El hombre que cantaba para s¨ª mismo
Van Morrison impuso su sonido en un Liceo que holl¨® sin estridencias
Son¨® su saxo, comenzando el concierto, quedo, sin estridencias, y olvidamos que fuera llov¨ªa, que el atardecer hab¨ªa sido inclemente y que est¨¢bamos en el peor tramo de enero, el que te berrea, este s¨ª estridente, que la vida normal ya ha vuelto. Pero siempre hay un espacio para un par¨¦ntesis, aunque haya costado el ojo de una cara en forma de entrada para un nuevo festival de post¨ªn en el Liceo. Y all¨ª estaba ¨¦l, bajo su sempiterno sombrero, esa prenda que le pega a¨²n m¨¢s a esa tierra de la que brota su m¨²sica, soplando su saxo e iniciando un concierto que sin grades alardes congraci¨® a sus seguidores con la m¨²sica de un artista tan cl¨¢sico como ese blues y soul del que mama su talento.
Y como siempre ha tenido voz de viejo, el tiempo apenas puede mellarla. S¨ª, se dir¨¢ no sin raz¨®n que cuando cant¨® Moondance no hab¨ªa la tensi¨®n y el br¨ªo de una voz sin canas, pero no result¨® menos cierto que Van Morrison, ajustando el volumen del concierto como si se tratara de un equipo de alta fidelidad que cuanto m¨¢s bajo suena m¨¢s matizado y d¨²ctil resulta, ya no necesita gritar para decirnos que ha vivido y cantado como si ambas actividades fuesen sin¨®nimas. Por eso su concierto fue como pasear por un agradable paisaje conocido. Y no tanto porque su repertorio fuese muy popular o trufado con ¨¦xitos, sino porque la m¨²sica de Van Morrison tiene la rara virtud de resultar familiar incluso aunque se desconozca. Es el activo de la m¨²sica ajena al tiempo, siempre mantiene un algo de familiaridad que hace que se sienta como si estuviese incorporada a la memoria de la especie. Claro que seg¨²n c¨®mo eso puede representar alg¨²n problema. Por ejemplo provocar una cierta rutina a la hora de interpretarla, ajustada siempre a un mismo guion. Es por ello que Van Morrison, como Dylan, puede anunciar un repertorio y luego salt¨¢rselo a la torera para vivir exclusivamente de las canciones que le apetece tocar en cada momento, dictadas a sus m¨²sicos cuando los aplausos que saludan a la anterior a¨²n sacuden el aire. Y s¨ª, Van Morrison se salt¨® su propio guion e hizo, nobleza obliga, lo que le vino en gana. Faltar¨ªa m¨¢s.
En su repertorio del Liceu convivieron las canciones que ¨¦l ha admirado como aficionado, versiones como Sometimes I Feel Like A Motherless Child o I Can't Stop Loving You entre otras; recuper¨® piezas tan antiguas como su equidistancia de las sonrisas, casos de la citada Moondance o de Brown Eyed Girl y, en suma, se pase¨® por alguno de los muchos los momentos que han orlado su carrera, tales como Whenever God Shines His Light, Days Like This, Open The Door To Your Heart, Enlightenment o esa estupenda versi¨®n, pl¨¢cida de nuevo, que realiz¨® de No Guru, No Method, No Teacher antes de dar paso a Gloria. S¨ª, parec¨ªa cantar para s¨ª mismo, usando una voz de hombre sabio que no precisa ser dulce para enternecer. Pareci¨® decirse que no por cantar m¨¢s alto la lluvia de fuera se olvidar¨ªa antes.
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