El hombre con una sola pierna
Reencuentro con el capit¨¢n Ahab y Long John Silver en las playas de Formentera
Encontr¨¦ al hombre con una sola pierna en Formentera. Nad¨¦ hasta donde romp¨ªan con placidez las olas y all¨ª me qued¨¦ feliz haciendo el muerto. Abr¨ª un ojo al escuchar una salpicadura al lado, creyendo que era el joven cormor¨¢n de largo pico y mirada aviesa que suele pescar en las playas de Migjorn. Pero no: lo que emergi¨® fue un tipo maduro, de cabello cano despeinado que le ca¨ªa chorreando sobre la frente. El mundo era un rielar de plata bajo un cielo de un azul fulgurante. Est¨¢bamos solos. Conversamos. Era franc¨¦s, hac¨ªa a?os que se hab¨ªa retirado en Formentera. Intercambiamos cortes¨ªas y banalidades ¡ªel tiempo, los precios, los italianos, las italianas (!)¡ª mientras nos mec¨ªamos en el mar. Me qued¨¦ con la impresi¨®n de que hubi¨¦ramos podido hablar de cosas m¨¢s interesantes. Parec¨ªa un hombre con un pasado, incluso con un misterio.
Observ¨¦ luego, con la sensaci¨®n de haber perdido una oportunidad, c¨®mo el desconocido nadaba hacia la playa. Entonces, mientras se arrastraba para salir vi que le faltaba una pierna. Con una agilidad asombrosa se desplaz¨® como un trit¨®n p¨¢lido sobre la arena y procedi¨® a colocarse la pr¨®tesis que hab¨ªa dejado entre las rocas. La escena me dej¨® boquiabierto. No solo porque hab¨ªa estado nadando junto a un hombre sin pierna (y conversado con ¨¦l) sin darme cuenta sino porque me hallaba enfrascado en sendos (y maravillosos) libros en los que aparecen los dos cojos m¨¢s famosos: de la literatura: el capit¨¢n Ahab y Long John Silver. De repente Formentera se hab¨ªa convertido en una extensi¨®n aguamarina de otras islas: Nantucket y la del tesoro. Y el chiringuito Sa Platjeta era la Taberna del Catalejo, y el animado Pelayo en la Posada del Chorro (de la ballena)...
?A cu¨¢l preferimos de estos dos padres literarios cojos que nos hacen madurar en la aventura?
El reencuentro con Ahab ha sido a trav¨¦s de Why read Moby Dick? (Penguin,2011), un delicioso librito de Nathaniel Philbrick, el autor de En el coraz¨®n del mar, la historia seminal del hundimiento de un ballenero, el Essex, en 1820 por el ataque de un cachalote vindicativo, definitivamente cabreado, suceso que inspir¨® a Melville. No es que yo necesite razones para leer Moby Dick (¡°that she blow!¡±) al contrario (y aunque a Conrad no le gustara): solo por el majestuoso soliloquio de Ahab del cap¨ªtulo 27 ¡ª ¡°all¨¢ en el borde de la copa siempre rebosante, las tibias olas enrojecen como vino¡±¡ª vale la pena enrolarse en el Pequod con su pagana tripulaci¨®n, pero Philbrick en realidad lo que hace es una iluminadora y entusiasta celebraci¨®n de la novela.
En cuanto al pirata Silver, lo he re-reencontrado en Regreso a la isla del tesoro, la preciosa, tan conmovedora novela de Andrew Motion (Tusquets, 2014), que me he vuelto a leer gozosamente este verano. En ella el hijo de Jim y la hija de Silver ¡ªdisfrazada de chico¡ª se al¨ªan cuarenta a?os despu¨¦s para volver en busca de los lingotes de plata que quedaron en la isla. Silver aparece terriblemente decr¨¦pito, tumbado en un div¨¢n con un gab¨¢n azul de botones de lat¨®n, y ciego. Trata de seducir al v¨¢stago de Jim para que le consiga el mapa que guarda su padre. Pero claro, le seduce mejor su hija.
Ahab, de nombre maldito, es por supuesto el pivote inestable de Moby Dick, como lo es de La isla del tesoro el asimismo cojo Long John Silver. Los dos j¨®venes narradores, Ismael y Jim (y nosotros con ellos), entran y salen de la magn¨¦tica (y siniestra) atracci¨®n de esos dos grandes personajes inici¨¢ticos mutilados f¨ªsica y moralmente para, guiados por la marcha decidida y sin embargo tambaleante de ambos, transitar la historia y emerger al final madurados por la aventura y el peligro.
Sabemos que a uno le ha arrancado el miembro la ballena blanca y al otro una bala de ca?¨®n
?A cu¨¢l preferimos de estos dos padres literarios cojos? Los padres no son elegibles, los tenemos y punto: generalmente para vivir cobrando y pagando con las doradas monedas del amor o la gastada calderilla del autodesprecio sus d¨¢divas y sus deudas. Ahab es un padre terrible, b¨ªblico, que no dudar¨ªa en convertir a Ismael en Isaac, como no tiene reparo en sacrificar a todo el resto de la tripulaci¨®n para arponear a Moby Dick. Silver parece m¨¢s cercano y cordial ¡ªJim llega a tenerlo por el ¡°el mejor de los hombres¡±¡ª, pero es una treta, y, m¨¢s diab¨®lico que Ahab, lleva en su frente la marca de Ca¨ªn. Uno de los momentos m¨¢s terribles de La isla del tesoro es cuando vemos a Silver lanzar la muleta a la espalda del leal Tom, derribarlo y saltar sobre ¨¦l para enterrarle el cuchillo en el cuerpo.
Ambos, Ahab y Silver pasean cada noche sobre la cubierta de nuestra imaginaci¨®n, aferr¨¢ndose a los estays de sus barcos y punteando la informe misiva de nuestros sue?os con el inquietante chasquido de las pisadas de sus patas, de hueso y palo, respectivamente.
En toda la isla, nadie supo darme informaci¨®n del misterioso tercer hombre tullido
Sabemos que a Ahab le ha arrancado la pierna ¡ªMelville no dice cual aunque usualmente en las pel¨ªculas se le representa sin la izquierda¡ª Moby Dick en su ¨²ltimo viaje y lleva en su lugar una pr¨®tesis de pulido hueso de mand¨ªbula de cachalote. Una anterior, leemos en el cap¨ªtulo 106, se le hab¨ªa desplazado violentamente bajo el cuerpo, le hab¨ªa herido "como empal¨¢ndole, y casi le hab¨ªa perforado la ingle" (o sea que el trozo de ballena casi lo emascula: maligna materia muerta que retiene la aviesa animadversi¨®n por Ahab de la comunidad cet¨¢cea). Silver tiene la pierna izquierda amputada desde la cadera. ?l mismo explica en la novela que se la arrebat¨® un ca?onazo, ¡°la misma andanada¡± que se llev¨® los ojos del viejo Pew". La amputaci¨®n la realiz¨® un cirujano al que en bucanera recompensa ¡°colgamos como un perro y dejamos secarse al sol¡±. Trelawney dice en la novela que Silver perdi¨® la pierna honrosamente al servicio de Inglaterra en la Royal Navy, bajo el almirante Edward Hawke, pero vaya usted a saber. El caso es que ya iba con pata de palo al navegar en el viejo Walrus, ¡°te?ido se sangre y cargado de oro hasta los topes¡±, como contramaestre del cruel capit¨¢n Flint.
Lo ignoro todo, ay, acerca de c¨®mo perdi¨® la pierna el hombre de Formentera. Mostraba en el mu?¨®n, por encima de la rodilla, grandes cicatrices que bien podr¨ªa haber causado un enorme animal marino o una bala de ca?¨®n como la que se le llev¨® no una sino las dos piernas (y un brazo) a su compatriota napole¨®nico el capit¨¢n Aristide Aubert du Petit Thouars ¡ªel Churruca franc¨¦s¡ª, a bordo del Tonnant en Abukir (lo que no le impidi¨® seguir mandando el nav¨ªo y ordenar clavar la bandera para que no se la pudiera arriar). Pens¨¦ que volver¨ªamos a encontrarnos durante las vacaciones y le preguntar¨ªa. Y tendr¨ªa una historia acaso tan buena como las de Ahab y Silver. Pero no lo volv¨ª a ver. Pregunt¨¦ por toda la isla. Nadie supo darme raz¨®n del hombre de una sola pierna.
Sin embargo, cuando recuerdo en estos d¨ªas las peque?as peripecias en la isla, el encuentro con la salvaje y feroz morena arponeada en la orilla, el hallazgo del alcaud¨®n muerto, la adopci¨®n del erizo o las emociones de la bicicleta, me miro hacia abajo el cuerpo y me parece ver, con aprensi¨®n mezclada de orgullo, que, como en los viejos relatos, a m¨ª tambi¨¦n me falta una pierna: ser¨¢ el tributo obligado a la aventura, o simplemente el precio de estar vivo.
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