ?qui¨¦n va a estar a favor de tan sombr¨ªa y triste emoci¨®n disponiendo de una estimulante ilusi¨®n a la que aferrarse? Pero habr¨¢ que recordar lo obvio: una emoci¨®n no es ni buena ni mala en cuanto tal. Mejor dicho, puede ser buena o mala, seg¨²n las razones que la sustenten y, no se olvide, los comportamientos que propicie.
Sin embargo, a la ciudadan¨ªa catalana se le ha venido hurtando sistem¨¢ticamente la explicitaci¨®n de las consecuencias de la publicitada ilusi¨®n. En su lugar, se ha puesto encima de la mesa el dato, la cifra, el n¨²mero. La movilizaci¨®n misma queda as¨ª convertida en argumento, presuntamente incontrovertible. ?Alguien osar¨ªa problematizar, poner en cuesti¨®n o dudar del buen sentido que asiste a la ilusionada multitud sin recibir a los pocos segundos el reproche de no ser un aut¨¦ntico dem¨®crata? Inquietante manera esta, ciertamente, de entender la democracia por parte de algunos, que, para mayor abundamiento, ya empiezan a acariciar la fantas¨ªa de llenar Catalu?a la Diada de 2014 de miles de plazas Tahir, como si, en presencia de las masas, a la raz¨®n no le cupiera otra alternativa que la de callar.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la UB.
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