El preludio del cambio
Vamos hacia una legislatura corta en la que se dirimir¨¢ si el relevo queda circunscrito a una renovaci¨®n de la derecha o si la izquierda es capaz de reconstruirse como alternativa
?Las elecciones del 20-D son tan trascendentales c¨®mo se dice? Venimos asistiendo a tantas noches calificadas de hist¨®ricas que al d¨ªa siguiente ya han sido eclipsadas por otra m¨¢s hist¨®rica todav¨ªa, que tiendo a desconfiar de las grandes palabras. Desde 1975 hemos tenido tres elecciones que han marcado un antes y un despu¨¦s. En 1977, el resultado convirti¨® en constituyente un parlamento que en principio no estaba designado para serlo y se emprendi¨® la construcci¨®n del nuevo r¨¦gimen. En 1982, la llegada de la izquierda al poder, un a?o y medio despu¨¦s del intento de golpe de Estado, cerr¨® el per¨ªodo provisional y permiti¨® la consolidaci¨®n de la democracia. Y, en 1996 (con el preludio del 93), la victoria de Aznar signific¨® la entrada en un per¨ªodo marcado por la hegemon¨ªa ideol¨®gica neoconservadora, que sigue vigente, a pesar del par¨¦ntesis Zapatero y sus logros en materia de libertades personales.
?Es el 20-D equiparable a los tres momentos descritos? La novedad que ha animado el cotarro ha sido la ruptura del bipartidismo. En la escena han irrumpido nuevos actores, que no formaban parte del elenco consolidado. PP y PSOE han visto amenazado el bipolio del poder. No es un cambio menor. El bipartidismo era el s¨ªmbolo de la solidez de un r¨¦gimen que desde el 82 hab¨ªa superado el estado de zozobra de los a?os de UCD, viva expresi¨®n de las contradicciones de una transici¨®n sin ruptura. Si el bipartidismo decae, si al final PP y PSOE apenas suman la mitad de los votos, el sistema habr¨¢ mutado. La p¨¦rdida de credibilidad de los dirigentes pol¨ªticos ¡ªasediados por una corrupci¨®n estructural en el caso del PP¡ª su incapacidad para crear v¨ªnculos de confianza sobre la base de propuestas pol¨ªticas claras y comprensibles, su manifiesta falta de autonom¨ªa respecta de los poderes econ¨®micos a los que cada vez estaban m¨¢s adosados, fue minando su legitimidad. Y en 2011, la calle estall¨® cuando la crisis hizo visibles los destrozos producidos por la incapacidad de los gobernantes de controlar la impunidad del dinero durante las dos d¨¦cadas locas anteriores. La inesperada decisi¨®n de los movimientos sociales de dar el paso a la pol¨ªtica abri¨® la brecha en la fortificaci¨®n bipartidista. Y hubo p¨¢nico en las cumbres.
La gran diferencia con 1982 y con 1996 es que no hay cambio de hegemon¨ªa ideol¨®gica a la vista. El modelo llamado neoliberal sigue teniendo posici¨®n dominante, la izquierda socialdem¨®crata, que nunca lo ha contestado, no est¨¢ en condiciones de aparecer como alternativa, como lo fue el PP de Aznar respecto al felipismo. La nueva izquierda tiene todav¨ªa mucho camino que recorrer ¡ªen Espa?a como en Europa¡ª para conquistar la hegemon¨ªa. En estas circunstancias, siempre aparece la cuesti¨®n generacional como suced¨¢neo. La ruptura no es ideol¨®gica si no de generaciones. Lo cual tranquiliza a todos: unos, porque ven que el relevo no amenaza nada esencial; otros, porque les permite disimular las carencias ideol¨®gicas y mantener vivas las expectativas, mientras ganan tiempo. Si el cambio se plantea en t¨¦rminos generacionales m¨¢s que ideol¨®gicos, el resultado probable es que la derecha encuentre en Ciudadanos un complemento que le permita rejuvenecerse sin mayores riesgos. Y empezar a ganar el nervio perdido de la mano del impasible Rajoy.
Y, sin embargo, el factor generacional no es irrelevante. Primero, porque responde a par¨¢metros culturales distintos que son embri¨®n de cambios m¨¢s profundos. Segundo, porque coloca a los partidos tradicionales muy deudores del voto de los mayores y, por tanto, con menos capacidad para anticipar el futuro. Y tercero, porque las nuevas generaciones se enfrentaran a desaf¨ªos capitales ¡ªel futuro del trabajo, el primero de ellos¡ª que obligaran a replantear nuevos horizontes pol¨ªticos e ideol¨®gicos. 2015 quiz¨¢s se parezca m¨¢s a 1993 (preludio) que a 1996 (cambio). Con una diferencia, que entonces el nacionalismo catal¨¢n apuntal¨® las mayor¨ªas de gobierno y esta vez pintar¨¢ poco. Lo que no impedir¨¢ que la m¨²sica catalana, en sordina en esta campa?a, sea sonido de fondo permanente. Vamos hacia una legislatura corta en la que se dirimir¨¢ si el relevo queda circunscrito a una renovaci¨®n de la derecha o si la izquierda es capaz de reconstruirse como alternativa, ya no s¨®lo como alternancia. Hay que apuntalar el cambio, si no queremos volver a las andadas.
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