De Tarradellas a Puigdemont
En la vida pol¨ªtica catalana fallaron los diagn¨®sticos y las soluciones. Ahora, el soberanismo flaquea de forma ostensible, tratando de mantener el ilusionismo de la desconexi¨®n
El contraste entre la abundancia de proveedores de soluci¨®n para la cuesti¨®n catalana y el ritmo al que var¨ªan las circunstancias pudiera considerarse otro hecho diferencial, entre tantos diagn¨®sticos mutantes. El regreso de Tarradellas y la restauraci¨®n de la Generalitat iban a ser el umbral de una suma positiva, y as¨ª lo pareci¨® entonces. Llegaron la Constituci¨®n y el Estatut, con una amplia redistribuci¨®n de los poderes territoriales del Estado que respond¨ªa a las aspiraciones del catalanismo. A continuaci¨®n, Jordi Pujol se hizo el hombre fuerte de la situaci¨®n, reformulando el m¨¦todo de la transacci¨®n como para intervenir en la pol¨ªtica de Espa?a. Daba por sobre-entendido que el Estado se retiraba de Catalu?a. Fueron a?os de pactos, desde la UCD pasando por el felipismo hasta los del Majestic con el PP. En aquellos tiempos, Pujol mand¨® mucho en Espa?a y ese es un dato que el nacionalismo victimista prefiere arrumbar. Pero lo cierto es que para muchos, Pujol era una garant¨ªa de estabilidad, merec¨ªa confianza aunque no compenetraci¨®n. Finalmente, ha pasado lo que ha pasado.
Despu¨¦s vino el maragallismo. Quien m¨¢s quien menos pens¨® que Pasqual Maragall ¡ªquien reclamaba el legado de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza¡ª protagonizar¨ªa un catalanismo laico, frente a la fusi¨®n m¨ªstico-pol¨ªtica del pujolismo pre-andorrano. Pero Maragall pact¨® con Esquerra Republicana y le dio manga ancha hasta l¨ªmites impensables, siendo su vicepresidente Carod Rovira quien fue por su cuenta a arreglar las cosas con ETA.
Maragall cedi¨® amplias porciones de poder al sectarismo. Y finalmente, espoleado por Rodr¨ªguez Zapatero, plante¨® la opci¨®n de un nuevo Estatuto de autonom¨ªa, algo que no deseaban ni los nacionalistas. De hecho, ERC vot¨® en contra. Para algunos analistas, ah¨ª comenz¨® todo aunque, puesto que la historia es pol¨ªtica acumulada, seguramente habr¨¢n de ser los historiadores quienes lo aclaren. A continuaci¨®n, lleg¨® a la Generalitat Jos¨¦ Montilla, pol¨ªtico de s¨®lida ejecutoria municipal y ajeno al esencialismo de la naci¨®n irredenta, un castellano-hablante de quien se esperaba un nuevo rumbo. A¨²n as¨ª, Montilla qued¨® abducido por el peso de la mitolog¨ªa montserratina y no hubo reorientaci¨®n ni aligeramiento del lastre nacionalista. De modo que nada resultaba ser como se esperaba, seg¨²n los sucesivos escenarios de la Catalu?a auton¨®mica.
As¨ª se lleg¨® hasta Artur Mas, el m¨¢s mutante de todos, un gestor de propulsi¨®n tecnocr¨¢tica menor que se declaraba partidario de pol¨ªticas business friendly. Gestion¨® el impacto de la crisis de 2008 haciendo recortes en materia de pol¨ªtica social. Hubo contestaci¨®n en la calle. Un buen d¨ªa, el presidente de la Generalitat, para ir al parlamento auton¨®mico asediado por la protesta tuvo que utilizar un helic¨®ptero. Y entonces todo confluy¨® en la calle: protesta contra los recortes, hervor de autodeterminaci¨®n sin fundamento legal, descontento con las austeridades impuestas por la crisis, populismo antisistema, populismo nacionalista y uno de esos malestares indefinidos que turban la vida de una sociedad de forma transitoria. De ah¨ª que Mas se hiciera independentista, subi¨¦ndose a la ola de las nutridas manifestaciones ¡ªtodav¨ªa no cuantificadas¡ª del 11 de setiembre. Luego fue a las urnas y tuvo que apartarse. Ya se iba a unas nuevas elecciones auton¨®micas cuando a la hora veinticinco apareci¨® la figura de Carles Puigdemont, de naturaleza pol¨ªtica endeble, auspiciada por ERC y la CUP. Ahora, siendo la situaci¨®n pol¨ªtica de Espa?a la que es, el soberanismo est¨¢ flaqueando ostensiblemente y parece confiar ¨²nicamente en la movilizaci¨®n sectaria por parte de TV3 y Catalunya R¨¤dio. Es, torpemente, el ilusionismo de la desconexi¨®n.
En este panorama de la vida pol¨ªtica catalana, lo que se percibe es que fallaron los diagn¨®sticos y fallaron las soluciones. Por supuesto, no hubo gran soluci¨®n, omnicomprensiva, definitiva. Pero es que no la hay. En realidad, no pocos conflictos pueden irse diluyendo sin tener la gran soluci¨®n. As¨ª ha ocurriendo con el secesionismo en el Quebec. Son ciclos tanto emocionales como de reactividad social. La independencia ha sido, para sectores de la sociedad catalana de cada vez menos entusiastas, especialmente en las clases medias, una de aquellas grandes soluciones que o no solucionan nada o lo empeoran todo. En realidad, en cualquier sociedad occidental la consideraci¨®n de soluciones proviene del pluralismo cr¨ªtico. Visto con la perspectiva del tiempo, es lo que va de la presidencia de Josep Tarradellas a la de Carles Puigdemont. Es la diferencia que hay entre ¡°Visca Catalunya!¡± y ¡°Visca Catalunya lliure!¡±.
Valent¨ª Puig es escritor.
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