Rareza y redundancia
El tr¨ªo jiennense de Guadalupe Plata desarrolla un ideario singular¨ªsimo, pero hay que dosificarlo para su disfrute
Raros es poco. Raros en la mejor acepci¨®n del t¨¦rmino, la de la originalidad ins¨®lita, inimaginable. Guadalupe Plata exhibi¨® el jueves, en la primera de sus dos noches en la sala But, ese sonido a chatarra y lat¨®n que les ha proporcionado renombre for¨¢neo y entusiasmos inesperados. Sus aullidos de surrealismo meridional parecen propicios para oyentes de piel arrugada, pero subliman a chavales muy j¨®venes que no necesitaron conocer la discograf¨ªa completa de Howlin¡¯ Wolf para sentirse extasiados.
En una primera aproximaci¨®n, los de ?beda no cumplir¨ªan ning¨²n requisito para el ¨¦xito. Los tres tocan encorvados, como si la presencia del p¨²blico fuera circunstancial. La postura encogida es m¨¢s acentuada en el caso de Paco Luis Martos, que renuncia al contrabajo para decantarse por ese contrabalde de palangana, cuerda y bast¨®n. No nos miran ni nos hablan, y durante pasajes prolongados tampoco se dedican a cantar. La voz de Pedro de Dios emerge rebelde y aguda, como levantisca y poco inteligible. Todo suena a magnetof¨®n y pantano, a disco de Sun Records, a polvareda en el camino. No se han molestado ni en ponerle t¨ªtulo a sus tres trabajos. Sin embargo, el invento funciona, m¨¢s a¨²n en directo. M¨²sica que podr¨ªa tener 60 a?os es ejecutada por unos tipos camino de los 40 para deleite de quienes andan por los 25.
La sonoridad chirriante no facilitaba el tarareo, pero lo pintoresco es que estos tres 'bluesmen' del olivar tampoco renuncian a la sorna. ¡°En este cementerio hace tanta calor que hasta los muertos sacan los huesos al sol¡±, rezonga De Dios antes de v¨¦rselas con la ¡°maldita rata malnacida¡±, el t¨¢ndem ¡°pobre vieja, pobre gato¡± o los cielos embarrados, una figura po¨¦tica ciertamente hermosa. El ¨²nico problema del rock a?ejo (traduzcamos: 'vintage') radica en su limitaci¨®n forzosa de recursos, sin m¨¢s efectivos ni instrumentos que los propios del formato.
El caso White Stripes, pongamos por caso, pero sin Jack White. Y as¨ª llega un momento en que no sabemos cu¨¢ntas veces hemos escuchado ¡°Nena¡±, si suena una coda del tema previo o uno nuevo, si la composici¨®n figura entre las recientes o las primerizas. Y deducimos que a la rareza tambi¨¦n hay que anotarle la redundancia: temas breves, esquel¨¦ticos, aderezados por el chispazo y la digresi¨®n instrumental. A partir de la hora se vigila discretamente el reloj, pero la insaciabilidad no cesa ni tras la extensa Lorena, una estupenda ocasi¨®n perdida para haber acabado por todo lo alto.
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