Mujeres y hombres; el conflicto de las relaciones
Muchas mujeres y hombres nos oponemos a las doctrinas, religiosas o laicas, de los conservadores que se empe?an en intervenir en las vidas privadas de las gentes
En el asunto que hoy perturba al presidente de los franceses, este ha hecho lo que era de esperar en un pa¨ªs que, en general, se muestra acorde con la tradici¨®n ilustrada del derecho de los ciudadanos a mantener la privacidad en determinados asuntos. Se trata de un principio que se impone como defensa de la libertad del individuo contra los excesos de moralistas e inquisidores, que se sent¨ªan autorizados a intervenir en los amores de las gentes as¨ª como en los pactos matrimoniales y en las conductas privadas de las parejas.
Pero esta tradici¨®n, de la que particip¨® tambi¨¦n el difunto Mitterrand, entre otros hombres p¨²blicos, no parece convencer a todos por igual. As¨ª, los cr¨ªticos de Hollande se fijan en la relaci¨®n que puede existir entre lo p¨²blico y lo privado (se preguntan, por ejemplo, sobre cosas como la seguridad del presidente o sobre los gastos que generan sus devaneos); o van m¨¢s lejos, como quien en Espa?a se escandaliza porque piensa que un presidente con una vida sentimental agitada -un despendolado, en palabras de Trias Sagnier en EL PA?S del d¨ªa 20 pasado- no puede ser respetado por sus conciudadanos ni ser un buen gobernante. Depende del criterio moral de las gentes. No nos dejemos confundir, lo que aflige a las democracias y a muchos espa?oles no es la libido o las perturbaciones amorosas de nuestros hombres p¨²blicos sino el descaro de los corruptos que, en muchos casos, van a misa y exhiben un comportamiento familiar al uso.
Sin embargo, el problema que quiero plantear es otro, relacionado con las mujeres. Puede ocurrir ¨Cde hecho ocurre- que aquellos que hoy defienden la libertad sexual de Hollande (como anta?o la de Mitterrand o Clinton) fijen sus argumentos en la defensa de la libertad, pero sin advertir que, tradicionalmente, han sido los hombres los que han hecho mayor uso de la libertad sexual. As¨ª, por ejemplo, se pone de manifiesto en la m¨ªtica figura del Don Juan, que, aun denostada por la moral religiosa, recibe un tratamiento m¨¢s benigno en la obra de Moli¨¨re o en la ¨®pera Don Giovanni de Mozart. Estos autores no persiguen tanto la condena del hombre pecador como la elevaci¨®n del mito de la potencia viril que se resiste a la norma de vida que le imponen los poderes opresores de los sacerdotes, del padre o de la familia.
M¨¢s cat¨®lico, el Don Juan de Zorilla se arrepiente y acepta la moral que le impone la contenci¨®n de la pasi¨®n sexual, la constancia amorosa y la fidelidad conyugal. En la literatura es dif¨ªcil encontrar una imagen semejante referida a las mujeres: el libertinaje de la mujer no ha sido tratado con la misma benevolencia, ni ha tenido -?tiene?- buena prensa. Los hombres, escribe Rousseau, hacen las leyes morales que las mujeres deben practicar y hacer cumplir, si cabe, a los hombres. Como moralista se afana el fil¨®sofo franc¨¦s en escribir tratados y novelas, para dar carta de naturaleza a la diferencia de los sexos y a las morales: as¨ª la naturaleza racional de los hombres y la fuerza de las pasiones viriles se muestra en contraste con la sentimentalidad de las mujeres y el pudor y la contenci¨®n que ser¨ªan propios -y deseables- en el sexo femenino.
Me dir¨¢n que esto ha cambiado -?menos mal!-. Ning¨²n liberal que se precie podr¨ªa hoy negar a las mujeres las mismas libertades que se conceden a los hombres. Ni duda nadie de que las mujeres son ahora m¨¢s libres y aut¨®nomas en sus relaciones con los hombres. Pero los casos, p¨²blicos y privados, que todos conocemos ponen de relieve la desigualdad de las conductas y tambi¨¦n las percepciones encontradas: las mujeres suelen ser las enga?adas, las que a¨²n soportan, padecen y perdonan las infidelidades masculinas; mientras los hombres que afirman su libertad pueden no sentirse culpables y quejarse incluso por las demandas o los reproches de sus esposas o amantes. ?Qui¨¦n en estos d¨ªas no se ha visto involucrado en una discusi¨®n sobre a diferencia de las costumbres y si cabe la condena o la disculpa de la conducta de Hollande y qui¨¦n no ha o¨ªdo opinar sobre el sentimiento de las mujeres implicadas o sobre la pertinencia de sus reacciones? El debate y el combate que se produce es intenso.
El problema que se revela en estos casos es que la libertad moral que ahora se reclama sencillamente no funciona sin igualdad. Y el asunto a¨²n puede complicarse si, en lugar de avanzar en la construcci¨®n de una mayor igualdad entre los sexos, retrocedemos sosteniendo las diferencias, ideol¨®gicas, morales o de estatus, econ¨®mico y social. Por eso, muchas mujeres y hombres, siguiendo los pasos del liberalismo democr¨¢tico y del feminismo, nos oponemos -f¨¦rreamente- a las doctrinas, religiosas o laicas, de los conservadores que se empe?an en intervenir en las vidas privadas de las gentes y que trabajan de un modo particular para que las identidades de los sexos no se alteren y se mantengan las desigualdades.?Atentos pues al peligro de Gallard¨®n!
Isabel Morant es catedr¨¢tica de Historia Moderna y miembro del Institut Universitari d'Estudis de la Dona de la?Universitat de Val¨¨ncia
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