Metaf¨ªsica hist¨®rica de baratillo
La complejidad de lo real no cabe en el esquema soberanista, incapaz de plantearse otro escenario futuro que el prefijado
La idea de progreso es una de las propuestas de la Modernidad que m¨¢s ha calado en el imaginario colectivo contempor¨¢neo. En primer lugar porque, lejos de entrar en conflicto con ninguna noci¨®n premoderna (como s¨ª le ocurr¨ªa a la aspiraci¨®n a cientificidad, siempre a la gre?a con la fe hasta la llegada de Ratzinger al papado), seculariza creencias pasadas, como es la creencia en la providencia. Pero, sobre todo, la idea de progreso en ning¨²n momento parece haber dejado de funcionar porque una vaporosa concepci¨®n de la misma, consistente en la creencia de que ¡ªsin que se termine de saber muy bien por qu¨¦¡ª las cosas tienden inexorablemente hacia mejor, parec¨ªa sintonizar con el crecimiento econ¨®mico, las nuevas condiciones de vida de amplios sectores de la poblaci¨®n mundial, el desarrollo del conocimiento cient¨ªfico y otros vectores de indiscutible importancia.
Frente a ello, las cr¨ªticas que esta idea ven¨ªa recibiendo por parte de fil¨®sofos, soci¨®logos o historiadores no parec¨ªan afectar de manera significativa a su presencia en nuestras vidas. As¨ª, los padres transmit¨ªan a sus hijos el convencimiento de que las dificultades iniciales a la hora de incorporarse al mercado de trabajo se ir¨ªan resolviendo de manera gradual porque el horizonte de la estabilidad laboral era poco menos que ineluctable, les animaban a que intentaran adquirir una vivienda en propiedad, insisti¨¦ndoles en que esas mensualidades de la hipoteca que ahora les produc¨ªan aut¨¦ntico v¨¦rtigo, como aquel que dice en cuatro d¨ªas se les quedar¨ªan baratas, y as¨ª sucesivamente.
El entramado fundamental de esa manera de pensar y de ver la vida ha saltado por los aires. Los j¨®venes han dejado de confiar, con fundadas razones, en el optimismo que les transmit¨ªan sus mayores y, si acaso, plantean como reivindicaci¨®n la de no vivir peor que ellos. Sin embargo, y por chocante que pueda parecer, todav¨ªa hay reductos en los que el discurso de un presunto progreso hist¨®rico parece funcionar a toda m¨¢quina.
Como el personaje de Moli¨¨re que hablaba en prosa sin saberlo, en Catalu?a los secesionistas se sirven constantemente, tambi¨¦n sin saberlo, de un lenguaje que remite a filosof¨ªas decimon¨®nicas ¡ªcomo la de Hegel o, en alg¨²n momento de su obra, el propio Marx¡ª que sosten¨ªan la existencia de leyes de la Historia. Es desde esa metaf¨ªsica creencia desde la que cobran sentido sus constantes descalificaciones a cualesquiera propuestas alternativas al secesionismo, a las que no solo acusan sistem¨¢ticamente de ¡°llegar tarde¡± (?quien hab¨ªa convocado la cita y fijado la hora?), sino, sobre todo, de corresponder a una etapa que ¡°ha quedado atr¨¢s¡±.
Como el personaje de Moli¨¨re que hablaba en prosa sin saberlo, en Catalu?a los secesionistas se sirven tambi¨¦n sin saberlo, de un lenguaje que remite a filosof¨ªas decimon¨®nicas
Se observar¨¢ que estamos ante una concepci¨®n de la historia que a su condici¨®n de determinista a?ade la de lineal. Porque cualquier anomal¨ªa o dato que parezca contrariar semejante planteamiento, lejos de ponerlo en cuesti¨®n, lo reafirma a base de considerarlo ¡°un retroceso¡± (esto es, un paso atr¨¢s que, lejos de arrojar dudas acerca del sentido de la marcha, exhorta a reemprenderla cuanto antes).
La complejidad de lo real no cabe en este esquema, incapaz de plantearse otro escenario futuro que el prefijado desde un buen principio. As¨ª, quienes nunca aceptaron m¨¢s recorrido que el suyo rechazan ahora la posibilidad de seguir ning¨²n otro con un desde?oso ¡°ya no estamos ah¨ª¡± o el, si cabe, m¨¢s displicente ¡°su propuesta es prehistoria, como el Tiranosaurius Rex¡±, por citar casi textualmente las palabras de r¨¦plica de un representante independentista en el Congreso de los Diputados el pasado 8 de abril.
En el fondo, la idea de progreso nunca consigui¨® sacudirse del todo el lastre de su origen providencialista. El convencimiento de que, hagamos lo que hagamos, la historia acabar¨¢ tomando el rumbo que nosotros consideramos adecuado no solo se compadece mal con los propios acontecimientos hist¨®ricos sino, tal vez sobre todo, con el supuesto ¡ªque para nosotros, modernos, deber¨ªa ser irrenunciable¡ª de la libertad de los seres humanos y de las sociedades. Ser libre implica la posibilidad de equivocarse, sin que sea de recibo acogerse a la metaf¨ªsica red protectora de un fantasmag¨®rico progreso que se encargara de corregir para bien, devolvi¨¦ndonos a la senda de la mejor¨ªa, todos los errores que pudi¨¦ramos haber cometido, tanto en el plano individual como en el colectivo.
Acaso se trate, finalmente, de que la presunta fe en el progreso a menudo esconde la incompetencia para reconocer que, de entre los objetivos que se puedan proponer en la plaza p¨²blica, ninguno disfruta de un plus de legitimidad hist¨®rica m¨¢s all¨¢ de la que le conceden, con sus razones, los propios sujetos que han decidido perseguirlos. Quienes transforman sus metas en destino evitan plantear la naturaleza pol¨ªtica ¡ªy, por tanto, contingente¡ª de las mismas para, en su lugar, convertirlas en el cumplimiento de un designio inexorable. Probablemente sea por eso por lo que en las ¨²ltimas semanas nuestros secesionistas ¡ªsiempre tan pendientes de espejos extranjeros en los que verse reflejados¡ª se hayan abstenido por completo de hacer comentarios acerca de la reciente derrota de los independentistas en Quebec, o las renuncias a sus objetivos de m¨¢ximos por parte de los independentistas flamencos. Significativo silencio, ?no les parece?
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la UB.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.