Sensualidad de la arena
Javier Ruibalderrama estribillos como quien nos vaporiza con un prodigioso fuf¨²
Para empezar, Javier Ruibal opt¨® por difundir la buena nueva, esa moratoria de cinco a?os con la que el Caf¨¦ Central seguir¨¢ incrementando las 11.500 noches de m¨²sica en directo que le contemplan. Pero la magia de los rincones encantadores no ser¨ªa suficiente sin la aportaci¨®n de artistas tan nobles y generosos como el gaditano, hombre incapaz de dosificarse aunque el lunes afrontara siete noches de comparecencias en la Plaza del ?ngel. No hubo regateo sino caudal abundante y gozoso, el de ese cancionero que huele a azahar y sabe a salitre, tan natural y espont¨¢neo como si llevara prendido al litoral desde los tiempos en que se difumina la memoria.
Ruibal es hombre de sempiterno semblante bohemio: visera de cuero, mirada centelleante, sonrisa innegociable, esa perilla salpicada por el az¨²car de sus 59 a?os. Puede que nadie haya cantado como ¨¦l a la sensualidad de la arena y las pieles h¨²medas, a esas lunas hechiceras (Agualuna) que iluminan lo justo y dejan el recorrido preciso de las curvas al trazado de la imaginaci¨®n. La herencia de la canci¨®n andaluza siempre est¨¢ ah¨ª (Sue?o que te sue?o), pero Javier sabe complementarla con la savia renovadora de su joven tr¨ªo acompa?ante. Jos¨¦ Recacha es un c¨®mplice necesario, el escudero que adorna con la guitarra y aporta unos bajos casi jazz¨ªsticos. El ¨¢ngel lo aporta Diego Villegas, delicioso a la arm¨®nica y el saxo soprano: derrochaba tanto gusto y emoci¨®n que su jefe de filas, maravillado, acab¨® d¨¢ndole un beso.
Javier derrama estribillos como quien nos vaporiza con un prodigioso fuf¨². Retrata al hombre honrado de la calle (Vi?era de post¨ªn), denuncia los excesos de los dogmas (Mi peque?o buda), reivindica el orgullo de la patria chica (Los mares del surf) y, sobre todo, canta al amor pleno y luminoso, ese por el que alguien puede ¡°quedarse a vivir en un lunar de su espalda¡±. Ruibal, poeta y maestro.
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