¡°Que me expulsen... ?Volver¨¦!¡±
Hassan El Yousfi, un marroqu¨ª que acaba de ser padre, lleva 18 d¨ªas internado en el CIE de Barcelona comiendo "poco y mal", "sin nada que hacer" y sin saber si ser¨¢ expulsado
El olor a pino es la ¨²ltima sensaci¨®n agradable que uno tiene antes de entrar en el centro de internamiento de extranjeros (CIE) de Barcelona. No ser¨¢ una prisi¨®n, pero lo parece. El muro de cemento gris y las vallas met¨¢licas que le hacen ganar altura rompen el paisaje anodino de la calle E, lugar de descanso de enormes camiones. La verja azul se abre de derecha a izquierda, lentamente. Un polic¨ªa sale de la garita:
-Buenos d¨ªas, caballero, ?viene a una visita? Pues espere ah¨ª.
Ah¨ª es un cub¨ªculo con 18 asientos y una m¨¢quina de Pepsi donde familiares y amigos de los internos aguardan para visitarles. Pueden hacerlo dos horas por la ma?ana y otras dos por la tarde. Son las 11 del martes 16 de junio. En la zona de sombra se han acomodado un joven africano con gafas de pasta, un hombre ¨¢rabe con bigote y una madre sudamericana con una enorme maleta. Sus caras reflejan angustia y tensi¨®n.
Los internos del CIE est¨¢n sometidos a un horario estrictos y no se mueven con libertad
Dos polic¨ªas entran al CIE con un hombre esposado. Le espera una estancia que puede prolongarse hasta 60 d¨ªas y acabar, quiz¨¢, con la expulsi¨®n de Espa?a. Casi al mismo tiempo, una mujer morena sale empujando un cochecito de beb¨¦. Ignoro entonces que son J¨¦ssica y Aar¨®n, la novia y el hijo del interno al que vengo a visitar y del que solo conozco el nombre y el n¨²mero de interno: Hassan El Yousfi, 355.
Al polic¨ªa le basta con esos datos. No me obliga a inventar pregunt¨¢ndome de qu¨¦ conozco a Hassan. Dejo el DNI en la recepci¨®n y mis cosas en una taquilla cerrada con llave. El polic¨ªa me conduce por un pasillo hasta la puerta 1 de la zona de visitas, la ¨²nica que ver¨¦ de todo el recinto. El cuarto es menos carcelario que hace cinco a?os, cuando visit¨¦ a otro interno. Si entonces hablamos separados por una mampara y a trav¨¦s de un telefonillo, esta vez el contacto ser¨¢ directo. Es una de las cosas que, gracias a la presi¨®n de las entidades y la vigilancia de los jueces, han cambiado para bien en el CIE de la Zona Franca.
Hassan naci¨® en Marruecos, tiene 31 a?os y es un gran actor.
Te pasas el d¨ªa comi¨¦ndote la cabeza, sufres un un desgaste psicol¨®gico muy grande
-?Hola! ?Qu¨¦ tal amigo, c¨®mo est¨¢s?, dice entusiasmado mientras nos abrazamos escenificando una amistad que nunca fue.
El polic¨ªa cierra la puerta con llave y le pregunto c¨®mo est¨¢. Espero que me diga que tirando, que regular, que las cosas all¨ª dentro son duras... Pero no. Hassan se derrumba en el asiento. Su rostro, antes feliz, ha mutado:
-Fatal.
Hassan lleva 13 d¨ªas en CIE. Hoy, si no le han expulsado o dejado en libertad, habr¨¢ cumplido 18. Ha estado aqu¨ª antes y est¨¢ de vuelta de todo. Pero ahora sus circunstancias son distintas: tiene pareja, un beb¨¦ de cuatro meses del que cuidar y un trabajo cargando y descargando camiones en Mercabarna, el mercado mayorista de Barcelona que, iron¨ªas de la vida, est¨¢ a solo 15 minutos andando del CIE.
Cuando se acuerda de Aar¨®n rompe a llorar y se tapa la cara con las manos. En 2011, cuando le despertaron ¡°a las cinco de la ma?ana¡± para anunciarle que le sub¨ªan a un avi¨®n rumbo a Marruecos, apenas le import¨®: no dejaba a nadie atr¨¢s. Ahora que encarrilaba su vida, tras 14 a?os entrando y saliendo de Espa?a, siente ¡°rabia¡±. ¡°Nos tratan como a perros, nos expulsan como a perros¡¡± Pero no se da por vencido. ¡°Me da igual que me expulsen... ?Volver¨¦! Aunque tenga que jugarme la vida otra vez. Tengo aqu¨ª a mi familia y a mi hijo¡±.
No ser¨ªa la primera vez. Su ciudad natal est¨¢ a las puertas de Ceuta y asegura que conoce ¡°la forma de entrar y salir en barco¡±. Lleg¨® a Catalu?a a los 15 a?os, solo. Las celdas del CIE le recuerdan a las habitaciones de los centros de menores donde pas¨® parte de la adolescencia. ¡°Somos seis personas en tres literas, como all¨ª¡±, sonr¨ªe Hassan, hombre de ojos negr¨ªsimos, corpulento, que debe rondar el metro noventa de estatura.
Hassan ten¨ªa prohibido entrar en Espa?a hasta 2021; la polic¨ªa le detuvo en Cornell¨¤
A un tipo de su envergadura no se le alimenta con ¡°una magdalena y un caf¨¦ en un vaso de pl¨¢stico para desayunar¡±. O con ¡°un trozo de tortilla y agua¡± por la noche. Se queja de que come poco y mal. ¡°Hay gente que pasa hambre. En dos semanas he perdido nueve kilos¡±. Hassan es vegetariano y fumador. Su pareja le lleva tabaco de liar al CIE en las visitas. ¡°Te debes de haber cruzado con ella, acaba de salir¡±.
La vida en el CIE, explica, est¨¢ sometida a un r¨¦gimen muy severo. ¡°Esto es peor que una c¨¢rcel, est¨¢ fatal¡±. Al centro llegan extranjeros en situaci¨®n irregular pendientes de ser expulsados. Por haber cometido alg¨²n delito o, como en el caso de Hassan, por una infracci¨®n administrativa de la Ley de Extranjer¨ªa. Los internos tienen la movilidad restringida y est¨¢n sometidos a un horario estricto. ¡°Hay hora para el caf¨¦, hora para el tabaco... hora para todo¡±, lamenta. Lo peor, en realidad, es que es un horario suspendido en el vac¨ªo, porque no hay nada que hacer. ¡°Te pasas el d¨ªa comi¨¦ndote la cabeza, d¨¢ndole vueltas a lo mismo, y con eso vas sufriendo un desgaste psicol¨®gico muy grande¡±.
Incertidumbre, desasosiego, tedio. Son ingredientes de la vida en el CIE. ¡°A las 7 te despiertan con los altavoces. A las 7.30 bajas a desayunar y luego al patio. A partir de las 11 y hasta las 13 puedes recibir visitas. Comes y vuelves a la celda a descansar. A las 16 horas vas a la ducha, la ¨²nica del d¨ªa. Luego otra vez el patio y a cenar. A las 12 hay que ir a dormir¡±.
A medianoche has de ir al lavabo o aguantar hasta la ma?ana: las celdas ¡°est¨¢n cerradas con llave¡± y ¡°no hay ba?o en la habitaci¨®n¡±. Las duchas, a?ade Hassan, son insuficientes. ¡°Somos muchos y puedes estar muy poco tiempo. Los funcionarios ponen el agua muy fr¨ªa o muy caliente cuando quieren que acabes r¨¢pido¡±. Sobre los polic¨ªas, no dice que haya malos tratos, pero s¨ª que el trato no es bueno. ¡°Los que no hablan el idioma o no reclaman sus derechos lo pasan mal¡±.
Sus quejas coinciden con las que recoge una vez por semana Sara Tolotti, voluntaria de la ONG Migrastudium desde hace un a?o. Tolotti subraya la ¡°angustia¡± de los internos, que ¡°esperan ser liberados y volver a su vida normal¡±. ¡°La gente que ha estado en la c¨¢rcel dice que el CIE es mucho peor que la c¨¢rcel. Se nota que est¨¢n pensados para una situaci¨®n transitoria porque no tienen nada que hacer en todo el d¨ªa. No hacen actividad f¨ªsica, le dan muchas vueltas a la cabeza¡¡± La voluntaria admite mejoras, como la eliminaci¨®n, en enero, de las mamparas. O el trato policial, que ahora ¡°es m¨¢s relajado¡±.
¡°Las cosas han cambiado algo¡±, concede Hassan, pero ¡°muy poco¡±. Y recuerda que en Frankfurt, donde tambi¨¦n estuvo internado, ¡°pod¨ªas repetir comida, la puerta de la habitaci¨®n estaba abierta¡¡±
Han pasado unos 20 minutos de conversaci¨®n. El polic¨ªa llama a la puerta, entra y advierte: ¡°Hay que ir acabando, chicos¡±. Hassan cuenta que va a intentar resolver su situaci¨®n. A su favor cuenta que est¨¢ empadronado en Vilanova, que tiene pasaporte y que su pareja ¨Ca la que conoci¨® en un cumplea?os- y su hijo son espa?oles¡ En su contra, un pecado original: la expulsi¨®n de 2011 implicaba una prohibici¨®n de entrar en Espa?a por diez a?os. Esa orden segu¨ªa vigente el jueves 4. Su mujer y ¨¦l estaban instalando un candado en un piso vac¨ªo que acababan de ocupar en Cornell¨¤¡ Un vecino alert¨® a los Mossos y Hassan volvi¨®, cuatro a?os despu¨¦s, a la casilla de salida. Se despide con el mismo abrazo:
- Ven cuando quieras. Aqu¨ª no hay nada que hacer¡
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