Una victoria cantada
La f¨®rmula de baile y dramatismo sigue resultando imparable, aunque los brit¨¢nicos acumulen demasiados a?os sin mejoras en su discograf¨ªa
Hay conciertos de pron¨®stico tan predecible como las eliminatorias previas en la Copa del Rey. Y Depeche Mode encajan, para lo bueno y lo malo, en todos los par¨¢metros de la predictibilidad. No modifican el repertorio de una noche a otra aunque les contemplen 13 discos. Son tan conscientes de que no hacen un disco enorme desde Songs of faith and devotion (?1993!) que el pen¨²ltimo, Sounds of the universe, ha desaparecido del repertorio, y al reciente Delta machinele ocurrir¨¢ algo semejante si un d¨ªa encuentra sucesor.
Podemos pronosticar hasta los giros de bailarina rusa con los que Dave Gahan irrumpe en el Palacio de los Deportes, primera muestra de esa desmesura esc¨¦nica que le caracteriza desde los a?os mozos. Pero esto es m¨²sica para las masas, se?ores; ya lo dec¨ªa el t¨ªtulo del ¨¢lbum. Y a la afici¨®n siempre le gusta asistir a una goleada del equipo local.
Puede que el arranque del espect¨¢culo, con Welcome to my world, resulte tan rob¨®tico que hasta a los brazos m¨¢s propensos a levantarse les entra la pereza. La disposici¨®n esc¨¦nica, con tres teclistas de hieratismo marcial y uniformes oscuros, hace que toda la responsabilidad de la seducci¨®n colectiva recaiga sobre Gahan, que la asume encantad¨ªsimo. Su repertorio de sacudidas convulsas, casi siempre p¨¦lvicas, arranca en Angel of love y ya no se detendr¨¢ en toda la noche. De acuerdo, el movimiento de peonza y las apelaciones a la ambig¨¹edad sexual pueden acabar pecando de redundantes, pero siempre queda la posibilidad de refocilar con el pie del micr¨®fono en la entrepierna. Y s¨ª, acaba sucediendo en Policy of truth. El cantante acaparador de miradas va camino de los 52 a?os, pero puede lucir torso desnudo a partir de Black celebration sin reproche posible a su entrenador personal. La carnalidad es tan expl¨ªcita que se agradece, por contraste, el par¨¦ntesis ac¨²stico que brindan Slow y But not tonight, con Martin L. Gore en la voz cantante y un piano por todo acompa?amiento.
El aut¨¦ntico cerebro de la banda aporta menos manierismo, pero nos recuerda que casi todo el repertorio de Depeche Mode, por hedonista que parezca, encierra una notable carga de drama. Vivir duele, aunque podamos disimularlo bailando.
En esa ambivalencia radica, seguramente, la longevidad de los de Essex. Los corazones de silicio marcan los implacables ritmos binarios, pero el trasfondo es lo bastante grave como para escribir, por ejemplo, Un dolor al que estoy acostumbrado. Las caderas se revolucionan al tiempo que el subconsciente toma nota. El propio t¨ªtulo Delta machine lo sugiere: la electr¨®nica y el blues no tienen por qu¨¦ ser antag¨®nicos. Incluso las m¨¢quinas, bien manejadas, pueden transmitir una intensa sensaci¨®n de calor.
La nueva gira dista de ser redonda. La escenograf¨ªa, con discretas proyecciones de v¨ªdeo, resulta de una parquedad extra?a: hablamos de una banda que pulveriza 30.000 entradas (esta noche repiten comparecencia) con meses de antelaci¨®n y precios de alta gama. El papel de Andrew Fletcher como tercero en discordia sigue pareciendo misteriosamente irrelevante. La pasi¨®n en la grada no siempre resulta proporcional a los decibelios invertidos o a los gestos voladores de Gahan. Pero entramos en la apoteosis final, con Enjoy the silence y Personal Jesus (de precioso pr¨®logo ralentizado), y la avalancha de goles ya es imparable. Para mayor gloria, los chicos esta vez no nos birlan Just can't get enough. Y esa s¨ª es buena manera de inaugurar el fin de semana.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.