La casa ¡®Q¡¯
Cuando una persona sana que se desplaza va produciendo una columna, renovada cada minuto, de 37 millones de bacterias
Los f¨ªsicos han llegado a la conclusi¨®n de que solo somos capaces de percibir el 10% de la realidad que nos rodea. Visto desde el otro extremo, esto quiere decir que, a causa de la precariedad de nuestros sentidos, somos incapaces de percibir el 90% de las cosas que suceden a nuestro alrededor. El diario The New York Times public¨® hace unos meses un apasionante art¨ªculo (escriba usted en Google: Mapping the great indoors), que luego se ha ido extendiendo en cuatro o cinco art¨ªculos m¨¢s, en el que se analizaban los resultados de un experimento que un grupo de cient¨ªficos est¨¢ desarrollando en la Universidad de Colorado. La luz que arroja el art¨ªculo sobre ese 90% de realidad que nos rodea, y que somos incapaces de percibir, nos obliga a relativizar nuestro sistema de creencias, todo aquello que damos por hecho, o por visto u o¨ªdo, y que en realidad es otra cosa, o no es nada en absoluto.
La evidencia que presenta este grupo de cient¨ªficos, que viene a decir que en t¨¦rminos de percepci¨®n f¨ªsica nuestra vida es 90% ficci¨®n, puede servir para ¡°darse un ba?o tumba¡±, como dir¨ªa el poeta Neruda, para hacer un ejercicio de humildad, que nunca viene mal.
Resulta que en la ciudad de Boulder, Colorado, hay una casa, organizada por un experto en microbiolog¨ªa, donde se est¨¢ realizando un desasosegante experimento. La casa ha sido bautizada con un nombre clave que responde a la nomenclatura particular de los experimentos de esa universidad: se llama la casa Q.
Dentro de Q se observa la vida microbiana y sus reflujos, desde los inmundos ¨¢caros, que infestan cabelleras, cojines y, sobre todo, las almohadas donde ponemos cada noche la cara, hasta ejemplares con menos difusi¨®n, pero con la misma, e insistente, presencia. El ambiente dentro de Q es el que habr¨ªa dentro de una casa con familia est¨¢ndar, de cuatro individuos, con gato y perro. La estandarizaci¨®n es, se entiende, la de Boulder, Colorado, as¨ª que usted, que probablemente vive en un piso en Barcelona, puede hacer el descuento de personal, o el a?adido, que considere pertinente.
Los humanos somos un gran, e involuntario, foco de infecci¨®n; cada vez que un trozo de piel desnuda entra en contacto con cualquier superficie
La nube microbiana que produce esta formaci¨®n familiar est¨¢ndar es el objeto de estudio del microbi¨®logo, y conforma una mara?a, imperceptible para el ojo humano, de cientos miles de organismos que viven en el pelo, de los humanos y de los animales, y en los restos de piel muerta que va uno dejando, sin saberlo y sin querer, cada vez que toca una mesa, una copa, la mejilla de su mujer o el tel¨¦fono. En la cocina, por ejemplo, predominan los microbios relacionados con la piel humana, staphylococcaceae o corynebacteriaceae, pero tambi¨¦n los que llevan los productos crudos, que conservan part¨ªculas microsc¨®picas de tierra, m¨¢s los organismos de vocaci¨®n acu¨¢tica que pueblan el grifo, la pica y su siempre h¨²meda periferia. De manera paralela a la casa Q, como impone el rigor de los cient¨ªficos de aquel pa¨ªs, se ha realizado un estudio en 40 casas, en Carolina del Norte, cuyos resultados coinciden con los obtenidos en Colorado.
Seg¨²n este estudio los humanos somos un gran, e involuntario, foco de infecci¨®n; cada vez que un trozo de piel desnuda entra en contacto con cualquier superficie, esta se queda infestada de nuestra vida microbiana, vamos colonizando parcelas sin darnos cuenta y, en alg¨²n momento del d¨ªa, puede ser que, adem¨¢s de la persona que somos, haya m¨¢s nosotros palpitando en el lavabo, en la almohada, en la superficie del iPad. Los microbi¨®logos de la Universidad de Colorado ven esto como una cosa normal, incluso deseable pues, si no fu¨¦ramos las bombas microbianas que somos, ser¨ªamos pasto de otros universos de microbios.
Pero el dato m¨¢s sorprendente que ha salido de los experimentos en la casa Q, y de sus sat¨¦lites en Carolina del Norte, es un fen¨®meno llamado ¡°columna de convecci¨®n¡±, una traducci¨®n ligeramente coja, que han hecho los cient¨ªficos que escriben en espa?ol, pues el t¨¦rmino en ingl¨¦s, convection plume, entra?a la figura de una columna de humo, que se acerca mucho m¨¢s al angustioso fen¨®meno que voy a explicar a continuaci¨®n: una persona sana que se desplaza por un espacio determinado, va produciendo una columna formada, y renovada cada minuto, por 37 millones de bacterias. Es decir que cuando uno va caminando por la calle, por la oficina o el pasillo del cine, lo hace acompa?ado por su doble microbiano, esa columna de convecci¨®n que no nos deja ni a sol ni a sombra, ni por supuesto en la cama donde, debido a la inmovilidad en la que nos deposita el sue?o, deben irse amontonando, a lo largo de las horas, verdaderas monta?as microbianas, que ya entrada la madrugada, junto a las que produce el resto de la familia y el perro, deben desbordarse por las ventanas.
El ojo humano, por fortuna, no logra captar esta inmundicia, pero ahora que lo sabemos, ?estrecharemos manos, y abrazaremos cuerpos, con la misma alegr¨ªa? ?A d¨®nde pretendemos llegar con ese 10% p¨ªrrico de realidad que logramos percibir?
Jordi Soler es escritor. @jsolerescritor
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