Veranear es de pobres
Sant Adri¨¤ de Bes¨°s, no por cercano deja de ser ex¨®tico; en cualquier sitio puedes pasar el verano si llevas un libro
Veraneo en mis libros. Leo todo el a?o y, cuando llegan las vacaciones, a veces hago un viaje en plan turista durante el que no puedo leer como quisiera, de modo que la mayor¨ªa de las ocasiones me quedo en mi casa. Nunca he tenido un lugar al que ir recurrentemente. No soy de volver a los sitios, me sentir¨ªa como el autor de un crimen. As¨ª que escribir¨¦ sobre Sant Adri¨¤ de Bes¨°s, que no por cercano deja de ser ex¨®tico, y sobre todo porque all¨ª me he pasado media vida leyendo, es decir, veraneando.
Los veranos azules de Sant Adri¨¤ de Bes¨°s, con su cielo libre alej¨¢ndose m¨¢s all¨¢ de donde se vislumbra Mongat. Su playa verde y naranja, que toma el nombre apocal¨ªptico y prosovi¨¦tico de Chern¨®bil (el l¨¦xico como ruina) cuando tropieza con la mole de las tres chimeneas de la vieja Fecsa. F¨¢brica de luz en el modo en que Goethe era tambi¨¦n f¨¢brica de luz. Bajo el fulgor de las chimeneas, las noches de lectura, las ventanas abiertas de los bloques, las persianas subidas para que se vaya el calor, el ruido de los autom¨®viles que circulan por la autopista. Se van los coches a toda pastilla como pasan las frases por el libro. Al cobijo de las tres torres, entre los hierros que ya han arrancado porque las est¨¢n desmantelando, el cruising de los abuelos y los j¨®venes emigrantes. Pero ahora se han trasladado a la frondosidad de los ca?averales que crecen en la desembocadura del Bes¨°s. Y ya en la parte de Badalona, la zona nudista y los pisos que vendieron como de lujo en primera l¨ªnea de mar, y que nadie compr¨® y ah¨ª siguen vac¨ªos en primera l¨ªnea de nada, viendo c¨®mo explotan las burbujas de las olas bajo sus balcones, que muestran r¨®tulos de ¡°en venta¡±.
El c¨¦sped del parque fluvial, es decir, la hierba del r¨ªo, es buen sitio para ponerse a leer. A primera hora, antes de que empiece el personal con el running y las bicicletas, est¨¢ todo muy tranquilo y se ve saltar a los conejos por las matas, las garcetas andan clavando sus patas en el agua y un pentecost¨¦s de trinos estalla bajo la lengua de fuego del sol de agosto.
Comer, dormir y ver
UN SITIO PARA COMER
El bar del Ateneo, un local centenario, con mesas de m¨¢rmol, piano en la pared y fotos del Sant Adri¨¤ del a?o en que nev¨®.
UN SITIO PARA DORMIR
S¨®lo hay un hotel, as¨ª que no es dif¨ªcil dar con ¨¦l. Los indigentes, por su parte, duermen junto a los muros del Alcampo y, cuando llueve, en unos altillos de cemento que hay bajo el puente de la vieja N-II.
UN SITIO PARA VISITAR
El puente de hierro sobre el r¨ªo por donde pasa el tren. Ponerse debajo y o¨ªrle temblar a su paso. Se llega dejando atr¨¢s el parque fluvial. En este lugar estuvo el primer puente de ferrocarril de Espa?a, el de la l¨ªnea Matar¨®-Barcelona.
Tambi¨¦n se puede leer en la parte de arriba, sentado en el poyato de los muros de contenci¨®n del r¨ªo. La espalda apoyada contra la barandilla. Sintiendo c¨®mo el hierro nos echa en el cogote su resuello oxidado. Ah¨ª mola llevarse un Richard Price, una novela negra moderna, las l¨ªneas de los di¨¢logos como barras de la interminable barandilla, fr¨ªa, dura pero que da seguridad. La gente que pasa por aqu¨ª no es la misma que la que va por abajo, en las pistas del parque fluvial. Aqu¨ª van vestidos normales, no representan nada. Van a lo suyo. Los paquis y los indios con esos pantalones tan frescos y esas americanas tan tiesas. Los subsaharianos, que miran siempre a lo lejos, gente de horizonte. Antiguamente se ve¨ªa pasar todos los d¨ªas por este sitio a una pareja que llam¨¢bamos la madre y el hijo, pero es que eran precisamente eso. La madre era muy vieja, siempre hab¨ªa sido as¨ª de vieja. Muy peque?a, fr¨¢gil, pelo blanco revuelto, la espalda doblada, con vestidos de una pieza un poco sacos. Y el hijo era alto y moreno. Ancho de hombros, ojos oscuros, bigote de gal¨¢n y llevaba una chaqueta que le ven¨ªa corta de mangas en el modo en que le ven¨ªa corta al Frankenstein que hac¨ªa Boris Karloff. Pero esto no era nada monstruoso en ninguno de los dos casos, al contrario, era humanizante. El hijo le llevaba siempre a su madre el bolso de la compra, pero pocas veces parec¨ªan tener alguna compra dentro. Andaban despacio, unos d¨ªas iban juntos, uno al lado de la otra, siempre callados, pero conforme pasaban los a?os ¨¦l marchaba m¨¢s adelante, como si la madre ya no quisiera alcanzarle. Una vez me explicaron que eran de La Catalana, que hac¨ªa tiempo que no ten¨ªan casa, que viv¨ªan en algo parecido a una cueva, y que el hijo, ah¨ª donde lo ve¨ªamos, era un hombre instruido que le¨ªa y escrib¨ªa con soltura y sab¨ªa de cuentas.
Ahora la gente se lo pasa bomba en este mismo sitio donde me he sentado a leer y a ver si volv¨ªan a pasar la madre y el hijo. Es el muro del r¨ªo a la altura de la piscina descubierta, y en el recinto de la piscina, pero separado del agua por una valla de arbustos, han abierto un bar que se llama Egalit¨¦ y que sirve men¨²s y tambi¨¦n pone tapas. Y todos los mi¨¦rcoles act¨²an monologuistas. Durante el d¨ªa, la gente se relaja aqu¨ª oyendo el chapoteo y los culazos que se dan los ni?os en la piscina, y por la noche se quedan tomando copas al aire libre hasta que pr¨¢cticamente sale el sol, si es que alguna vez ha sido pr¨¢ctico que el sol salga. Como en una pel¨ªcula de Cuerda, desde este punto geogr¨¢fico al sol se le ve salir por detr¨¢s de los bloques de la Guardia Civil. Hace mucho tiempo que la Guardia Civil se fue de ellos, y en Sant Adri¨¤ ha seguido amaneciendo, que no es poco. Sant Adri¨¤ es un lugar formidable, pero no hay que ponerse presuntuoso. En cualquier sitio se puede veranear si se lleva un buen libro.
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