Mujeres asesinadas
Ya comienza a ser de dominio p¨²blico que el pretendido ¡®crimen pasional¡¯ no tiene nada de pasional. Nada que ver con una acci¨®n incontrolable
Hace unos d¨ªas un mensajero me trajo un libro. Se trataba de una novela policiaca en cuya contraportada se resum¨ªa su contenido. Me llam¨® la atenci¨®n un tramo de su texto. ¡°Todo parece indicar que se trata de un crimen pasional¡±. No s¨¦ si el autor de la novela hace que su detective tambi¨¦n considere el crimen que tendr¨¢ que investigar con el mismo criterio antediluviano de la portada. Por si acaso, dejo el libro sin abrir. Con lo me gusta la novela policiaca. Alguien podr¨¢ considerar que soy un poco tiquismiquis con este asunto, ?mira que dejar de leer un libro por semejante tonter¨ªa!
La frase de marras no es ninguna tonter¨ªa. Resume con dram¨¢tica claridad dos cuestiones. La primera tiene que ver con la pasi¨®n, a la cual se degrada con harta perversi¨®n, mezcl¨¢ndola con un asesinato en toda regla. Las pasiones son cosa muy seria. Ya no digamos la pasi¨®n amorosa. Solo tendr¨ªamos que leer los m¨¢s grandes poemas de amor, de Vicente Alexandre, Paul Eluard, Pablo Neruda o Vicent Estell¨¦s, para entender la magnitud de su importancia humana y est¨¦tica.
Igual pasa con otras pasiones. Como la pasi¨®n por el conocimiento. Por los p¨¢jaros. Por la fotograf¨ªa. Por la exactitud, es decir por llamar a las cosas por su nombre. Por suerte este equ¨ªvoco, salvo para algunas editoriales, parece que ha comenzado a erradicarse de nuestro imaginario. La otra cuesti¨®n es la enorme incomprensi¨®n que se esconde detr¨¢s de la frase. Incomprensi¨®n de un drama humano que puede acaecer en nuestro mismo rellano.
Recuerdo que hace unos a?os, en la calle Escorial, pude ver c¨®mo un hombre de mediana edad insultaba a una mujer que iba con ¨¦l. Como los insultos iban en crescendo, me pareci¨® obligado intervenir. La furia troglodita que mostraba a su pareja, el hombre la enfoc¨® sobre mi persona. ¡°Y t¨² que miras, payaso¡±, me espet¨®, ¡°venga, largo¡±. Yo le contest¨¦ que me iba a marchar cuando ¨¦l dejara de insultar a su mujer, sorprendi¨¦ndome de mi propio arrojo. Entonces fue cuando la pobre mujer me pidi¨® que me marchara, que gracias, que mi marido es muy nervioso, que por favor no me metiera. Me di por enterado. Capt¨¦ el mensaje. Segu¨ª mi camino. Y ellos tambi¨¦n, ya en silencio.
En este mismo diario le¨ª hace unos d¨ªas un reportaje sobre una tesis doctoral que se escribi¨® sobre el papel de los medios de comunicaci¨®n en relaci¨®n con los cr¨ªmenes machistas (o terrorismo machista, como tambi¨¦n le denominan algunos grupos feministas). La conclusi¨®n de la autora no me tranquiliz¨® mucho. Pero lo que s¨ª mitiga en algo mi desasosiego es que ya comienza a ser de dominio p¨²blico que el pretendido ¡°crimen pasional¡± no tiene nada de pasional. Nada que ver con una acci¨®n incontrolable.
El agresor es un individuo que trama con calculada precisi¨®n su delito. Elige el arma. El momento. El sitio. No atina a imaginar el terrible mal que infligir¨¢. Ni el dolor y la estupefacci¨®n que se extender¨¢ entre los suyos y sus amistades. Incluso entre los que no tenemos nada que ver con ¨¦l y con la v¨ªctima. Y no siente ning¨²n remordimiento. Por eso se entrega inmediatamente, como si una vez eliminado el motivo de sus desvelos, se dispusiera a vivir el resto de su vida libre de su hombr¨ªa mancillada. Excepto cuando decide inventarse una endeble coartada. O suicidarse.
Este lunes pasado, en Bilbao, muri¨® asesinada la victima de crimen machista n¨²mero siete. El a?o pasado fueron 57 las mujeres asesinadas en Espa?a. ?Qu¨¦ hacer para bajar esta siniestra estad¨ªstica? Supongo que educaci¨®n, menos anuncios denigratorios para la mujer y rigurosa aplicaci¨®n del c¨®digo penal.
Hace unos a?os le¨ª en un peri¨®dico una entrevista al escritor norteamericano Richard Ford. Entre otros temas, el entrevistador le pregunt¨® sobre su amistad con Raymond Carver. Ford le relat¨® c¨®mo se hab¨ªan conocido. Fue durante un congreso de escritores. Se presentaron y enseguida congeniaron en casi todo. Tanto que Carver le coment¨® que ten¨ªa un problema muy serio en una ciudad californiana y que por eso deb¨ªa ausentarse del congreso. Ford le pregunt¨® por el problema y Carver le cont¨® que su hija estaba casada con un individuo que le hac¨ªa la vida imposible, adem¨¢s de pegarle. Que tem¨ªa por su vida. Ford instant¨¢neamente le dijo que si lo estimaba necesario, ¨¦l se ofrec¨ªa para resolver el problema. Que se quedara en el congreso. Obviamente, Carver le agradeci¨® la oferta y se fue a California.
J. Ernesto Ayala-Dip es cr¨ªtico literario
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.