El desaf¨ªo
De vez en cuando hay que hacer gestos que nos pongan a salvo. Tras votar s¨ª-s¨ª el 9-N, ahora ha tocado sumarse a esa actividad de alto riesgo que es trabajar el D¨ªa de la Constituci¨®n
Tom¨¢s Cipriano Ignacio Mar¨ªa de Mosquera-Figueroa y Arboleda-Salazar fue un militar colombiano que, en las d¨¦cadas centrales del siglo XIX, presidi¨® su pa¨ªs hasta en cuatro ocasiones, ora como conservador, ora como liberal, sin mayor contradicci¨®n. Se le atribuye, no s¨¦ con qu¨¦ grado de fiabilidad, esta rotunda declaraci¨®n: ¡°No creo en la religi¨®n cat¨®lica, que es la verdadera, menos voy a creer en las musara?as de los protestantes¡±. Afortunado hallazgo que da mucho juego porque admite m¨²ltiples variantes. Por ejemplo: ¡°Si no creo en la naci¨®n espa?ola, que es la verdadera, imag¨ªnense lo que opino de todas las dem¨¢s¡±.
La asociaci¨®n de ambas frases no es casual. Si hay algo que se parezca a la religi¨®n es precisamente el culto nacional. Ambos se dotan de liturgias, profec¨ªas, m¨¢rtires y advenimientos; de pasados arc¨¢dicos y de para¨ªsos por venir; y, claro, de un ente superior y sagrado al que los fieles adoran. Dios y la naci¨®n. Como la existencia de Dios para los creyentes, la de la naci¨®n les parece a los nacionalistas una realidad indisputable. Ocurre, sin embargo, que las naciones no existen desde el origen de los tiempos, sino que se construyen y son, por tanto, contingentes. Adem¨¢s, la naci¨®n se define en funci¨®n de aquellos elementos que, en cada caso concreto y por pura conveniencia, hacen posible que un grupo humano determinado pueda ser caracterizado como tal, por lo que hay tantas definiciones de naci¨®n como naciones posibles. Y por ello, los mismos argumentos con los que se puede afirmar (o negar) la existencia de, por ejemplo, la naci¨®n espa?ola sirven para afirmar (o negar) la de, pongamos, la catalana.
La existencia de Dios es indemostrable, no as¨ª la de las religiones monote¨ªstas, sus creyentes y los desastres por aquellas causados a lo largo de los siglos, que son realidades bien palmarias. Del mismo modo, que la naci¨®n sea pura abstracci¨®n no nos ahorra las identidades nacionales con sus correspondientes nacionalismos, fieles y, claro est¨¢, las consecuencias que se derivan de todo ello. En esas, pareci¨® por momentos que nuestra nueva izquierda ser¨ªa capaz de actuar en este terreno con cierta laicidad, pero est¨¢ visto que no hay manera. En parte, se entiende porque quienes adjudican carnets de aut¨¦nticos patriotas (espa?oles o catalanes, lo mismo da) son implacables con los tibios, los indiferentes o los ateos. Sobran los ejemplos.
As¨ª que de vez en cuando hay que hacer gestos que nos pongan a salvo. No somos independentistas, pero votamos s¨ª-s¨ª el 9-N o acudimos a una manifestaci¨®n que lo es inequ¨ªvocamente, no vaya a ser que nos signifiquemos demasiado. Ahora ha tocado sumarse a esa actividad de alto riesgo que es trabajar el D¨ªa de la Constituci¨®n. Gerardo Pisarello nos inform¨® de su compromiso y luego, efectivamente, cumpli¨® con su temerario desaf¨ªo al Estado. A¨²n impresionado por su haza?a, sigo pregunt¨¢ndome por las razones de la misma, porque, ya puestos, ?no hubiera sido m¨¢s rompedor ¡ªy coherente con una posici¨®n de izquierdas¡ª declararse insumiso a la Inmaculada Concepci¨®n? Pero ?ah, amigos! ?C¨®mo dejar pasar la ocasi¨®n de mostrar lo que opinamos de este Estado? (por espa?ol, claro).
Esta Constituci¨®n es francamente mejorable, pero la campa?a independentista se basaba en una cuesti¨®n muy concreta: su negaci¨®n del derecho de autodeterminaci¨®n. Vamos, lo mismo que niegan las constituciones de pa¨ªses como los Estados Unidos, Francia, Alemania o Italia, por poner algunos ejemplos ex¨®ticos. S¨ª, ya veo, Estados capitalistas e intr¨ªnsecamente reaccionarios y antipopulares. Bien, pues aprendamos de la nueva Constituci¨®n boliviana impulsada por Evo Morales, que en su pre¨¢mbulo establece ¡°la unidad e integridad del pa¨ªs¡±, y en su art¨ªculo primero reconoce la ¡°libre determinaci¨®n¡±, eso s¨ª, solo de los pueblos ind¨ªgenas y ¡°en el marco de la unidad del Estado, que consiste en su derecho a la autonom¨ªa, al autogobierno, a su cultura, al reconocimiento de sus instituciones y a la consolidaci¨®n de sus entidades territoriales, conforme esta Constituci¨®n y la ley¡±. Aunque tambi¨¦n nos puede valer la Constituci¨®n venezolana aprobada en vida del presidente Ch¨¢vez, que en su pre¨¢mbulo consagra como uno de los ¡°valores¡± constitucionales ¡°la integridad territorial¡±, que, por si no hab¨ªa quedado claro, vuelve a ser ensalzada en el art¨ªculo 4 como uno de los ¡°principios¡± de la ¡°Rep¨²blica Bolivariana¡±. Lo digo, m¨¢s que nada, por ayudar a aclararnos, sin mayor intenci¨®n.
Francisco Morente?es profesor de Historia Contempor¨¢nea en la UAB.
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