El entretenedor travieso
Robbbie Williams orquesta un espect¨¢culo total que se desarrolla en un suspiro
¡°Durante las dos pr¨®ximas horas, vuestros culos son m¨ªos¡±. Lo proclam¨® anoche Robert Peter Williams a las primeras de cambio en el Palacio de los Deportes, en lo que podemos considerar una declaraci¨®n de intenciones en toda regla. Y ajustada a la realidad: Robbie hab¨ªa pulverizado las 15.000 entradas con tres meses de antelaci¨®n, as¨ª que solo le cab¨ªa ejercer ¡ªcomo ese entretenedor travieso que tan bien encarna y tantos r¨¦ditos le ha proporcionado¡ª durante casi un cuarto de siglo. A veces disparatado y otras indisimuladamente hortera, pero siempre comprometido con el espect¨¢culo, dispuesto a que no parasen de suceder acontecimientos diferentes sobre las tablas.
Cosa distinta es que se pasara un buen rato ondeando la bandera portuguesa
Por lo pronto (y eso se agradece mucho), lo de Williams de ayer fue un concierto en toda regla. No una exhibici¨®n de pirotecnia, coreograf¨ªas y efectos especiales, como sucede con tantas grandes giras megal¨®manas, sino dos docenas de temas revestidos magn¨ªficamente por una familia numerosa de m¨²sicos en la que no faltaban cuatro coristas ni una secci¨®n de vientos. Eso no quita para que el de Stoke-on-Trent defraudase casi todas las expectativas en la primera impresi¨®n: con el pelo te?ido de rubio y cuernos de diablo empieza a parecer m¨¢s un hijo gamberro de Elton John que ese s¨ªmbolo sexual que lleva unos cuantos lustros excitando la imaginaci¨®n de millones de personas. Robbie sigue explotando su inconfundible gesto de ni?o malo a punto de robar gominolas, aunque otros alardes, como sus flexiones en la pasarela o la obsesi¨®n por presumir de b¨ªceps tatuados, le equiparaban m¨¢s con el vecino flipado del Holiday Gym.
El comienzo fue tan euf¨®rico, con Let me entertain you, la infalible Rock DJ (un artefacto perfecto, como si lo hubiera producido Nile Rodgers) y We will rock you, que algunos espectadores pudieron aducir una cierta oxidaci¨®n de caderas durante toda la secci¨®n central. Pero el brit¨¢nico es un mago a la hora de dosificar la carne, el pescado y hasta la carnaza. Tan pronto le da al falsete (Tripping), como bordea el bluegrass (The road to Mandalay) o se calza una faldita para presumir de muslamen y gayumbos. El cuartito de hora de swing fue dign¨ªsimo, con la sorpresa de que el padre le acompa?ara en la excelente Better man. Cosa distinta es que se pasara un buen rato ondeando la bandera portuguesa, una confusi¨®n c¨®mica (o sonrojante, dir¨¢n los solemnes) de la que podr¨ªamos sacar conclusiones. Por ejemplo: dej¨¦monos de trapitos.
Empieza a parecer m¨¢s un hijo gamberro de Elton John que ese s¨ªmbolo sexual
Hubo incluso un par¨¦ntesis tierno en el que Williams le dedic¨®, con torpe guitarra, una canci¨®n a su reto?o de cinco mesecitos, aunque nunca una balada infantil estuvo tan salpicada de ¡°motherfuckers¡± en la letra. Pero lo que todos esperaban aconteci¨® en el demoledor tramo final, en el que Candy, Feel o Millenium aseguraban la excitaci¨®n trepidante. M¨¢s agradecido a¨²n fue encontrarse con una notabil¨ªsima versi¨®n de Bohemian Rhapsody como primer bis, con las im¨¢genes y voces originales de Queen aflorando desde la pantalla gigante. O con la ¨¦pica Angel en funciones de solemne fin de fiesta, dedicatoria incluida a las v¨ªctimas de la cat¨¢strofe a¨¦rea. Puede que no asisti¨¦ramos a un concierto perfecto, regular ni particularmente memorable, pero es dif¨ªcil encontrar a un artista con el que 110 minutos se pasen de esta manera tan fugaz. Como un ¨ªnfimo suspiro.
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