Irresponsables de todos los pa¨ªses, ?un¨ªos!
Se dir¨ªa que a este convencimiento exculpatorio de la responsabilidad individual le subyace un t¨®pico trivialmente rousseauniano
Pedir a alguien que nos seduzca tiene algo de profundamente autocontradictorio. La petici¨®n se alinea con viejas paradojas, bien conocidas desde Zen¨®n de Elea (siglo V a. de C., imaginen), como podr¨ªan ser las ¨®rdenes "desobed¨¦ceme", "mi¨¦nteme" o similares, de imposible cumplimiento a poco que se piense en su contenido. Pero, m¨¢s all¨¢ de su car¨¢cter autocontradictorio, la solicitud de seducci¨®n presenta otro rasgo, mucho m¨¢s importante desde el punto de vista de las ideas.
Porque "sed¨²ceme" tambi¨¦n parece expresar por parte de quien lo solicita una cierta minor¨ªa de edad mental, por decirlo esta vez con la cl¨¢sica expresi¨®n de Kant, aplicada por el fil¨®sofo alem¨¢n a los preilustrados que no se atrev¨ªan a pensar por su cuenta y, en consecuencia, tampoco a actuar con id¨¦ntica autonom¨ªa. Efectivamente, quien plantea a su interlocutor un requerimiento como el indicado le est¨¢ transfiriendo, en el mismo movimiento, toda la responsabilidad. Si ocurre algo, ser¨¢ consecuencia de que la tarea de seducci¨®n ha sido llevada a cabo con ¨¦xito y no ha habido forma humana de resistirse, lo que eximir¨ªa de toda rendici¨®n de cuentas al seducido; en caso contrario, la responsabilidad igualmente corresponder¨¢ al fallido seductor, que no ha sabido estar a la altura de la oportunidad que se le brind¨®.
An¨¢loga funci¨®n cumplen otros t¨®picos, asimismo muy presentes en nuestro lenguaje ordinario. Tal es el caso de cuando muchas personas que han experimentado una mudanza ideol¨®gica importante la atribuyen, no a un proceso reflexivo o autocr¨ªtico, sino a un presunto interlocutor radicalmente opuesto que, en su intransigencia, les ha abocado a una posici¨®n impensada por ellas mismas hace un tiempo. Para no andar todo el rato con citas de autoridad, que es una lata, podr¨ªamos buscar ejemplos mucho m¨¢s banales que sirvan para ilustrar esta segunda actitud. Hace muchos a?os estuvo de moda una cancioncilla cuyo estribillo acab¨® haciendo fortuna: "soy rebelde porque el mundo me ha hecho as¨ª". No importa ahora detenerse en considerar las razones, m¨¢s bien rid¨ªculas, que supuestamente justificaban la rebeld¨ªa de la cantante que interpretaba la pieza. Lo realmente digno de atenci¨®n es el hecho de que le endosara al mundo la causa de su rebeld¨ªa, dando a entender que, de no ser por la desafortunada intervenci¨®n de este, otro gallo hubiera cantado. Pero hubiera cantado, ?qu¨¦ melod¨ªa en concreto? Porque es probable que resida aqu¨ª el quid de la cuesti¨®n que, al soslayarse, da por supuesto precisamente lo que de veras necesita explicaci¨®n. Que no es otra cosa que ese convencimiento, tan grato a todo tipo de sociologismos vulgares, seg¨²n el cual le corresponde al mundo la completa responsabilidad por nuestros males. El convencimiento est¨¢ lejos de ser obvio. Tal vez formulando la cosa a la inversa quede m¨¢s claro lo que pretendo plantear. Imaginemos por un momento una hip¨®tesis decididamente extravagante, la de que, en contra de lo que proclamaba la canci¨®n, el mundo no hubiera intervenido de ninguna manera en la forma de ser de Jeanette. ?C¨®mo hubiera sido entonces la chica, ya que se supone que no rebelde? ?Normal, tal vez? Y eso, ?qu¨¦ significa con exactitud?: ?conservadora?, ?acomodaticia?, ?c¨ªnica?, ?un poquito reformista?
Se dir¨ªa que a este convencimiento exculpatorio de la responsabilidad individual le subyace un t¨®pico trivialmente rousseauniano, allegable a la figura del buen salvaje maleado por una sociedad portadora de todos los vicios y males imaginables. La aparente rebeld¨ªa resulta ser as¨ª, en realidad, a?oranza de una especie de estado de naturaleza originario, prepol¨ªtico, en el que el individuo habr¨ªa desarrollado libremente sus capacidades sin verse coartado por el grupo o, m¨¢s all¨¢, por el mundo.
Valdr¨¢ la pena subrayar, no tanto la falacia que supone ubicar la bondad en ese fantasioso pasado, como la impl¨ªcita desvalorizaci¨®n de las creencias actuales de quien as¨ª plantea las cosas. ?Qu¨¦ pensar¨ªamos del neoliberal ultracompetitivo de nuestros d¨ªas que nos confesara que ¨¦l era anta?o un izquierdista revolucionario, pero que abdic¨® de todas sus radicalismos juveniles tras un oportuno viaje a Cuba? Sin duda, que sus convencimientos de ahora no resultan suficientemente consistentes. De la misma forma que tampoco podr¨ªamos dejar de pensar que su pasada adhesi¨®n hab¨ªa quedado, tras semejante mudanza, severamente cuestionada.
Pero los planteamientos se?alados no constituyen monopolio de ning¨²n sector ideol¨®gico o pol¨ªtico. Frases como "la culpa de que me haya convertido en lo que soy la tienen ellos" o "si nos hubieran hecho una oferta seductora, nos hubi¨¦ramos comportado de una manera diferente", las han pronunciado voces de los m¨¢s variados registros. El denominador com¨²n es en todos los casos una notoria incapacidad para pensar y actuar por cuenta propia. La autonom¨ªa moral o pol¨ªtica reclamada por Kant se ve sustituida por una espec¨ªfica heteronom¨ªa, en la que el rechazo de los valores del otro se convierte en la norma propia. Por eso, la kriptonita de tales sujetos es una pregunta muy sencilla: "Usted, al margen de todo aquello de lo que est¨¢ en contra, ?a favor de qu¨¦ est¨¢ exactamente?".
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