Un pueblo cosido desde el mar
En Malgrat cada verano conviven sus dos almas: el pueblo y el destino tur¨ªstico. La Pilona parece pacificarlas
Mientras descargaba las cervezas de la bandeja alg¨²n cliente apuntaba hacia el mar e inquir¨ªa: ¡°?Qu¨¦ es esa roca?¡±. No necesitaba levantar la vista. ¡°La-Pi-lo-na¡±, respond¨ªa. La mesa lo repet¨ªa y enseguida me anticipaba a la siguiente pregunta. ¡°No, no es una isla. Ni una roca¡±. Ten¨ªa casi ensayado el discurso. Y saciar la curiosidad de los turistas sobre esa plataforma artificial que parece flotar a escasos 500 metros de la playa me permit¨ªa tomarme un respiro y relajar el brazo antes de volver a la barra para recoger una tanda de lumumbas.
Todos los pueblos vecinos tienen su icono. Calella exhibe el faro y Blanes presume de Sa Palomera. El de Malgrat es La Pilona. Esa plataforma, a la que los turistas se acercan con patinetes, se instal¨® a principios del siglo pasado, cuando una compa?¨ªa francesa empez¨® a explotar las minas de Can Palomeres, que hoy son un refugio de una nutrida colonia de murci¨¦lagos. A trav¨¦s de un telef¨¦rico, hasta all¨ª llegaban en vagonetas toneladas de hierro que se cargaban en los barcos. La actividad apenas dur¨® un lustro, pero La Pilona pervive como tributo a las minas y a quienes trabajaron en ellas.
COMER, DORMIR, VER...
D?NDE DORMIR
Hotel Sorra d¡¯Or, en el Passeig de Llevant, 1-3. A un paso de la playa y al lado de la estaci¨®n de Renfe, es el ¨²nico hotel que queda dentro del casco antiguo de Malgrat.
D?NDE COMER
Restaurante La Barretina, en la plaza de Josep Anselm Clav¨¦, ubicado en el inmueble que ha concentrado la vida cultural; o El Cortijo, en la calle de Ramon Turr¨® n¨²mero 15.
UN LUGAR PARA VISITAR
El Parc del Castell de Malgrat, paseando desde la Torre de Ca l'Arnau y subiendo por la calle dels Arcs.
En esa plataforma acaba para la mayor¨ªa de viajeros for¨¢neos el turismo cultural en el pueblo. Muchos no se mueven de esa ciudad paralela en la que cada verano se convierte el Passeig Mar¨ªtim, sin apenas percatarse de esa mezcla imposible que resulta del olor del cloro de las piscinas y del aceite de las freidoras a pleno rendimiento. Al otro lado de la riera, pasada la calle de Sant Esteve, est¨¢ el otro Malgrat, ajeno al bullicio del paseo.
Cuando era un cr¨ªo era otra cosa. En las calles m¨¢s cercanas al mar hab¨ªa hoteles y pensiones. Los turistas pisaban el pueblo. Algunos incluso lo viv¨ªan. Con salir a la calle bastaba para saber c¨®mo de llena estar¨ªa la playa ese d¨ªa por la intensidad del olor a crema solar. Hoy solo queda uno de esos hoteles. El resto, v¨ªctimas de su obsolescencia y de la burbuja inmobiliaria, se convirtieron en bloques de pisos. Los que coleccionamos im¨¢genes de los restos del naufragio del ladrillo, por cierto, tenemos all¨ª una pieza de museo en el inmueble que durante d¨¦cadas acogi¨® la fonda Can Guillem.
Un pueblo tirado a cordel
La descongesti¨®n de turistas en el casco antiguo ha permitido que la playa del centro sea una gozada. S¨¦ que no soy objetivo: mis padres ten¨ªan un chiringuito all¨ª y crec¨ª corriendo encima de esa arena gorda, que no se pega pero quema a rabiar. Antes a primera hora de la ma?ana sal¨ªa de los hoteles un ej¨¦rcito de turistas a la caza de un trocito de playa al lado del mar. Hoy es m¨¢s sencillo. Cuando tocan las once (s¨ª, all¨ª el campanario sigue dando las horas, sin que por ahora tenga noticia de que nadie se haya a?adido a la moda de hacerlo callar) es una hora m¨¢s que prudente para ir a la playa. O como decimos en Malgrat, para anar a marc (s¨ª, con la c final).
No voy a mentir, no se van a encontrar ni calas espl¨¦ndidas ni colores turquesa como m¨¢s al norte. Aunque algunas tiendas de souvenirs insistan en ello, no, no es la Costa Brava. Pero yo soy feliz con una playa espaciosa, limpia y tranquila, de esas que te hundes cuando das tres pasos en el agua.
Hace a?os, nos lanz¨¢bamos y nad¨¢bamos hasta encontrar un banco de arena. Uno de aquellos que buscaba el Ciudad de Barcelona antes de hundirse frente a la playa en la que estamos. Un amigo me recordaba que el a?o que viene har¨¢ 80 a?os de aquello. El barco, que sali¨® de Marsella con brigadistas internacionales hacia Barcelona y Valencia, fue atacado por un submarino franquista. Lo cuenta en el estupendo libro Malgrat 1930-1940: els anys silenciats la historiadora S¨°nia Garangou. Pese a que los pescadores acudieron en su auxilio, una cincuenta de brigadistas fallecieron.
Todav¨ªa me sorprende que Malgrat sea m¨¢s conocido en ?msterdam que en Lleida. Como buen destino tur¨ªstico veterano, por el pueblo han pasado ya varias generaciones. Eso hoy es una desventaja. Calella y Lloret, con m¨¢s pedigr¨ª, lo pagan constantemente en los medios. Pero ya hace tiempo que nos tienen ojeriza. Josep Pla, por ejemplo, se baj¨® del autob¨²s y se volvi¨® a subir tras una cena que consider¨® ¡°atroz¡± y no encontrar a demasiada gente que hubiera conocido al doctor Ramon Turr¨®, que le hizo llegar a la conclusi¨®n de que a los malgratenses no les interesaba demasiado la historia. En fin, siempre nos quedar¨¢ Ruyra.
S¨ª acert¨® Pla cuando describi¨® el centro de Malgrat como ¡°un pueblo tirado a cordel, cuadriculado¡±. A¨²n hoy pueden encontrar el formato de caseta i l¡¯hortet. El centro del municipio da la sensaci¨®n de orden, con calles peatonales y terracitas para tomar el vermut. Lo mejor es enfilar la calle de Mar hacia arriba. All¨ª nos topamos con Can Campassol, un parque al que nos llevaban a jugar nuestras madres ¡ªpor suerte entonces a¨²n jug¨¢bamos en la calle¡ª que anta?o fue una finca privada en la que naci¨® Zenobia Camprub¨ª, traductora de Rabindranath Tagore y esposa del Nobel Juan Ram¨®n Jim¨¦nez.
En Malgrat el Modernismo tambi¨¦n hizo sus pinitos. A escasos metros del parque est¨¢ la Torre de la V¨ªdua Sala, que tras d¨¦cadas en tan mal estado fue reformada hace unos a?os, y no muy lejos el Ayuntamiento y la Torre de Ca l¡¯Arnau, hoy la escuela de m¨²sica municipal. Tras una parada casi obligatoria en la que conocemos como pla?a de la Barretina, subimos por la calle dels Arcs, uno de esos rincones por los que uno no puede evitar pasar. Y de ah¨ª al castillo, a disfrutar de la panor¨¢mica. Uno, que es un nost¨¢lgico, echa de menos la chimenea de la antigua F¨¤brica de l¡¯Aigua. Pero miren: a un lado, el pueblo, y al otro, el paseo. Y en el mar, La Pilona pacificando las dos almas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.