La memoria acr¨ªtica
De la misma manera que hemos aprendido a ser duros con la burgues¨ªa, hemos de ser cr¨ªticos con la memoria obrera urbana. Y no olvidar que la radicalidad revolucionaria de los inmigrantes de las ¡®casas baratas¡¯ se carg¨® el proyecto civilizado de la Rep¨²blica
La Torre Baldovina de Santa Coloma de Gramenet es una met¨¢fora. Casa noble, fue cobijo de una cierta aristocracia en aquellos tiempos en que los barceloneses ricos cargaban la tartana y se iban a pasar las vacaciones a diez kil¨®metros de distancia. Santa Coloma ten¨ªa su r¨ªo Bes¨°s y su bosque ribere?o, ten¨ªa vi?as y sembrados y una gente sencilla que ellos, tan especiales, desde?aban. La colonia veraniega impuso al alcalde la instalaci¨®n de un tel¨¦fono ¡ªa disposici¨®n de quien lo requiriera, eso s¨ª¡ª y una segunda fiesta mayor al final del verano para poder despedir la temporada. La fiesta todav¨ªa perdura y los tel¨¦fonos los tiene todo el mundo en el bolsillo. Pero vayan a la Torre Baldovina: los bloques de pisos que la encajonan le han quitado hasta el aire que respira. Santa Coloma ten¨ªa 1.500 habitantes cuando la visitaban esos prepotentes capitalinos; eran 100.000 en 1970, y ahora m¨¢s. Se construy¨® todo, cada rinc¨®n, cada vi?a, cada sembrado. Se cambi¨® de vida, de lengua, de m¨²sica, de paisaje. Marea s¨®lo pensarlo.
El Ayuntamiento de N¨²ria Parl¨®n tiene ahora en marcha un plan para dignificar un sector de Fondo, junto a Badalona. El barrio m¨¢s denso y m¨¢s vital de Santa Coloma, pero el nombre es significativo. El barrio m¨¢s diverso, un sitio para empezar. De construcci¨®n acelerada y precaria, Fondo se benefici¨® de la Llei de Barris, que se centraba en entornos marginales, considerando al mismo tiempo la gente y el cemento, porque las dos cosas tienen que ver. Los pisos de Fondo son peque?os ¡ªeso tiene poco remedio¡ª y les pondr¨¢n ascensor y traer¨¢n equipamientos y a lo mejor una plaza. En Fondo las plazas se han hecho derribando construcci¨®n, ara?ando espacio. Entre la Torre Baldovina ¡ªahora Museo municipal¡ª y Fondo hay una distancia infinita, que nos habla de las complejas relaciones sociales que se dan en una ciudad, y es la pervivencia de estos signos lo que nos permite leerlas como si las calles fueran renglones de una historia compartida, enfrentada.
Pienso en esto mientras escucho al profesor Jos¨¦ Luis Oy¨®n, de la Escola de Arquitectura, disertar sobre la memoria obrera urbana. Estamos en la f¨¢brica Oliva Art¨¦s y una f¨¢brica habla de su patr¨®n y sus obreros ¡ªdel conflicto¡ª, pero es que adem¨¢s hay una exposici¨®n permanente que explica muy bien el Poblenou. Dice el profesor que Barcelona vivi¨® un boom constructivo en los a?os veinte, que es cuando se expanden los pueblos anexionados a la capital. Pide que se respete esa construcci¨®n ¡ªde eso van las jornadas¡ª porque en general la vivienda obrera se considera ¡°vulgar¡± y se derriba. La ciudad es un palimpsesto. Preservamos, dice, las casas nobles, la memoria de la burgues¨ªa: ser¨¢ que no tiene en cuenta la mengua del patrimonio durante el porciolismo, hasta que los progres empezaron a acampar dentro de las fincas para parar el destrozo. La vivienda obrera hist¨®rica de Sant Andreu, de Sants, de Gr¨¤cia es un prodigio de equilibrio, modestia y buen gusto. Es encantadora. No tiene nada de vulgar y la mayor parte est¨¢ protegida. Es cierto que otras partes han sido arrasadas, con benepl¨¢cito institucional y con pancartas desplegadas. La ciudad tambi¨¦n es una queja, pero esa protesta nos salva. ?Guardaremos las casas precarias de Fondo o el urbanismo ¡°feo¡± no cuenta?
Ahora bien, de golpe me sorprende una frase: habla este hombre del ¡°corto verano de la anarqu¨ªa¡±, y se lamenta que fuera corto: el 1936, exactamente. Habla de la radicalidad revolucionaria de los inmigrantes estabulados en las ¡°casas baratas¡±. Esa radicalidad se carg¨®, literalmente, el proyecto civilizado de la Rep¨²blica que se encarnaba en la clase media. Esa gente mat¨® a todo lo que odiaba: el cura, el patr¨®n y el catalanista. Una org¨ªa de odio social, de sangre. Sin ir m¨¢s lejos, quemaron hasta los cimientos de la iglesia de Santa Coloma. Es hora de abandonar la memoria acr¨ªtica de la clase obrera, de la misma manera que hemos aprendido a ser duros con la burgues¨ªa, o la memoria que pretendemos construir ¡ªla memoria siempre es una construcci¨®n¡ª quedar¨¢ coja. De la memoria sale el discurso. Y del discurso, las decisiones. Al mismo tiempo que se ha protegido definitivamente el edificio de La Carbonera, decorado por los okupas ¡ªlas complejas relaciones sociales¡ª, los muy din¨¢micos socios de Barcelona Global le pidieron a la alcaldesa que escuche m¨¢s y a m¨¢s sectores. Pero Ada Colau no fue a ese almuerzo, que era tradici¨®n.
Patricia Gabancho es escritora.
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