Una calle en Lavapi¨¦s para Arturo Barea
Una empleada de Barajas y un ex corresponsal brit¨¢nico recogen firmas para pedir una v¨ªa p¨²blica dedicada al autor de ¡®La forja de un rebelde¡¯
El desenlace de la Guerra Civil espa?ola, en clave franquista, expuls¨® al exilio a medio mill¨®n de personas. Combatientes, funcionarios, mujeres, ancianos y ni?os formaban aquel dolorido torrente humano, as¨ª como buena parte de los intelectuales espa?oles del siglo XX. Uno de ellos, censor de periodistas y futuro escritor, Arturo Barea, march¨® al destierro y se estableci¨® en Inglaterra. All¨ª escribir¨ªa su trilog¨ªa La forja de un rebelde, considerada el relato m¨¢s informado, expresivo y humano de los dramas vividos por Espa?a desde el arranque del siglo XX hasta entonces. La memoria de Barea, que estuvo a punto de perderse por la hostilidad de la dictadura de Franco, cobra sin embargo hoy nuevo vigor. El feliz encuentro entre una joven espa?ola y un periodista ingl¨¦s veterano ha cristalizado en la uni¨®n de sus esfuerzos para conseguir que Madrid dedique una calle o plaza de su amplio -y cuestionado- callejero al escritor. Ya han conseguido 500 firmas de personalidades de la cultura espa?ola. Pronto las enviar¨¢n a la alcaldesa Manuela Carmena, mientras esperan con ansiedad su decisi¨®n.
Protagonizan esta historia Yolanda S¨¢nchez y William Chislett. Empleada la primera en un duty free del aeropuerto de Barajas, un buen d¨ªa de 2013, al pasar William junto a ella, Yolanda reconoci¨® al periodista, ex corresponsal en Espa?a de The Times y en M¨¦xico de Financial Times, hoy analista del Instituto Elcano. ¡°?Usted dio hace poco una conferencia sobre Arturo Barea, verdad?¡± Le espet¨® Isabel. ¡°S¨ª, claro, ?c¨®mo me ha reconocido?¡±, respondi¨® Chislett con sorpresa. All¨ª comienza una parte del esfuerzo compartido por ambos para recobrar la memoria de Arturo Barea.
El escritor de la excelsa trilog¨ªa hab¨ªa nacido en el hogar de una lavandera y de un reclutador militar, en la capital pacense, en 1895; hu¨¦rfano de padre a edad temprana, su madre se establecer¨ªa a?os despu¨¦s con ¨¦l en el barrio madrile?o de Lavapi¨¦s, donde, a cargo de un t¨ªo suyo econ¨®micamente acomodado, Arturo ser¨ªa educado en las escuelas P¨ªas de San Fernando; combatiente en la guerra de ?frica, Barea asisti¨® al desastre de Annual como sargento en el Rif colonial; m¨¢s adelante, vinculado a la Uni¨®n General de Trabajadores, se codear¨ªa con la flor del Periodismo internacional, como censor de los corresponsales de Prensa extranjera acreditados en Madrid durante la Guerra Civil; ya en el exilio, a partir de sus 40 a?os, se convertir¨ªa en cronista excepcional de la vida espa?ola, con m¨¢s de 900 charlas radiof¨®nicas en la BBC.
La otra parte del relato comenz¨® cuando William Chislett, profundo conocedor de Espa?a donde reside hasta hoy desde 1974 -con solo ocho a?os de interrupci¨®n- vio en televisi¨®n espa?ola la serie realizada por Mario Camus, con m¨²sica de Lluis Llach, dedicada a la trilog¨ªa del escritor desterrado. ¡°Qued¨¦ fascinado por su historia y su figura; pronto comenc¨¦ a investigar y a dar conferencias sobre su obra¡±, dice Chislett. Junto con su esposa, William viaj¨® a Inglaterra y en Faringdon, cerca de Oxford, encontr¨® la casa donde Barea vivi¨® la mayor parte de su estancia de 18 a?os en Gran Breta?a. Estaba ubicada en la hacienda de lord Faringdon, un laborista que convirti¨® su lujoso Rolls Royce en ambulancia para los combatientes republicanos heridos en el frente de Arag¨®n durante la Guerra Civil.
En Oxford, Wiliam Chislett sigui¨® sus pesquisas. Recorri¨® el ¨¢rea y despu¨¦s de tres viajes infructuosos, con la ayuda de Uli Rushy-Smith, sobrina del escritor pacense y legataria de su archivo de 13 cajas de escritos, descubri¨® una l¨¢pida que conmemoraba la estancia de Barea en Inglaterra, el pa¨ªs donde escribiera su memorable obra literaria junto con media docena de libros m¨¢s y varios ensayos. ¡°All¨ª estaba la l¨¢pida, en la cabecera de la tumba de sus suegros, los padres de su segunda esposa, la austr¨ªaca Ilse Kulcsar, quien tradujera al ingl¨¦s la mayor parte de la producci¨®n literaria de Barea¡±, comenta Chislett. La l¨¢pida fue por ellos restaurada.
Dada la amistad con numerosos hispanistas anglosajones e intelectuales espa?oles, como Antonio Mu?oz Molina, el bi¨®grafo Michael Eaude y Elvira Lindo, Chislett y sus amigos colocaron una placa en memoria de Barea en la fachada de The Volunteers, el pub que ¨¦l all¨ª frecuentaba. La placa fue ideada por un dise?ador vasco, Herminio Mart¨ªnez, quien se ofreci¨® generosamente a hacerla. ¡°Con apenas siete a?os y centenares de otros ni?os vascos, Herminio hab¨ªa partido en barco hacia el exilio desde el puerto de Bilbao¡±, recuerda conmovido Chislett.
Hoy, con la ayuda de Isabel Fern¨¢ndez, Yolanda S¨¢nchez y William Chislett, m¨¢s Javier Cercas, sir John Elliott, Jos¨¦ ?lvarez Junco, Charles Powell, Edwin Williamson, Paul Preston, Elvira Lindo y Juan Cruz, as¨ª como quinientas personas m¨¢s, avalan su demanda para solicitar que la memoria de Barea perdure en la ciudad donde vivi¨® hasta su partida al exilio, del que nunca regres¨®: saben que las cenizas del escritor fueran esparcidas al viento no lejos del lugar donde residiera, pero quienes como ellos y ellas conservan en sus corazones la impronta dejada por La forja de un rebelde conf¨ªan, sin embargo, en que la memoria de Arturo Barea Ogaz¨®n, muerto en 1957 en el destierro, no se perder¨¢ bajo el oscuro ulular del viento del Norte; anhelan que su nombre ilumine una v¨ªa p¨²blica del barrio madrile?o que fue escenario de las penas y gozos de su f¨¦rtil y vivida existencia.
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