De espanto
El autor da su visi¨®n de Halloween y el reparto de carteras ministeriales
Esa brujita que llega a la parada del autob¨²s murmura por lo bajini que si ella fuera ministra de la defensa, lo mejor es el ataque y la calabaza anaranjada que soporta el fr¨ªo de la ma?ana oto?al sin mallas dice que son¨® que le encargaban la cultura ¡°en general¡±. A la siguiente parada se sube una viejecita que parece ¨¢nima en pena, arrastrando la s¨¢bana y una larga biograf¨ªa de quebrantos como aullidos callados. El conductor tiene cara de pirata y acelera para sincronizar todos los sem¨¢foros en amarillo, que se mezcla con el amanecer como una inmensa naranja que se lanza sobre el escenario de Madrid donde todos los que vamos sin rumbo nos hipnotizamos con la tonadita siniestra de un tel¨¦fono m¨®vil que nadie atiende.
Un par de gemelas con trenzas se enredan en una discusi¨®n sobre algo que vieron en televisi¨®n y Frankenstein sonr¨ªe al saber que sus futuros han quedado garantizados con los nuevos nombramientos del gabinete del Dr. Caligari que viene dormido en el asiento reservado, al tiempo que un ni?o de brazos se asusta con la marmota que bosteza asida al filo de un asiento donde ¨Cinexplicablemente¡ªnadie se sienta.
No son horas para el enga?o visual y el trayecto se diluye en confusiones. Apenas descienden diez pasajeros con sus respectivos disfraces, suben otros quince a¨²n m¨¢s maquillados: el hombre de hojalata y su consorte la chulapona, los ni?os que son maguitos de gafas redondas, la gordi de piel verde que parece la novia de un ogro y el flaco irremediable que viene de Manolete o bien, su fantasma. Son los estragos de intentar entender la confecci¨®n del gabinete de un dilatado gobierno que tard¨® m¨¢s de un a?o en formularse para un pa¨ªs donde persisten las necias ganas de alargar un Halloween, sabiendo que el peor de los espantos es vivir el tedio de todos los d¨ªas como si todo fuera m¨¢s de lo mismo.
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