Eugeni D¡¯Ors, el olvido imposible
Una treintena de estudiosos analizan la influencia de uno de los intelectuales m¨¢s pol¨¦micos, constructor tanto del nacionalismo catal¨¢n como del espa?ol con Franco
La tradici¨®n hab¨ªa que ponerla, mal que pudiera pesar, por encima de la traici¨®n. Con ese delicado pareado, nadie m¨¢s alejado del personaje que el volteriano Joan Fuster, que con 27 a?os aprendi¨® a leer en catal¨¢n con el Glosari, entend¨ªa que hab¨ªa que, al menos, explicar a Eugeni d¡¯Ors (1881-1954), elegante formador de las minor¨ªas intelectuales que vertebraron el Noucentisme que alimentar¨ªa la Mancomunitat de Catalu?a, el mismo que se invent¨® un grotesco ritual de una vela de armas en Pamplona en 1937 para ingresar en Falange, en la fecha en que en 1523 Garcilaso se hac¨ªa caballero de la orden de Santiago.
Ese esp¨ªritu de intentar aprehender las m¨²ltiples figuras del complejo caleidoscopio que fue el pol¨¦mico escritor, fil¨®sofo, secretario general del Institut d¡¯Estudis Catalans (IEC, 1911-1920) y, tras pelearse con los responsables de la Mancomunitat y abandonar Catalu?a, secretario (perpetuo) del Instituto de Espa?a (1938-1942) y director general de Bellas Artes (1938-1939), es el que rezuma el volumen Eugeni d'Ors. Potencia i resist¨¨ncia, que la Instituci¨® de les Lletres Catalanes acaba de lanzar.
De los 34 estudios que, coordinados por Xavier Pla, conforman el libro (arropado el pasado jueves con una jornada monogr¨¢fica en el IEC y con un notable apartado fotogr¨¢fico) no puede salir m¨¢s que una figura complej¨ªsima y de las m¨¢s irritantes (para bien y para mal) que ha generado Catalu?a. ¡°Yo limito, al norte, con la Erudici¨®n; al sur, con la Mec¨¢nica; al este, con la M¨²sica; al oeste, con la Ni?ez¡±, se cartografi¨® ¨¦l mismo, comentarista de la ciudad moderna (¡°soy un urb¨ªcola convencido¡±) y un poco pagado de s¨ª mismo (declar¨® festivo para las bibliotecas el d¨ªa de la muerte de Enric Prat de la Riba... y el de su propio santo).
Las met¨¢foras y los escaparates de mal gusto
Con envidiable capacidad para tomar el pulso a los nuevos tiempos, condensar un pensamiento en una gacetilla de prensa y hacerlo comprensible a un vasto p¨²blico a partir de met¨¢foras, Eugeni d'Ors basaba su sistema filos¨®fico en nombrar las cosas y ordenarlas. "La quintaesencia del pensar est¨¢ en el nombrar", escribi¨® en El secreto de la filosof¨ªa (1947). Porque el nombrar "opera con la realidad como el vaso con el l¨ªquido". Y tras apropiarse de las cosas, hay que darles su lugar: "El conocimiento concreto nos da la mitad del saber; la clasificaci¨®n, el orden, la otra mitad", dice en Tres horas en el Museo del Prado. El af¨¢n ordenador de X¨¨nius lleg¨® a recordar la necesidad de llevar chaleco en pleno rigor estival porque "no es s¨®lo un principio de etiqueta sino de ¨¦tica. Y de est¨¦tica". O a criticar los escaparates de tiendas "tendentes a una ostentaci¨®n de mal gusto; son una escuela de estridencia que, a la fuerza, ha de repercutir en las costumbres", escrib¨ªa... en 1907.
D¡¯Ors lo tuvo claro pronto; 1910, por ejemplo, como reflej¨®, obvio, en su Glosari: ¡°Dadme una palanca ¡ªes decir, un hombre o un grupito de hombres capaces de sacrificios¡ª y un punto de apoyo, es decir, un sentimiento de nacionalidad joven, de imperio a forjar o de religiosidad fresca ¡ªy yo os rehar¨¦ un Pueblo¡±. Agarr¨® as¨ª la Catalu?a que surg¨ªa a rebufo del empuje de Prat de la Riba (aunque lleg¨® a decir que ¨¦ste s¨®lo ejecutaba sus ideas), si bien a ¨¦l le faltaba la tradici¨®n de un Estado y un clasicismo propios como ten¨ªan los franceses, como apunta con tino Joan Ram¨®n Resina en un texto.
D¡¯Ors, hombre de recursos, se agarrar¨ªa al mediterranismo y a la cultura cl¨¢sica (de ah¨ª la obsesi¨®n por las ruinas de Emp¨²ries) y se mostr¨® siempre europe¨ªsta y, en consecuencia, enemigo de los nacionalismos, si bien ayud¨® como pocos a construir el catal¨¢n y el espa?ol, como hace notar Maximiliano Fuentes. De ah¨ª su posici¨®n neutralista durante la primera guerra mundial (¡°Es una guerra civil europea¡±: fue el primero en decirlo) aunque ve¨ªa en Alemania a la heredera y protectora de los valores culturales europeos del absolutismo ilustrado franc¨¦s del XVI y de las ideas de jerarqu¨ªa, autoridad y orden¡
Se va perfilando as¨ª un D¡¯Ors atra¨ªdo por un fascismo de ra¨ªces francesas en un personaje que en los a?os 20 hab¨ªa coqueteado con el sindicalismo, asistido al entierro del l¨ªder y abogado laboralista Francesc Layret y que dio apoyo a la contundente huelga de La Canadenca (a la que dedic¨® unas glosas)¡ episodios todos que le que fueron recordados en su contra a?os despu¨¦s en el consejo de ministros de un Franco que a principios de 1938 le nombraba secretario general del Instituto de Espa?a y pocas semanas despu¨¦s, Jefe Nacional de Bellas Artes. De aquel cargo caer¨ªa a los 19 meses y del segundo, a los cuatro a?os.
Era la segunda defenestraci¨®n que sufr¨ªa D¡¯Ors; la primera hab¨ªa sido en el otro bando, cuando por problemas administrativos con las cuentas de una de las bibliotecas de la red de la Mancomunitat, la de Canet, present¨® su dimisi¨®n y se march¨® de Catalu?a, enemistado con el presidente de la Mancomunitat, entonces Josep Puig y Cadafalch, y distanciado de una Lliga Regionalista que ya no vio bien sus veleidades sindicalistas.
Quien aspiraba a ser el Goethe de un nuevo Napole¨®n, que perge?¨® la biblioteca falangista ideal, se burl¨® de los que intentaban una mediaci¨®n en la Guerra Civil como el decano de Canterbury (recuerda Jos¨¦-Carlos Mainer) y ten¨ªa a sus tres hijos combatiendo en las filas (uno de ellos, Juan Pablo, era teniente de la Divisi¨®n Azul) se hab¨ªa ca¨ªdo del trono intelectual de la Espa?a franquista. Por un doble motivo, seg¨²n apunta Jordi Amat: el discurso de la cultura franquista se fue desviando hacia el ¡°nacionalismo seco¡± de la Generaci¨®n del 98 y por el regreso del exilio de Jos¨¦ Ortega y Gasset (que tambi¨¦n ten¨ªa descendientes en las trincheras fascistas). El autor de La rebeli¨®n de las masas que hab¨ªa elogiado sus glosas, si bien acab¨® en su mismo bando, se sinti¨® de joven m¨¢s atra¨ªdo por el socialismo democr¨¢tico alem¨¢n y nunca jug¨® a ser el ¡°propagandista porn¨®grafo¡± de la causa que s¨ª fue el fil¨®sofo catal¨¢n, como recuerda Jordi Gr¨¤cia en otro de los trabajos.
Ante ese rev¨¦s, inici¨® D¡¯Ors un t¨¢cito retorno a Catalu?a, ? maternidad idealizada, seg¨²n Oriol Pi de Cabanyes? ¡°Perdi¨® a su madre cuando apenas ten¨ªa 11 a?os; toda su existencia revela una b¨²squeda constante de esa figura¡±, dijo de ¨¦l su hijo Juan Pablo. Quiz¨¢ ah¨ª y en la mezcolanza de ideales est¨¦ buena parte de la explicaci¨®n de, por ejemplo, La Ben Plantada.
Perdi¨® a la madre con 11 a?os; toda su existencia revela esa b¨²squeda¡±, dijo su hijo Juan Pablo
Muri¨® el 25 de septiembre de 1954 en Vilanova i la Geltr¨², acompa?ado de Pepita, secretaria con la que hac¨ªa vida marital quien fue de los primeros en beneficiarse de la ley de divorcio de la legislaci¨®n republicana. En la cajonera y en la biblioteca qued¨® el rastro impresionante de sus corresponsales, amigos y admiradores: desde Mir¨®, Nin, Bohigas o T¨¤pies (a quien le abri¨® Madrid cuando el joven artista contaba s¨®lo 26 a?os) a Pessoa (heteronimia aparte, el portugu¨¦s, ¨¢vido de intervenir en cultura como D¡¯Ors, le cita diversas veces), Ferrater Mora (¨¦ste le dedic¨® en 1935 su primer libro, en un entusiasmo juvenil que ir¨ªa languideciendo con los a?os) o Gabriel Ferrater (mucho de lo que dijo sobre pintura es gracias a la lectura de D¡¯Ors). ?Y hoy? Pues Gimferrer lamenta que la influencia estilista de D¡¯Ors en las letras catalanas sea tan m¨ªnima: lo asegura quien quiz¨¢ m¨¢s se le ha acercado en lo literario con su novela Fortuny (1983), seg¨²n apunta Eloi Grasset.
¡°No podemos ignorarlo. Conviene estudiarlo con serenidad e inteligencia. No pido m¨¢s¡±, escrib¨ªa Fuster en 1975, recuerda Antoni Mart¨ª Monterde. Y ah¨ª sigue la cosa con X¨¨nius.
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