Museos para todos
La crisis tambi¨¦n ha de propiciar cambios en el sector: la Nit dels Museus no deja de ser un espejismo
En 1977, la vida de los museos dio un cambio radical. A finales de enero se inauguraba en Par¨ªs el Centro Pompidou, que iba a modificar sustancialmente el concepto de museo, su arquitectura y sus p¨²blicos. En su mismo nombre estaban las pistas: era un centro, no un museo sin m¨¢s. Hab¨ªa en ¨¦l un museo, pero no era lo ¨²nico dentro de aquel sorprendente edificio, de aspecto de mecano, levantado donde antes estuvo el hist¨®rico mercado de las Halles, una especulaci¨®n urban¨ªstica que a¨²n continua. El Pompidou dio paso a lo que pronto se llamar¨ªa artentertainment, el arte como entretenimiento, y al museo como pieza significativa de la industria del ocio y del turismo, el nuevo paradigma.
Fue precisamente aquel a?o cuando el Consejo de Europa instituy¨® el D¨ªa Internacional de los Museos. La apertura del Pompidou hab¨ªa motivado muchos recelos, al relegar al Museo Nacional de Arte Moderno a una de sus plantas y no darle la mayor visibilidad del conjunto. Lo importante del Pompidou era ¨¦l mismo, su arquitectura, lo que expon¨ªa era sobre todo a s¨ª mismo. Los arquitectos Renzo Piano y Richard Rogers hab¨ªan ganado la partida con un edificio que conten¨ªa un museo, un centro de investigaci¨®n musical, una biblioteca, salas de exposiciones temporales y salas de proyecci¨®n, pero en el que lo m¨¢s importante era su forma de acceso. Los arquitectos pusieron el ¨¦nfasis precisamente en la entrada. Lo que importaba era que la gente entrara, acabar con ¡°el miedo al arte¡±, formar parte del mundo de im¨¢genes, en casa como en la calle, en el que se hab¨ªa convertido la vida diaria.
Al p¨²blico le esperaba una escalera mec¨¢nica envuelta en un tubo de cristal que permit¨ªa panoramas sobre Par¨ªs. Abajo, en la gran plaza que antes fue mercado, los peatones se paraban ante aquella extra?a arquitectura industrial y su escalera. El p¨²blico era la obra. Aquello era una f¨¢brica de p¨²blico. Arriba, aguardaba una terraza de fenomenal vista urbana. Fue un gozo entrar en ¨¦l por primera vez, desde luego, y eso no se lo quita nadie a aquella aventura urban¨ªstica, museogr¨¢fica y, sobre todo, urbana. El centro hab¨ªa tardado a?os en abrirse, el mismo presidente Pompidou que lo propici¨® muri¨® antes de verlo (lo inaugur¨® Giscard d'Estaing), y cuando finalmente abri¨® nadie daba un c¨¦ntimo por ¨¦l. Pero se gan¨® al p¨²blico.
Lo que me lleva a recordar los inicios del Pompidou es su conexi¨®n con el D¨ªa Internacional de los Museos que naci¨® en parte como reacci¨®n ante lo que el centro parisino proclamaba
Otro arquitecto lo describi¨® as¨ª: ¡°El Beaubourg nos presenta el espect¨¢culo de un p¨²blico que se arracima en masa a trav¨¦s de los tubos de la fachada a la vista, empujado por el deseo fetichista de tocar las reliquias de una cultura nacida, en cambio, al amparo del secretismo de la transgresi¨®n¡±. S¨ª, lo moderno hab¨ªa sido cosa de unos pocos. Pero a partir de entonces la gente acud¨ªa al centro para subir y bajar por la escalera de cristal tras visitar la azotea. Su amplio hall, otra de las muestras de ¡°arquitectura de entrada¡±, empez¨® a ser lugar de citas y de refugio de gente sin hogar. Hasta el punto de que el Pompidou de hoy recuerda poco al original. El hall ya no es para refugiarse de la calle y el bar-restaurante de la azotea est¨¢ a precios prohibitivos y ocupa casi todo el espacio, una forma decidida de evitar que curiosos de toda suerte y de poco presupuesto accedan. Ha perdido parte de su alma de espacio p¨²blico.
Pero lo que me lleva a recordar los inicios del Pompidou es su conexi¨®n con el D¨ªa Internacional de los Museos que naci¨® aquel mismo a?o en parte como reacci¨®n ante lo que el centro parisino proclamaba, la transformaci¨®n del museo y su p¨²blico, y en parte sum¨¢ndose al realce que su mera existencia y la pol¨¦mica que suscitaba estaba devolviendo al arte. Desde entonces, los museos han conocido una de sus etapas m¨¢s floridas. Que est¨¢ terminando y por ver c¨®mo continuar¨¢.
Los museos son para el turismo, en Par¨ªs como en Barcelona y no digamos Londres. Los nativos, seamos sinceros, los visitan una vez al a?o. Ante sus puertas se concentraron el pasado s¨¢bado, formando largas colas, en la Nit dels Museus, iniciativa tambi¨¦n del Consejo de Europa, creada hace diez a?os, cuando se vio que lo del D¨ªa Internacional no da para mucho. Hay que fabricar p¨²blico, y la visita nocturna y gratis es el espect¨¢culo ahora. Pero es un espejismo. Ni los mismos museos est¨¢n contentos.
Todo lo de hoy, crisis incluida, empez¨® en los 70, dicen ahora los historiadores, y no es extra?o que los museos se transformaran entonces. Mejor ser¨¢ que tomen nota de la mutaci¨®n que se avecina, es lo que han hecho siempre. El Macba se inaugur¨®, vac¨ªo, cuando las Olimp¨ªadas, inicio de la operaci¨®n turismo. Los museos son monumentos y espejos de la historia, desde sus inicios en el XVIII. Y ahora, qu¨¦. Habr¨¢n de demostrar que lo que est¨¢ pasando les cambia como nos est¨¢ cambiando a todos. Y no ser¨¢ cuesti¨®n de una noche y un d¨ªa al a?o, esa falta de compromiso que consiste en museos para todos sin m¨¢s por unas horas.
Merc¨¨ Ibarz es escritora.
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