Guerra y frivolidad
Leyendo las conclusiones del informe Chilcot lo que estremece es la enorme ligereza con que se toman decisiones que pueden tener consecuencias tan brutales
El despecho ingl¨¦s (ha sido la Inglaterra profunda, m¨¢s que Gran Breta?a, la que ha roto con Europa) ha provocado reacciones de decepci¨®n, e incluso de rabia, en las islas como en el continente. En la indignaci¨®n se ha llegado a poner en duda al propio sistema democr¨¢tico, siguiendo la peligrosa deriva que pretende desplazar el eje del poder de la ciudadan¨ªa a los expertos. Y, una vez m¨¢s, se ha cuestionado el siempre pol¨¦mico recurso al refer¨¦ndum que, sin duda, cuando se somete a voto un cambio que pueda afectar decisivamente el futuro de las nuevas generaciones, merecer¨ªa algunas cautelas: por ejemplo, mayor¨ªas cualificadas; por ejemplo, que los mayores de 65 a?os no tuvi¨¦ramos derecho a votar en estos casos. El futuro es de quien lo vivir¨¢. El voto de los mayores, tradicionalmente conservador, acostumbra a ser la ¨²ltima trinchera de los poderes establecidos, pero aqu¨ª ha ocurrido lo contrario: la gente de edad vot¨® contra la City y contra las instituciones europeas.
Los cabreos por el Brexit no impiden la admiraci¨®n por la calidad democr¨¢tica de un pa¨ªs capaz de generar un informe sobre la participaci¨®n del Reino Unido en la guerra de Irak como el que John Chilcot entreg¨® al primer ministro Cameron para ser debatido en el parlamento brit¨¢nico. Un informe independiente que deja en evidencia al exprimer ministro Tony Blair, que decidi¨® acompa?ar a Estados Unidos en la guerra de Irak, sin una certeza justificada sobre las armas de destrucci¨®n masiva, sin agotar las opciones pac¨ªficas, y sin que la acci¨®n militar fuera el ¨²ltimo recurso. Adem¨¢s de compartir con Aznar (el ac¨®lito que se puso tacones de guerra para ganar altura en la escena internacional) una teatralizaci¨®n destinada a legitimar la decisi¨®n ya tomada por los americanos.
Han pasado trece a?os de aquel truculento final de la tercera v¨ªa de Blair, un neothatcherismo que perdi¨® all¨ª su apariencia de rostro humano, y puede parecer que el informe llega demasiado tarde. Pero un pa¨ªs que quiere saber la verdad de lo que pas¨® y acaba sabi¨¦ndola, que quiere conocer los enga?os de sus dirigentes como un acto de normalidad democr¨¢tica y no como una provocaci¨®n antipatri¨®tica, merece respeto y consideraci¨®n. Comparen, si les alberga alguna duda, con la vergonzosa comisi¨®n del 11-M que vivimos aqu¨ª.
Leyendo las conclusiones del informe Chilcot lo que estremece es la enorme ligereza con que se toman decisiones que pueden tener consecuencias tan brutales. De esta frivolidad da testimonio el propio Blair cuando intenta justificarse diciendo que obr¨® de buena fe y que no previ¨® sus consecuencias. Da pavor pensar que el desprecio por la informaci¨®n disponible, convirtiendo en verdades puros indicios, que la ofuscaci¨®n sobre el propio poder, que el deseo de afirmaci¨®n del propio liderazgo, que la construcci¨®n del enemigo para excitar las bajas pasiones de la ciudadan¨ªa y promover el miedo o, en el caso de Blair y de Aznar, la sumisi¨®n a los intereses del gran poder americano, entendida como un deber por encima de la posici¨®n de los ciudadanos de sus pa¨ªses, puedan ser determinantes a la hora de emprender tama?o desprop¨®sito.
La frivolidad llama a la frivolidad. Si disparatada fue la intervenci¨®n, m¨¢s irresponsable fue todav¨ªa la gesti¨®n del d¨ªa despu¨¦s, cuando se desmantel¨® de modo indiscriminado el aparato de estado irak¨ª sin tener el recambio preparado, dejando al pa¨ªs literalmente sin Estado. Una mezcla de arrogancia y de nula preparaci¨®n que sobrecoge, por lo que indica sobre la fragilidad de la gran potencia y sus acompa?antes. Una torpeza, que adem¨¢s de convertir a Ir¨¢n en la primera potencia de la zona, en detrimento de aliados americanos como el propio Israel, produjo la mano de obra necesaria ¡ªmilitares defenestrados¡ª para la creaci¨®n del estado isl¨¢mico. Un desastre evitable, del que los responsables han salido de rositas. La determinaci¨®n de Bush, el activismo de Blair y el seguidismo de Aznar en la explosi¨®n del volc¨¢n iraqu¨ª s¨®lo les ha castigado en su reputaci¨®n. Los pol¨ªticos son humanos y se equivocan como todos. Pero cuando los errores ocasionan centenares de miles de muertos, millones de desplazados y desestabilizan los equilibrios geopol¨ªticos, ?una sociedad democr¨¢tica no tendr¨ªa derecho a exigir responsabilidades? ?Basta con decir que obraron de buena fe?
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