Un gozoso despiporre
Mika, ap¨®stol del tecnicolor y la purpurina, inyect¨® felicidad con su m¨²sica ante unas 2.500 personas desde el Palacio de los Deportes en una fiesta que abomina de los prejuicios
Mika acredita ya casi una d¨¦cada empe?ado en documentar musicalmente la sensaci¨®n de vivir, un objetivo temerario si advertimos que la vida tiene, en general, sus cositas y los primeros escalofr¨ªos oto?ales en los tu¨¦tanos tampoco invitaban este lunes a un m¨ªnimo alborozo corporal.
La propuesta del autor de Grace Kelly implica en ese sentido algo de falsario, como un placebo piadoso para persuadirnos de que las grandes bolas de espejo emergen desde el cielo cuando menos se las espera y los quer¨²bicos bajistas lucen alas de angelote con policrom¨ªa arco¨ªris. Pero la concepci¨®n del arte como maniobra de escapismo se remonta seguramente a los tiempos de Altamira, as¨ª que nada hay de malo en que un treinta?ero espigado, estiloso y con alma de Peter Pan se esfuerce durante dos generosas horas en proporcionarles el espejismo de la felicidad a los 2.500 feligreses que se acercaron por el Barclaycard Center. Es cierto que afuera no entraban ganas de dar un solo paso al frente, pero hasta Michael Jackson vio claro, cuando a¨²n no le derrapaba demasiado la cabeza, que todos tenemos derecho a nuestra parcelita en Neverland.
El chico de origen liban¨¦s lidia con la fastidiosa maldici¨®n musical de no haber superado a¨²n su primer disco, incluso aunque ya vaya por el cuarto, pero su desparpajo para bombardearnos con una avalancha de t¨ªtulos contagiosos no est¨¢ al alcance de casi nadie. El repertorio de Mika es, al igual que su puesta en escena (los decorados de c¨®mic, el ne¨®n con la palabra ¡°Heaven¡± sobre nuestras cabezas, la caravana hippy identificada como ¡°Paradise¡±), una permanente oda al placer culpable, un pastiche descomunal.
El cr¨ªtico circunspecto siempre optar¨¢ por afilar el colmillo y otorgar dos estrellitas vergonzantes sobre un total de cinco, pero ese an¨¢lisis altivo y acartonado omite la capacidad de Michael Holbrook Penniman Jr. para abrazar toda la historia del pop con purpurina, desde Elton John a Queen, Rufus Wainwright, Pet Shop Boys o Scissor Sisters. Y desde?a el m¨¦rito de quien ha combatido amarguras propias y ajenas con una riada de estribillos explosivos como una bomba de confeti. Frente a ese mundo de circunspecci¨®n y apariencias con el que bregamos a diario, la pista era el lunes un gozoso despiporre de amor compartido y hasta autoer¨®tico, la apoteosis multicolor de t¨®rtolos arrobados, jefecillos sin corbata y chicos gais que aprovechan para besar efusivamente a sus amigas heteros.
Mika volvi¨® a exhibir el desmadre de sus fabulosos falsetes petardos (Relax Take it Easy, Rain) y confirm¨® esa vocaci¨®n de entretenedor que hace de cada noche un episodio diferenciado, ya sea porque ensaye la adaptaci¨®n al castellano de Talk About You que le tend¨ªa un espectador o porque suba al escenario a una chavalilla que le regal¨® una marioneta. S¨ª, todo es tan hiperb¨®lico como una sesi¨®n combinada de El Rey Le¨®n y Priscilla en formato monodosis, pero solo un cuerpo prejuicioso se resiste a una org¨ªa de ¨¦xitos pasados o futuros (Staring At The Sun emerge como el nuevo himno que corear¨ªa Chris Martin). Y de pr¨¦stamos m¨¢s o menos descocados: Talk About You es un delirio parejo a Ser¨¢ Porque Te Amo (Ricchi & Poveri), Live your life homenajea a George Michael y hasta la preciosa y m¨¢s introspectiva Ordinary Man, que sirvi¨® para cerrar la velada, constituye una evidente relectura de Sorry Seems To Be The Hardest Word.
Afuera esperaba la calle gris, pero el muchacho de melena s¨²bitamente alisada sigue conservando su misma fe en la vida en tecnicolor. Y ya lo dice la canci¨®n: ¡°Si este es el fin del mundo, hagamos una fiesta¡±.
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