Aza?a en un callej¨®n
El recuerdo de su figura de estadista ha sido degradado, y su memoria, humillada
El pasado 28 de febrero, el pleno municipal del del Ayuntamiento de Valencia aprob¨® rotular como calle Manuel Aza?a (el que fuera abogado, pol¨ªtico y escritor; dos veces presidente de la Segunda Rep¨²blica y presidente del Gobierno republicano entre 1931 y 1939) un callej¨®n curvo y sin relieve que comunica un estadio de f¨²tbol con un espacio comercial, en el barrio de Orriols. El poder municipal bautiz¨® al tiempo, la gran arteria que cruza el ultimo tramo del bulevar sur, como avenida Fernando Abril Martorell, pol¨ªtico valenciano que fuera vicepresidente del gobierno de UCD.
Conseguir que una calle lleve el nombre de Aza?a, tras 75 a?os de olvido, puede parecer un logro. En todo caso min¨²sculo, si pensamos en el agravio comparativo. Abril tratado como un pol¨ªtico af¨ªn al actual poder valenciano. Aza?a, como el pol¨ªtico demonizado que dirigi¨® la Segunda Rep¨²blica (origen para la derecha de todos los males) y perdedor de una Guerra Civil. A cada cual lo suyo. Es precisamente ahora cuando conviene recordar que fue Aza?a quien, con toda legitimidad democr¨¢tica, personific¨® la Segunda Rep¨²blica, siendo por ello, crucificado por la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica, la militar, y por los sectores m¨¢s conservadores de la clase pol¨ªtica que secundaron el golpe de estado de 1936 contra el r¨¦gimen republicano que el presid¨ªa. En mi opini¨®n, una vez m¨¢s, el recuerdo de su figura de estadista ha sido degradado, y su memoria, humillada. Reducir la presencia de un gigante de la pol¨ªtica y de la historia a figurar en el r¨®tulo de un callej¨®n secundario es adem¨¢s de una groser¨ªa pol¨ªtica, un desacato cultural, una demostraci¨®n de la entra?a impopular del des-gobierno municipal valenciano, el mismo que presuntamente, claro, est¨¢ detr¨¢s del caso Emarsa, entre otros desacatos ciudadanos, pese a los continuados esfuerzos de la oposici¨®n.
Manuel Aza?a presid¨ªa el gobierno, cuando se traslad¨® a Valencia entre 1937 y 1938. Simultane¨® sus audiencias y despachos en la ciudad con su residencia en la finca La Pobleta (confiscada a sus propietarios) en el t¨¦rmino de Serra, a dos kil¨®metros de la Cartuja de Portaceli. All¨ª el Jefe del Estado republicano escribi¨® una parte esencial de sus memorias, Los Cuadernos de la Pobleta, dando cuenta de sus idas y venidas a Valencia, de sus vivencias acerca de uno de los peores bombardeos a manos de la aviaci¨®n italiana, de entrevistas, conversaciones, paseos, y decisiones pol¨ªticas. A trav¨¦s de su libro vivimos la zozobra de los gobernantes de verdad, al tomar decisiones trascendentes para los ciudadanos. Un ejemplo permanente de clarividencia y dignidad pol¨ªticas, algo a lo que hoy no estamos acostumbrados.
Jos¨¦ Antonio Vidal Casta?o es historiador
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