La ostentaci¨®n insolente
Puigcerd¨¤, la localidad que la burgues¨ªa barcelonesa invade los veranos, domingos, festivos y fiestas de guardar desde el fin de las guerras carlistas
¡°Los trenes eran animales mitol¨®gicos que simbolizaban la huida, la fuga, la vida, la libertad¡¡±. As¨ª introduc¨ªa Joaqu¨ªn Sabina uno de sus temas que silbaba aquel cachivache que acababan de regalarme. El invento se llamaba discman y ten¨ªa m¨²ltiples ventajas e innumerables defectos. Conectaba el aparato, play, y caminaba despacio, de forma r¨ªtmica. Si el azar o un bordillo me jugaban una mala pasada, el haz luminoso no apuntaba correctamente y las canciones brincaban sin orden. Eran esos a?os en que circulaban euros brillantes y todos guard¨¢bamos un calendario de bolsillo con las equivalencias entre la moneda europea y la peseta. Ahora dicen que, entonces, viv¨ªamos por encima de nuestras posibilidades.
Desde mi ciudad, L¡¯Hospitalet de Llobregat, el metro te lleva a la gran metr¨®poli y el tren ¡ªque en esta ocasi¨®n no se parec¨ªa, ni por asomo, a un animal mitol¨®gico¡ª ten¨ªa como destino Puigcerd¨¤.
Me dieron las indicaciones necesarias: ¡°Te subes al tren, te relajas, miras por la ventana y cuando el se?or de megafon¨ªa diga Puigcerd¨¤, bajas¡±. M¨¢s de tres horas de viaje para 150 kil¨®metros. ¡°Tarda m¨¢s ahora que cuando se inaugur¨® la l¨ªnea en 1922¡±, me advirtieron. Llevaba en la mochila todo lo necesario: anoraks (en agosto tambi¨¦n es obligatorio), el triple de calzoncillos que d¨ªas iba a pasar y la discograf¨ªa completa del poeta urbano. Gelocatiles e ibuprofenos a pu?ados¡ Seguro que algo se me olvid¨®, pero llev¨¦ lo ¨²nico imprescindible para todo aquel que quiera poner medio pie en la comarca pirenaica de la Cerdanya: dinero. Da igual que sea en efectivo; en tarjeta Visa oro, plata o bronce; en billetes de 500 o en monedas de c¨¦ntimo. Como sea, pero hay que ir con la cartera llena.
Comer, dormir y ver
UN LUGAR PARA COMER
En pleno centro de Puigcerd¨¤, ¡ªen la esquina de la calle Alfons I con la calle de Querol, frente al Ayuntamiento¡ª el peque?o restaurante El Caliu es una verdadera joya gastron¨®mica en mitad de los Pirineos. Un comedor con pocas mesas esconde una carta no muy extensa pero repleta de productos de proximidad, de excelente calidad ¡ªa un precio correct¨ªsimo¡ª cocinados con las sabias manos de Marisa.
UN LUGAR PARA DORMIR
Hay hoteles, pensiones y campings en un pueblo que vive casi exclusivamente del turismo. Cualquier lugar es bueno aunque, quiz¨¢s, el visitante deba huir de las temporadas tur¨ªsticas.
UN LUGAR PARA VISITAR
Las vistas desde la terraza superior del campanario. S¨®lo desde all¨ª, y despu¨¦s de subir decenas de escalones, el observador puede comprobar como la comarca de la Cerdanya est¨¢ encerrada y aislada entre monta?as.
El tren regional tarda m¨¢s de tres horas en llegar a Puigcerd¨¤. Entrar y salir de la comarca en coche por el t¨²nel del Cad¨ª cuesta m¨¢s de 23 euros. Cinco kil¨®metros que te dan la bienvenida (o despedida) imprimi¨¦ndote car¨¢cter a golpe de Visa. Realmente, la Cerdanya no est¨¢ acostumbrada a los visitantes de bolsillos vac¨ªos.
El turismo en Puigcerd¨¤ comenz¨® con el fin de las guerras carlistas. Entonces, la burgues¨ªa catalana se instal¨® en villas y palacetes alrededor de un espectacular lago a escasos metros del centro del municipio. All¨ª siguen, fue el doctor Andreu ¡ªel mismo que invent¨® las pastillas para la tos¡ª el que ide¨® el conjunto de casas como la Villa Paulita o la torre Font. Unas edificaciones lujosas que junto con el estanque de Puigcerd¨¤, las barcas, los cisnes, las monta?as y la ca¨ªda del sol crean un paisaje id¨ªlico e inquietante a partes iguales que sirve de aparador al lujo insolente.
La colonia de canfangas eligi¨® la zona del lago para veranear y con los a?os ¡ªsiglos¡ª sus excesos inmobiliarios se extendieron por toda la comarca. Desde entonces, los fines de semana, veranos y fiestas de guardar regresan invadiendo hasta la ¨²ltima mol¨¦cula de ox¨ªgeno respirable. Los nativos han olvidado sus antiguas profesiones, ahora viven y trabajan para los burgueses. De hecho, creen que los tres millones de barceloneses est¨¢n hechos a imagen y semejanza de esos millonarios con criada y cofia, mayordomo e incontinencia verbal. Han aprendido a mirarlos con una mezcla de desd¨¦n y envidia, pero con la habilidad de aquel capaz de vaciar los bolsillos, supuestamente repletos, de ¡°los pijos¡± de Barcelona.
Despu¨¦s de tres horas de viaje all¨ª estaba ante m¨ª el campanario emblema del municipio. La CNT, en 1936, destroz¨® la iglesia pero la torre sigui¨® en pie. All¨ª sigue, igual de erecta que en el siglo XII aunque muerta por dentro. A escasos metros de este resto hu¨¦rfano de sacrist¨ªa ¡ªjunto a las churrer¨ªas¡ª un olvidado monolito, tambi¨¦n r¨ªgido y apuntando a las estrellas. Una mezcla de m¨¢rmol y piedra en honor a los h¨¦roes que defendieron el municipio contra los carlistas. Un objeto inanimado solo apto para sentarse en su escal¨®n y concentrarse en la ingesta de un ligero xuxo de crema. La obsesi¨®n por el enemigo carlista le da a Puigcerd¨¤ un punto freak. En pleno 2012, los vecinos pagaron ¡ªpor suscripci¨®n popular¡ª para poder instalar la escultura del brigadier Cabrinetty, algo as¨ª como un Rambo liberal, en su plaza hom¨®nima.
Las tardes de verano, en esa hora tonta previa a la cena, los pixapins pasean por las calles Mayor y Espa?a. Para arriba y para abajo. Pol¨ªticos, empresarios, deportistas y potentados en general se entrecruzan, sonr¨ªen y se saludan. Cuentan mentalmente: ¡°?Estamos todos?¡±. Los abrigos de animales muertos y los sombreros tocados de plumas de invierno dejan paso a las bermudas y los polos acompa?ados por las sonrisas profident. Adem¨¢s, siempre hay un m¨ªnimo de tres o cuatro v¨¢stagos vestidos igual, no fueran a confundirse de familia, dejando las huellas de los dedos en los escaparates de los comercios.
El discman sonaba bien. Gastaba pilas como si no hubiera un ma?ana pero Sabina ah¨ª segu¨ªa. Las estrellas aqu¨ª no parecen luces de ne¨®n. Brillan intensas.
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