Sijena y sus humedades
El monasterio de la guerra cultural entre Arag¨®n y Catalu?a se construy¨® sobre una laguna insalubre y con tierra arenisca; la humedad sigue manando a diario
Visitar el monasterio de Sijena es posible en s¨¢bado y en un horario restringido que en semanas de agosto te pone a prueba, de las 12.30 a las 16 horas. Si est¨¢n por aquellas tierras o cerca de ellas, y andan de vacaciones o simplemente de fin de semana por tener la suerte de disponer de ocio pagado, les recomiendo la visita. Seguramente han le¨ªdo el nombre del monasterio en tantos titulares en los ¨²ltimos tiempos y si son aragoneses, m¨¢s, que desde hace a?os el dossier de prensa sobre el arte religioso de Sijena es denso. Pero, ?lo conocen? Puede que no, pues no es muy visitado. Vale la pena. Por tres buenas razones.
La primera raz¨®n es su maravillosa arquitectura, a pesar de estar diezmada y hasta cierto punto abandonada y de las duras condiciones topogr¨¢ficas del lugar en el que asienta. Se empez¨® a construir en 1183 y en cinco a?os estaba en marcha y consagrado. La segunda buena raz¨®n es la de revivir una historia secular que conjuga el poder eclesi¨¢stico y el poder pol¨ªtico. El obispado de Lleida rigi¨® el monasterio durante ocho siglos, pero eso se acab¨® con la renovada influencia hisp¨¢nica del Opus Dei, fundado por un hombre nacido a 50 kil¨®metros, en el Barbastro cuyo obispado rige ahora Sijena desde hace dos d¨¦cadas (y que Roma estaba a punto de cerrar por falta de habitantes). Torreciudad no est¨¢ lejos, no. Al socialista Belloch se le debe tanto de esto, canonizaci¨®n del jefe de la Obra inclusive. En el epicentro de este amplio arco hist¨®rico, la guerra civil de hace 80 a?os, justo cumplidos aqu¨ª este 3 de agosto, que es cuando el monasterio fue incendiado por milicianos anarquistas.
Con estas dos buenas razones la visita es un aliciente para tantos (si es que los hay, que no lo s¨¦, cabe preguntarse a qui¨¦n le importa el arte) interesados en las razones de la historia y las ¨¢rduas relaciones entre lo religioso y lo social a trav¨¦s del arte. En las causas que llevaron a gentes menudas, revolucionarias o que simplemente estaban ah¨ª, a quemar iglesias y conventos hace un siglo aqu¨ª y all¨¢, asunto del que no solemos hablar y que dur¨® bastantes a?os.
La tercera buena raz¨®n, dada la guerra cultural que hoy lleva el nombre de Sijena, es mirar de entender qu¨¦ podr¨ªa pasar con los frescos rom¨¢nicos conservados en Barcelona si regresaran al monasterio.
Por tener ra¨ªces cerca, en el otro lado de los Monegros, llevo viniendo aqu¨ª unos treinta a?os. Por mi cuenta, sin inter¨¦s por parte de mis paisanos, la verdad. La primera vez v¨ª las ruinas: El dormitorio de las monjas (una amplia estancia en forma de ele a partir de un formidable capitel en palmera, bastante inusual en el rom¨¢nico), la sala capitular y lo que queda del claustro, lo m¨¢s destrozado. En fotos de las de antes y en mi memoria retengo rastros de pinturas en lo alto. Ennegrecidas por el humo guerracivilista, sin m¨¢s cuidado desde entonces. Luego el monasterio cerr¨® las visitas y emprendi¨® una restauraci¨®n. Eran los 90, la Caixa intervino. No se restaur¨® nada sino que se construyeron celdas individuales para las nuevas monjas, torreones que se ven desde el exterior semejantes a peque?as ermitas.
El otro d¨ªa los visitantes ¨¦ramos una docena, casi todos catalanes. La estupenda gu¨ªa es una joven madrile?a que te explica el monasterio con conocimiento, sencillez y humor. Muy sensible a la fachada, de trece arcos, sin ning¨²n adorno ni capitel. En su d¨ªa estaba policromada, hoy es un raro indicio. Todo en Sijena lo es. El m¨¢s incordiante vestigio se refiere a algo crucial de lo que nadie habla: el monasterio se construy¨® sobre una laguna, en un terreno pantanoso, insalubre, de tierra arenisca, que causa una constante humedad erosionadora, hoy como ayer. Las monjas primeras, hijas todas de las buenas familias de la ¨¦poca, lograron dispensa papal de clausura por no poder vivir all¨ª sin salir al exterior, se axfisiaban, y los mosquitos las atacaban por doquier.
Las piedras de la fachada est¨¢n, efectivamente, muy erosionadas en distintos puntos. En la iglesia, conservada, unos tapones a ras de suelo indican la humedad que emana varias veces al d¨ªa. Tras la visita, de unos 40 minutos, un charco de agua nos recibi¨® ante la dulce fachada. La humedad, la humedad. Dicen que en septiembre empiezan obras de restauraci¨®n de la sala capitular, hasta finales de a?o. ?Ser¨¢ posible erradicar la humedad?
Seg¨²n las ultimas noticias de la guerra cultural, los frescos que se quieren arrancar del MNAC volver¨ªan a la sala capitular. ?A esta humedad? ?De veras? Y ?a nadie le importa?
Merc¨¨ Ibarz es escritora y profesora de la UPF.
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