La l¨®gica que lo (des)ordena todo
La conversi¨®n de la pol¨ªtica en un espect¨¢culo es en buena parte la causa del car¨¢cter crecientemente ef¨ªmero de los liderazgos
La diferencia entre lo que pasa en Catalu?a, en el resto de Espa?a, en Europa y probablemente en todo el planeta es solo de grado, mal que les pese a quienes est¨¢n convencidos de que ¡°el mundo nos mira¡±. Esta tendencia al ensimismamiento no es nueva entre nosotros, pero sin duda se ha acentuado ¨²ltimamente, entre otras razones porque el acelerado consumo de noticias, tan propio del tiempo que vivimos, facilita la extendida sensaci¨®n no solo de que no dejan de pasar cosas, sino sobre todo de que las cosas que pasan son por completo nuevas y solo nos ocurren a nosotros.
Es dif¨ªcil, en un momento tan convulso como este, diferenciar cu¨¢nto tiene de in¨¦dito, o incluso de inaugural, lo que pueda estar ocurriendo, y cu¨¢nto ¨²nicamente se entiende de manera adecuada a la luz del pasado. Pero cualquier acontecimiento, y ya no digamos cualquier etapa o situaci¨®n, contiene elementos antiguos y elementos de innovaci¨®n, en proporciones variables y cambiantes, no siempre f¨¢ciles de diferenciar.
En apariencia, la dimisi¨®n de Pere Navarro convierte en obsoleto aquel art¨ªculo sobre Duran que un colaborador ten¨ªa preparado y en anacr¨®nicas las notas acerca de la abdicaci¨®n real que aquel otro ten¨ªa embastadas. Es m¨¢s: en realidad sobre cualquier cosa que uno escriba pende siempre la espada de Damocles de que alg¨²n imprevisto deje casi sin sentido lo que hasta ese momento parec¨ªa permitir un afinad¨ªsimo an¨¢lisis de la experiencia. Pero esa apariencia tiene mucho de enga?osa. O tal vez ser¨ªa m¨¢s correcto decir que por debajo de la aparente efervescencia circulan l¨ªneas de fuerza, vectores y otros elementos de continuidad que convierten en m¨¢s inteligible lo que, sin su ayuda, tiende a mostrarse como una vertiginosa sucesi¨®n de sorpresas sin orden ni sentido.
Tanto es as¨ª que, adem¨¢s de las que hemos tenido esta semana, no resultar¨ªa dif¨ªcil imaginar otras, perfectamente posibles. Tambi¨¦n podr¨ªa haber arrojado la toalla Artur Mas cuando el pasado 25 de mayo CiU fue incapaz de detener su hemorragia electoral, produci¨¦ndose el anunciado sorpasso de ERC, pero ya se sabe que en Catalu?a hay un tipo de sostenella y no enmendalla que se considera virtud y otro que, por el contrario, se identifica con inmovilismo y, en consecuencia, con falta de liderazgo pol¨ªtico merecedor de las m¨¢s acervas cr¨ªticas.
?Hay alg¨²n denominador com¨²n entre estos hechos, alg¨²n elemento que permita ir m¨¢s all¨¢ del socorrido an¨¢lisis coyuntural en t¨¦rminos conspirativos o de mera correlaci¨®n de fuerzas en el seno de una fuerza pol¨ªtica? Por lo pronto, si analizamos los mencionados sucesos ¡ªdecisiones personales, a fin de cuentas¡ª a la luz de sus antecedentes, parece claro que constituyen la expresi¨®n de una crisis no coyuntural de los instrumentos tradicionales a trav¨¦s de los cuales se vehiculaba la acci¨®n pol¨ªtica en las sociedades democr¨¢ticas, esto es, los partidos.
Tambi¨¦n podr¨ªa haber arrojado la toalla Artur Mas cuando el pasado 25 de mayo CiU fue incapaz de detener su hemorragia electoral
Sin duda, se ha generalizado entre la ciudadan¨ªa la sensaci¨®n de que estos han dejado de cumplir, al igual que los pol¨ªticos en su conjunto, la funci¨®n que se les hab¨ªa asignado. El lema no nos representan era, al respecto, muy claro. No impugnaba el v¨ªnculo de la representaci¨®n en cuanto tal, sino su incumplimiento por parte de buena parte de la clase pol¨ªtica. Denunciaba que la ciudadan¨ªa no participaba de la cosa p¨²blica a trav¨¦s de sus representantes, sino que asist¨ªa, en calidad de mera espectadora, al espect¨¢culo de la obra de la que aquellos ser¨ªan los actores principales.
Esta espectacularizaci¨®n de la pol¨ªtica ¡ªpor cierto, ya anunciada y denunciada en la d¨¦cada de los sesenta por los situacionistas¡ª es en buena medida responsable del car¨¢cter crecientemente ef¨ªmero de los liderazgos, que caducar¨ªan a la misma velocidad que cualquier otro producto de consumo, y puede estar dando lugar a una respuesta contaminada de id¨¦ntica l¨®gica, a saber, la de la b¨²squeda de ¡°rostros nuevos¡± que logren recuperar la atenci¨®n de la ciudadan¨ªa hacia la pol¨ªtica.
Quienes caen en esa trampa (y en ella se dir¨ªa que est¨¢n cayendo en diferentes grados todas las formaciones pol¨ªticas e instituciones, casi sin excepci¨®n, bajo el pretexto del socorrido ¡°relevo generacional¡±) no parecen ser conscientes de que con enorme frecuencia tales operaciones no sirven para que la ciudadan¨ªa recobre el inter¨¦s por la pol¨ªtica en sentido fuerte, sino ¨²nicamente por lo que esta tiene de mera representaci¨®n teatral. De ser cierta la hip¨®tesis, los ciudadanos atra¨ªdos por los presuntos nuevos rostros no habr¨ªan recuperado, como a los organizadores del espect¨¢culo les gusta pensar, ning¨²n tipo de ilusi¨®n sino que su ocasional apoyo o respaldo tendr¨ªa el mismo car¨¢cter vol¨¢til y banal que tiene la relaci¨®n con cualquier mercanc¨ªa.
Hay otra posibilidad todav¨ªa peor, y es la de que los actores pol¨ªticos sean perfectamente conscientes de la nueva l¨®gica, interpreten que constituye el signo de los tiempos y piensen que no queda otra que adaptarse a su designio. En tal caso, la mentira tiene patas cortas, y no costar¨ªa nada anticipar el t¨ªtulo del mayor ¨¦xito de la cartelera para la pr¨®xima temporada. En efecto, lo han adivinado: El desencanto. Segunda parte.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la UB
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