Flores, arroz, flanes y dragones
La comunidad china ha integrado en la vida madrile?a su personalidad cultural, sus fiestas tradicionales y gustos, avalados por una civilizaci¨®n milenaria
En la gran cancela del parque del Retiro que mira hacia la Puerta de Alcal¨¢, p¨®rtico procedente del llamado Casino de la Reina, trabajaron durante d¨¦cadas de la posguerra civil varios fot¨®grafos ambulantes. Iban vestidos con batas blancas, tocados con boinas negras y portaban unas c¨¢maras enormes, incrustadas en cajas de madera color avellana, asentadas sobre tr¨ªpodes. Con ellas retrataban a grupos de amigos o a parejas de novios.
Tras sumergir los negativos en cubitos met¨¢licos con disoluciones de sales de plata para positivarlos all¨ª mismo, diez minutos despu¨¦s de la posse entregaban sus retratos, al precio de dos duros, recuadrados con corazones y lemas como Siempre amigos o Te quiero. Uno de aquellos fot¨®grafos era muy delgado, llevaba gafas oscuras sobre sus ojos rasgados y su tez amarilleaba: para los ni?os y ni?as madrile?os, constitu¨ªa la ¨²nica referencia personal, humana, de China en Madrid.
Bueno, hay que decir que hab¨ªa otra referencia, aunque indirecta: un misionero cat¨®lico espa?ol que se paseaba por los colegios madrile?os abriendo su boca y mostrando su lengua amputada, presumiblemente, por las autoridades ateas de Pek¨ªn. Con aquellas referencias, China creci¨® en la mente infantil de los ni?os de entonces como un oscuro y permanente enigma, tan solo dulcificado en los hogares por el olor del llamado y espolvoreado flan chino, codiciado postre familiar en las mesas dominicales madrile?as de aquellos a?os o por las virtudes del arroz, cuyo ascendiente chino no presentaba duda alguna.
A?os despu¨¦s, comenzaron a surgir restaurantes chinos, inicialmente de lujo, como uno muy c¨¦lebre situado en el paseo de la Castellana que llegar¨ªa a la notoriedad gracias a su exquisita cocina y, sobre todo, por las timbas de p¨®ker ¡ªentonces perseguidas por la Ley¡ª, que all¨ª se montaban en las sobremesas. La pasi¨®n de los chinos por el juego es proverbial, como se sabe bien en los diferentes casinos de la regi¨®n.
M¨¢s adelante, proliferar¨ªan los restaurantes chinos m¨¢s populares, polos de atracci¨®n sabatina o dominical para miles de familias con ni?os peque?os amantes del arroz tres delicias o de adultos adictos al cerdo agridulce. En los fogones de aquellos restaurantes surg¨ªan de modo algo fantasmal legiones de j¨®venes, aunque parecidos al maduro fot¨®grafo de la Puerta de Alcal¨¢, llegadas progresivamente de una regi¨®n del sureste de China. Aquellos trabajadores, luego trabajadoras, pasaban jornadas enteras laborando de manera incesante en las cocinas y almacenes de los restaurantes.
Comoquiera que, a partir de entonces, la colonia china en Madrid creciera de manera exponencial y habida cuenta de que los registros municipales no presentaban apenas fallecimientos de aquellos nacionales, comenzaron a propalarse bulos sobre el destino de los chinos y chinas que, en Madrid, te¨®ricamente, mor¨ªan sin constar registro de su muerte.
La falta de conocimientos sobre China; la distancia geogr¨¢fica y ling¨¹¨ªstica; el exotismo vigente y los enigmas al respecto, todo ello mezclado con prejuicios de corte xen¨®fobo, acrecentaba la ignorancia sobre la compleja civilizaci¨®n china y su rica cultura, de la que ¨²nicamente una experta como Taciana Fisac, hija del renombrado arquitecto, alg¨²n hombre de negocios, unos pocos diplom¨¢ticos y un pu?ado de cualificados jesuitas ¡ªla Compa?¨ªa de Jes¨²s se asent¨® en el Extremo Oriente mediado el siglo XVI¡ª conoc¨ªan aqu¨ª sus singulares peculiaridades, entre las cuales los ritos funerarios cobraban una inusitada importancia.
Los expertos subrayan que existe all¨ª un atavismo muy enraizado ¡ªpese a tratarse de una sociedad que se declara comunista desde 1950¡ª seg¨²n el cual cada chino debe ser enterrado en el lar de la patria de China. Este aserto explicar¨ªa, o bien que muy pocos chinos de edad avanzada edad mueran fuera de China, por regresar all¨¢ cuando ven aproximarse su muerte, o bien que aquellos que fallecen en el extranjero son inmediatamente trasladados a su patria por algunos de sus connacionales. ?A cambio de qu¨¦? Las respuestas pueden ser muchas; pero una de ellas tal vez sea que el env¨ªo post mortem se produc¨ªa a cambio de esos turnos laborales extenuantes mediante los cuales, los chinos residentes fuera de China se pagar¨ªan, con el trabajo de muchos a?os, su entierro en China desde donde les hubiera sobrevenido la muerte.
Por cierto, el entierro de un nacional chino m¨¢s celebrado y uno de los escas¨ªsimos registrados en Madrid lo fue el de una dama multimillonaria, cuyas exequias en el interior del cementerio de La Almudena se conmemoraron hace un lustro con fuegos de artificio e, incluso, con dragones humanos. La dama era propietaria de una cadena de tiendas de Todo a 100, hoy denominadas Todo a un euro, tres o cinco euros. Surtidas estos comercios por contenedores que llegan de modo incesante y repletos de g¨¦nero a la terminal ferroviaria de M¨¦ndez ?lvaro, tales comercios almacenan objetos tan diversos como estatuillas de Cibeles, gatos dorados conocidos en clave castiza como pu?etines (levantan mec¨¢nicamente un brazo) hasta coladores y exprimidores de frutas, cazamariposas o ensaladeras color naranja. Nadie sabe de qu¨¦ modo sus due?os son capaces de inventariar un g¨¦nero tan variopinto, con miles de objetos de materiales, hechuras y formatos tan diversos. No hace mucho, las autoridades municipales mostraban su preocupaci¨®n por algunos de esos productos, como por ejemplo, mecheros de gas, acopiados por miles para su distribuci¨®n en algunos almacenes pertenecientes a las tiendas chinas, muy abundantes en el ¨¢rea de Lavapi¨¦s y Usera, barrio hoy verdadero Chinatown madrile?o.
La comunidad china en Madrid se halla ahora, no obstante, casi perfectamente integrada en la vida de la ciudad, como aseguran algunas autoridades municipales, que certifican el car¨¢cter escasamente conflictivo que aquella muestra. Adem¨¢s, la interlocuci¨®n social, econ¨®mica y pol¨ªtica de la comunidad china con las autoridades madrile?as es muy fluida y resulta especialmente cuidada por los nacionales de aquel enorme pa¨ªs.
Las celebraciones del A?o Nuevo chino constituyen un vistoso atractivo de la ciudad, muy celebrado por los ni?os. Los peque?os aprenden espa?ol con mucha mayor facilidad que sus padres ¡ªdicen los ense?antes¡ª, si bien resaltan la gran versatilidad, incluso gestual, que los adultos despliegan hacerse entender y para comprender lo que se les demanda.
Hoy, en el Retiro ya no hace fotograf¨ªas aquel emboinado fot¨®grafo chino de gafas oscuras, sino que centenares de sus compatriotas acuden a la zona de la Rosaleda del Paseo de Coches en grandes limusinas; una vez all¨ª, ataviados de ceremonia, inmortalizan sus bodas y las de sus allegados con fotograf¨ªas de c¨¢maras made in China. Su respeto por las flores y la primavera sigue siendo un perenne invariante.
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