Una democracia restrictiva
En los ¨²ltimos a?os nadie ha violentado libertades y derechos b¨¢sicos con tanta contumacia como el gobierno del PP
Perm¨ªtanme empezar con una obviedad: todo r¨¦gimen pol¨ªtico es un sistema de control social y encuadramiento de la poblaci¨®n. Un r¨¦gimen democr¨¢tico tambi¨¦n, aunque de otra manera. Para empezar, a la poblaci¨®n se la llama ciudadan¨ªa y los ciudadanos son actores pol¨ªticos. El sistema democr¨¢tico reconoce una serie de derechos b¨¢sicos precisamente para que estos ciudadanos puedan ejercer libremente la acci¨®n pol¨ªtica. El primer criterio de calidad de una democracia es su capacidad para dar voz a la ciudadan¨ªa sin que quede simplemente a beneficio de inventario. La voz se puede limitar por dos caminos: las restricciones legales (la prohibici¨®n) y las hegemon¨ªas ideol¨®gicas y culturales (lo impensable, seg¨²n el pensamiento dominante en un momento dado).
En Espa?a, se ha impuesto la idea de que los gobiernos no tienen otra alternativa que cumplir las directrices de los expertos con denominaci¨®n de origen
La democracia espa?ola se ha ido cerrando progresivamente casi desde que naci¨®. Y especialmente desde que la pol¨ªtica ha ido perdiendo autonom¨ªa respecto de la econom¨ªa y se ha impuesto la idea de que los gobiernos no tienen otra alternativa que cumplir las directrices de los expertos con denominaci¨®n de origen. Thomas Piketty, autor de El capital en el siglo XXI, ha escrito, en un arrebato de optimismo, que ¡°felizmente la democracia nunca ser¨¢ reemplazada por la rep¨²blica de los expertos¡±. En efecto, as¨ª deber¨ªa ser, porque si la palabra se restringe a unos pocos, uncidos por los intereses econ¨®micos de los m¨¢s fuertes, la democracia deja de serlo. Y, sin embargo, al ver el empe?o con que nuestros gobernantes se apuntan al discurso de que no hay alternativa, creo que solo desde un fuerte impulso ciudadano se puede evitar que la democracia quede definitivamente secuestrada por la voz poderosa de unos pocos.
Si en pol¨ªtica econ¨®mica, la respuesta al malestar de los ciudadanos est¨¢ en los l¨ªmites que marca la ley de los expertos (¡°no se puede hacer m¨¢s que lo que se hace¡±), en pol¨ªtica institucional, la respuesta del Parlamento espa?ol a la petici¨®n de refer¨¦ndum del Parlamento catal¨¢n se bas¨® en que la ley no lo permite. Es decir, en ambos casos los gobernantes eluden el debate pol¨ªtico al neutralizarlo con un argumento t¨¦cnico. ¡°No puedo, por m¨¢s que quisiera¡±.
Esta es la respuesta tanto ante el malestar econ¨®mico, como ante la reivindicaci¨®n territorial. Y, sin embargo, es obvio que en ambos casos no quieren. La democracia restrictiva empieza en el momento en que la ley, que siempre tiene un car¨¢cter instrumental, se convierte en fin. El fundamentalismo constitucional del PP es una inversi¨®n de la democracia, porque el fin no es la ley, el fin es una sociedad libre y abierta que de voz y capacidades a los ciudadanos para desarrollar sus proyecto personales y colectivos.
La ley no lo permite es la expresi¨®n de la nula voluntad de entrar en el terreno de la pol¨ªtica. Y, por tanto, hace incre¨ªbles todas las insinuaciones de negociaci¨®n pol¨ªtica que vienen detr¨¢s. La ley no lo permite es un atajo: el camino m¨¢s corto que permite eludir las verdaderas razones del rechazo: La nacionalista: ¡°somos la naci¨®n m¨¢s vieja de Europa¡±, dice Rajoy, un argumento sim¨¦trico y tan m¨ªtico como el que utiliza Artur Mas (¡°somos una naci¨®n milenaria¡±). La herida narcisista: al cuerpo no se le puede amputar un brazo. El v¨¦rtigo econ¨®mico: la solvencia de Espa?a sin Catalu?a. El miedo a perder la batalla: curiosamente el PP y PSOE se sienten incapaces de ganarla votando. Y la obsesi¨®n de no sentar un precedente, que en el fondo es el reconocimiento de que no son capaces de dar una soluci¨®n al desencuentro.
El deterioro de la democracia no es exclusivo de Espa?a, se nota en todas las democracias europeas en este tiempo de grandes mudanzas, en que los viejos estados naciones demuestran sus limitaciones para la gobernanza cuando el poder econ¨®mico es global y el pol¨ªtico sigue siendo nacional y local, pero tiene caracter¨ªsticas espec¨ªficas, fruto de h¨¢bitos muy instalados. La falta de tradici¨®n democr¨¢tica, en un pa¨ªs que lleg¨® a ella hace 35 a?os, se nota en los comportamientos de gobernantes y gobernados, en una sociedad poco politizada y en el mito antidemocr¨¢tico de las mayor¨ªas silenciosas (herencia ideol¨®gica directa del franquismo).
Hay losas del pasado que siguen pesando mucho: falta de cultura del servicio p¨²blico, sumisi¨®n del poder legislativo y del poder judicial al ejecutivo, jerarquizaci¨®n de las organizaciones pol¨ªticas, idea patrimonial del gobierno del Estado. Desde esta cultura pol¨ªtica, la tendencia es responder a los desaf¨ªos ciudadanos desde el autoritarismo y desde el desd¨¦n. Decir no, por principio. Y criminalizar todo aquello que ponga en duda la democracia restrictiva: ya sea los movimientos sociales surgidos de los destrozos de la austeridad o un movimiento independentista como la ANC, que parece concentrar ahora todas las iras de los defensores del status quo. ?Vuelve la caza de los agentes de la subversi¨®n?
Las cosas por su nombre: en los dos ¨²ltimos a?os en este pa¨ªs nadie ha violentado libertades y derechos b¨¢sicos con tanta contumacia como el Gobierno del PP, que con el BOE en la mano (educaci¨®n, orden p¨²blico, c¨®digo penal, aborto) est¨¢ promoviendo una verdadera restauraci¨®n conservadora.
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