Cultura, ni terap¨¦utica ni recreativa
La cultura se ha convertido en mercanc¨ªa cuyo sentido de uso ha dejado de estar en manos de los usuarios
Quienes se dedican a alguna disciplina perteneciente al ¨¢mbito de las Humanidades acostumbran a reivindicar el valor de la misma sobre el trasfondo de una concepci¨®n general de la cultura que no siempre terminan de explicitar. Sin embargo, es dicha concepci¨®n ¡ªhabitualmente trufada de t¨®picos acerca de la importancia de la dimensi¨®n espiritual de los individuos o de la educaci¨®n, junto con otras bienintencionadas consideraciones an¨¢logas¡ª la que carga de sentido y fuerza a los argumentos reivindicativos. Consideraciones todas ellas que de un tiempo a esta parte parecen haber chocado de bruces con la realidad.
?As¨ª, el joven licenciado en Letras que entra a trabajar en una productora audiovisual o en un gran grupo editorial, suele verse asignado a un departamento en cuyo r¨®tulo de entrada figura la expresi¨®n producci¨®n de contenidos, circunstancia que, lejos de resultar meramente anecd¨®tica, tiene mucho de sintom¨¢tica. En efecto, los contenidos que nuestro protagonista pueda aportar ¡ªen contra de lo que acostumbra a suponerse en una concepci¨®n tradicional de la creaci¨®n cultural, que los toma como el elemento primordial¡ª no constituyen aqu¨ª el punto de partida, el origen del proceso. Con lo que se espera m¨¢s bien que contribuya es con el relleno de un producto que ha de existir en cualquier caso, resultando irrelevante a tal fin que, si hablamos del sector audiovisual, las propuestas que presente en las reuniones del comit¨¦ correspondiente sean la de una serie para televisi¨®n sobre la vida cotidiana de nuestros antepasados en las cavernas, sobre las Cruzadas o sobre los fil¨®sofos espa?oles actuales, o, por el contrario, se incline por sugerir una serie m¨¢s o menos costumbrista sobre los disparatados conflictos de una comunidad de vecinos, un programa concurso para descubrir nuevos valores de la canci¨®n o una tertulia de debate pol¨ªtico en el que periodistas de signo ideol¨®gico opuesto se interrumpan permanentemente fingiendo discutir sobre los sucesos m¨¢s relevantes de la semana.
No se trata de escandalizarse, a estas alturas, por la mercantilizaci¨®n de los productos culturales, y, menos a¨²n, de lamentar eleg¨ªacamente la p¨¦rdida del aura de sacralidad de la que anta?o parec¨ªa venir nimbada la cultura. Lo que importa resaltar del hecho ¡ªconstatado hasta el hartazgo¡ª de que dichos productos se hayan convertido en mercanc¨ªas no es tanto que, en cuanto tales, su realidad se agote en su valor de uso como que el sentido de dicho uso hace tiempo que dej¨® de estar en manos de los propios usuarios, para pasar a venirles dado a estos desde fuera.
Se me permitir¨¢ que refiera una an¨¦cdota que constituye, a mi juicio, una reveladora met¨¢fora de lo que nos est¨¢ pasando. Escuchaba el otro d¨ªa un programa de radio en el que se abordaba la cuesti¨®n de la legalizaci¨®n de las drogas, y constataba que todos los entrevistados aceptaban, sin discutirla, la distinci¨®n entre ¡°uso terap¨¦utico¡± y ¡°uso recreativo¡± de las mismas. Reconozco que me llam¨® la atenci¨®n, adem¨¢s del empleo del adjetivo recreativo, su contraposici¨®n a terap¨¦utico. Preferir esta ¨²ltima a la contraposici¨®n necesidad/placer, por mencionar la que hasta ahora tend¨ªa a ser m¨¢s frecuente en contextos an¨¢logos, est¨¢ lejos de constituir algo banal. As¨ª, lo necesario se vincula ahora a la terapia, que es cosa de expertos (los terapeutas de lo que sea), en tanto que el placer ha perdido su antigua condici¨®n de espacio privilegiado en el que ten¨ªa lugar la emergencia de la intensidad, de la pasi¨®n, incluso del exceso, para quedar devaluado al rango de aquello que simplemente entretiene.
El desplazamiento de la contraposici¨®n constituye en s¨ª un expresivo indicador del radical empobrecimiento de nuestra experiencia, caracter¨ªstico de la ¨¦poca que nos ha tocado vivir, al tiempo que una clarificadora met¨¢fora de la l¨®gica que ordena la realidad actual. Nada queda fuera de la disyuntiva entre lo terap¨¦utico y lo recreativo: ning¨²n otro uso de los productos a nuestro alcance parece ya pensable. Son estos supuestos los que han acabado por fagocitar a la propia cultura, subsumida tambi¨¦n bajo este esquema. A terap¨¦utico (esto es, a ¨²til para remediar nuestros males, sean estos cuales sean) solo puede aspirar el conglomerado cient¨ªfico-t¨¦cnico, incluyendo en ¨¦l la variante m¨¢s cuantitativa de alguna ciencia social. El resto, con las Humanidades en lugar muy destacado, no pueden pretender como mucho otra cosa que el estatuto de lo meramente recreativo.
Est¨¢ claro: la cultura human¨ªstica tiene un severo problema. Pero mayor a¨²n es el problema de esta sociedad biopolitizada y triste, que confunde la cura con el conocimiento (acaso porque nos tiene a todos por sospechosamente enfermos) y el entretenimiento con la felicidad (acaso porque el presente orden social se ve incapaz de ofrecer un ideal de vida m¨ªnimamente feliz para todos). Por eso, entretanto no se produzcan las transformaciones en la esfera social y pol¨ªtica que pongan fin al imparable proceso de arrinconamiento de todo lo que huela Humanidades, intentemos al menos cambiar la relaci¨®n que mantenemos con sus obras. ?Qu¨¦ tal inspirarnos en Kant y empezar a tratarlas como fines en s¨ª mismas, y no como simples medios, a ver qu¨¦ pasa? Si se le hace dif¨ªcil pensarlo, se?al de que estamos en el buen camino.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la UB.
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