Revistas de toros
Los viejos Encantes nuevos de Barcelona, a pesar de su desnaturalizaci¨®n, a¨²n dejan espacio para el hallazgo de lo largamente a?orado o deseado
![“Esta vez me he traído ejemplares de la revista 'El Ruedo'. Tienen fotos alucinantes de toreros tumbados en la cama...”](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/OLPWJ32SV3JDHZLJWRKDJVOQYE.jpg?auth=ac8ecc5b28795931de774463fef78a5b79ad98d95251508f338bcc89d8b956ac&width=414)
No s¨®lo de PAH vive el hombre. El otro d¨ªa me fui a los Encantes, donde se amontonan los libros sin casa, viejas bibliotecas desahuciadas por defunci¨®n del due?o, o por no poder atender. Los Encantes se han convertido ahora en un centro comercial con sus diferentes niveles y su planta baja a modo de zoco, con rampas igual que l¨ªneas ascendentes en un gr¨¢fico, y el restaurante como prolongaci¨®n del consumo. Los centros comerciales est¨¢n cobrando vida: son inteligentes, tienen est¨®mago y se reproducen. A los Encantes ya no se va a la ventura, se va a comprar como tambi¨¦n se va a comprar al centro de Barcelona o a los museos. Les han quitado a los Encantes el polvo, la tierra, el suelo, todo lo que somos, la ocasi¨®n, la pobreza... Esa es la palabra. El Ayuntamiento se ha empe?ado en ocultar la pobreza en todas sus manifestaciones, en las dolorosas y en las dignas. L¨¢stima que no ponga el mismo empe?o en solucionarla. Al Ayuntamiento le da miedo la intemperie, y por eso ha desnaturalizado ese mercadillo, que en esencia no es m¨¢s que un callej¨®n de almas perdidas, un saco con pulgas donde duermen tesoros. En unos encantes callejeros, en los del Jeu de Balle de Bruselas, es donde Herg¨¦ empieza a contar la historia de El secreto del Unicornio; pero, en la Barcelona de hoy, a Tint¨ªn le hubieran pedido un ojo de la cara por la maqueta del barco y ni siquiera estar¨ªa en el suelo entre mil cacharros, pues no habr¨ªa cacharros en el suelo sino en mostradores de metacrilato, etiquetados con palabras tah¨²r como vintageo coleccionismo. Aunque lo m¨¢s probable es que Herg¨¦ hubiese pasado de entrar en los Encantes al ver ese edificio donde los han metido, que es como un monumento bizarro al hipermercado, a la gran superficie; de modo que estar¨ªamos tal como estamos ahora. Igual que el coronel no tuvo quien le escribiera, los Encantes no tienen quien los dibuje.
Les han quitado a los Encantes el polvo, la tierra, el suelo, todo lo que somos, la ocasi¨®n, la pobreza...
?Y sin embargo ya digo que fui el otro d¨ªa a los nuevos Encantes viejos. Cuando el alcalde Trias hizo su campa?a para las elecciones municipales, se present¨® como ¡°El alcalde de las personas¡±; pero en realidad est¨¢ siendo el alcalde de las cosas. En Barcelona, las personas hemos quedado relegadas a la condici¨®n de mirones. Lo que aqu¨ª se impone son las cosas, y nuestra funci¨®n es mayormente admirarlas. Desde las luces de Navidad de cada a?o hasta la luminosa plaza que han construido al lado de los Encantes, junto al museo del Dise?o. No s¨¦ lo que en pol¨ªtica se entiende por persona. Uno puede hacerse una idea de lo que esta palabra significaba para Ingmar Bergman, porque al menos ¨¦l intentaba explicarlo aunque la protagonista de la pel¨ªcula no fuera capaz de hablar. Pero es que una persona es eso, un conflicto. Sin embargo, en Barcelona no hay cabida para el conflicto, para la contradicci¨®n, para la dial¨¦ctica. Es decir, no hay espacio para entenderse. Al Ayuntamiento le importan un pito las personas y los individuos, prefiere la multitud, el mogoll¨®n de patinadores. Un alcalde de las personas har¨ªa en primer lugar lo que lleva impl¨ªcito la palabra persona: dar la cara. En griego antiguo, la palabra persona designaba la m¨¢scara del actor, el que aparece ante el respetable y se la juega. S¨ª, desde luego, se trata de una m¨¢scara; lo que ocurre es que detr¨¢s de las m¨¢scaras no hay m¨¢s que nuevas m¨¢scaras. Lo dec¨ªa muy bien Borges: ¡°Yo, que tantos hombres he sido...¡±. Pero el mundo se les est¨¢ poniendo dif¨ªcil a las naturalezas parad¨®jicas. A Hamlet hoy lo hubieran lapidado. S¨®lo hay cabida para gente sin contradicciones. Mala gente.
No fui en busca de libros a los Encantes, sab¨ªa que ese d¨ªa no iba a por libros; me llevaba un deseo todav¨ªa m¨¢s profundo. Si existe algo que me guste m¨¢s que los libros son las revistas. So?¨¦ con ser escritor pensando que escribir¨ªa en revistas. La revista es la hoja blanda, la m¨¢quina blanda de las mentes dispersas, superficiales, ligeras de cascos. La revista es el peri¨®dico de vacaciones. Y por eso nunca pude ser periodista, porque se trata de algo vocacional y yo nac¨ª vacacional. Revistero como Alady. En los encantes he encontrado colecciones del Teleprograma encuadernadas en piel. Unamuno le llamaba intrahistoria y nosotros le decimos TP, porque en esas p¨¢ginas est¨¢ escrito y fotografiado todo lo que nos pertenece. Legendarios actores del Estudio Uno ahora olvidados porque las leyendas son ciudades sin nombre. Series de televisi¨®n de cuando lo importante era la m¨²sica del principio y la foto del prota (es que la emoci¨®n es eso, ¨¦se es el lirismo, ah¨ª est¨¢ la poes¨ªa: despu¨¦s de una buena sacudida, ya no hace falta que te cuenten nada, y por eso aquellas series acababan contando siempre lo mismo; las de ahora aspiran a contar, a la narratividad, pero eso es una vulgaridad para prosistas; a Baudelaire le hubiera bastado con o¨ªr la m¨²sica de Hawai 5.0). Las revistas no son pasado ni presente ni futuro. Se han quedado colgadas en la actualidad. La actualidad es la espuma de los d¨ªas. Otra vez encontr¨¦ muchos n¨²meros de los a?os cuarenta de Ritmo y Melod¨ªa, revista de jazz que se hac¨ªa en Barcelona (Villarroel, 18). Escritas en plena segunda guerra mundial y llenas de fotos de Glenn Miller en vida, de los Mills Brothers, y de novedades de Barcelona, anuncios de la Orquesta Jaime Planas, de Luis Rovira y su Orquesta... Esta vez me he tra¨ªdo ejemplares de la revista El Ruedo. Tienen fotos alucinantes de toreros tumbados en la cama, tap¨¢ndose con la s¨¢bana y con los ojos muy abiertos. Y muchas otras son de toros en Barcelona, o reportajes del tipo La Virgen de la Merc¨¦, barcelonesa y taurina. Con los toros me pasa como con el nacionalismo, que no me gustan, pero nunca los prohibir¨ªa porque creo que entiendo a las dos partes. Malos tiempos para las almas contradictorias. Los que no admiten contradicciones las echan del juego dici¨¦ndoles: conmigo o contra m¨ª. ?Qu¨¦ chantaje!
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