Elogio del quiosco
El escritor mexicano escribe sobre los vendedores de prensa que le han atendido en los ¨²ltimos 40 a?os
Debo una gratitud de cuatro d¨¦cadas a diversos quiosqueros en ambos lados del Atl¨¢ntico. La mutua complicidad que establece el lector paseante con el bibliotecario de las esquinas ha determinado una forma de leer con el puntual resguardo de los peri¨®dicos que informan sobre todo lo que pasa, el apartado de libros que se venden por entregas para conformar la discreta biblioteca con la que uno se va haciendo del mundo e incluso la venta seriada de locomotoras en miniatura o soldaditos de plomo que alinean los estantes entra?ables, donde no pocas cajas resguardan los recortes de peri¨®dicos memorables, encabezados hist¨®ricos y sucesos invaluables que el propio quiosquero fardaba con tino desde el momento en que cuelga los ejemplares como ropa tendida en hilos o apilando los mont¨ªculos de papel que poco a poco se van reduciendo conforme transcurre el d¨ªa¡ y transcurren los a?os, ahora con la incertidumbre y preocupaci¨®n que genera el desconocido futuro digital, donde poco a poco nos iremos quedando sin papel, pero no hay que perder los papeles.
Debo a los quiosqueros el adelanto de malas noticias como si al confi¨¢rmelas antes de abrir la s¨¢bana de peri¨®dico amainaran el triste impacto que me causar¨ªa su lectura; debo las risas burlonas cuando las goleadas en contra amenazaban la estabilidad no s¨®lo de mi equipo de f¨²tbol sino el equilibrio del sistema nervioso central. En viejos tiempos de destape, fueron los quiosqueros (como compa?eros de parvulario) quienes recomendaban tal o cual portada con divas en papel, musas despechugadas en colores o calientes historias que empezaban con alg¨²n escandalillo de ocho columnas. Con quiosqueros he debatido de alta pol¨ªtica y columnas que rebasaban el mero chisme para volverse fuente fidedigna del des¨¢nimo social o la esperanza impredecible de cualquier jueves. A los quiosqueros debo tambi¨¦n golosinas y postales, cigarrillos de dos colores diferentes de tabaco, mapas para el ocio, crucigramas para el tedio¡ y los mudos testigos de no pocas veces en que me dejaron plantado, ramo de flores en mano, tarde lluvia en Princesa o ma?ana soleada en Insurgentes.
Llegar¨¢ el d¨ªa (tarde o temprano) en que las tabletas para peri¨®dicos digitales se abaraten tanto que podr¨¢n ser adquiridas en quioscos y quiz¨¢ incluso desechadas al atardecer, pero adem¨¢s hay no pocas se?as vitales que se seguir¨¢n vendiendo en esos santuarios de las esquinas que anhelo ya el d¨ªa en que (tarde o temprano) me surtan mi dosis diaria de libro semanal, revista de aficiones cada vez m¨¢s secretas, el peri¨®dico en papel y la recarga de informaci¨®n electr¨®nica para mi tableta cibern¨¦tica, con el impagable a?adido del callado testimonio de que ya no me deja esperando la musa que acostumbro citar en el quiosco. Con o sin lluvia.
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